La Costumbre del Poder

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  • Congreso florero
  • Por Gregorio Ortega Molina

RedFinancieraMX

*Tampoco querrán aceptar el uso electoral de las vacunas ni la escandalosa disminución de las reservas, gastadas sin beneficio alguno si no es el de buscar la permanencia en el poder, que es lo que desvela al Gran Timonel totonaca. Para lograrlo necesita tener un Congreso humillado

Las palabras distan de ser textuales, pero la memoria es inequívoca. Carlos Salinas de Gortari se congratulaba de tener un Congreso dócil que le facilitaba las reformas por él consideradas necesarias. La vergonzosa obsecuencia de un Poder Legislativo al Ejecutivo terminó en 1997. El verano de libertad duró 22 años.

Con sus asegunes la soberanía del Congreso fue verídica, aunque en algún momento se automutiló esa libertad al someterla a los intereses de los partidos por encima de su independencia y las necesidades de la sociedad. De ahí la aberrante reforma que permite o facilita o abre las puertas a las alianzas electorales, y hace la vista gorda ante el chapulineo. La militancia dejó de ser un atractivo y los institutos políticos se convirtieron en agencia de empleos. Si no lo obtienen en una, lo buscan en otra.

A la tontería de las alianzas le sumaron la de la reelección. En esa cesión ideológica se diluye el primer compromiso del representante popular con la sociedad. Si no te cumplo en este trienio, puede ser al siguiente, o el otro. No importa, siempre hay tiempo. Los diputados cobran, los electores esperan, pero nada sucede, todo va para peor.

¿Cómo calificar a diputados y senadores? Recuerdo la frase de mi madre cuando calificaba a los políticos en general: no tienen vergüenza ni la conocen. Creo que así es, pues supongo que tanto los que mangonean desde una cómoda mayoría, como los que no aciertan qué hacer desde la oposición, ni siquiera se detienen a pensar en el daño que causaron con la desestructuración de las instituciones que dan vida a la República; supongo que tampoco se arredrarán ante la desaparición de los organismos autónomos.

¿Cuántos de ellos creen estar haciendo historia, estar transformando al país para bien? Así lo suponen porque sólo tienen ojos y oídos para su Gran Timonel, y se niegan a escuchar el clamor de sus representados. Que salgan a las calles, que sean testigos de la profundización de la miseria, del meteórico crecimiento geométrico de pedigüeños y pordioseros, de delincuentes y muertos de hambre, de esa delincuencia organizada que incrementa a sus integrantes debido al desempleo, a la extorsión anímica y electoral a que quedaron sujetos los ciudadanos de a pie.

Supongo que también se niegan a ver el trabajo de los colectivos organizados para buscar fosas clandestinas, con la esperanza de encontrar en ellas los despojos de sus seres queridos; tampoco quieren darse cuenta de la verdadera dimensión de las consecuencias de la pandemia, de aceptar el verdadero número de fallecidos y las carencias con las que enfermeras y médicos han de enfrentarse a la muerte.

Tampoco querrán aceptar el uso electoral de las vacunas ni la escandalosa disminución de las reservas, gastadas sin beneficio alguno si no es el de buscar la permanencia en el poder, que es lo que desvela al Gran Timonel totonaca. Para lograrlo necesita tener un Congreso humillado. Pero callan como momias.

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