- Cioran, Caraco, Gómez Dávila
- (A partir de una nota de Fitzgerald)
- Por Sigifredo E. Marin
RedFinancieraMX
¿Qué tienen en común escritores tan absolutamente singulares e irreductibles como Emil Cioran, Albert Caraco y Nicolás Gómez-Dávila? A primera vista podría decirse que su refinado sentido estético preciosista y su amor-odio por la devastación más extrema, pero quizá haya otros elementos que aproximarían dichas obras en un diálogo posible-imposible, quizá también, impasible, y los acercan a la sabiduría humana ancestral más amarga y silente; justo lo contrario de lo re-silente de estos tiempos en extremo indigentes. Pues en los tres se atisba una predisposición a la ataraxia en estado puro. Ataraxia vuelta método de una razón escéptica que ha dudado incluso de su propio escepticismo al hacer de la auto-crítica un ejercicio de lucidez extrema como auto-desollamiento sin fin donde la escritura funge como horno de alta fundición o fundación del enigma en la nada. Aquí me limito a la contemplación de su drama humano, hurgo algunas citas, glosas y notas sin otro afán que poner en relación mis lecturas, podría decirse “mis notas personales” sino fuera porque en estos tres autores hay una franca invitación a la despersonalización, desaprendizaje y huida de todo sujeto literario o intelectual como epicentro de ideas que más que tenerse se padecen como se sufre migraña, soledad, insominio, desamor o agonía de muerte. ¿Acaso no fue Cioran quien sentenció en sus Silogismos de la amargura que todo comentario resulta funesto e inútil y no añade nada valioso sino glosas prescindibles? Tal vez la vida y la obra de un autor tan paradigmático como maldito, quien se hundiera en el alcohol, mientras su mujer Zelda Sayre en la demencia, haya atisbado una idea que podría servir de hilo conductor para pensar un diálogo entre estos autores. Scott Fizgerald había escrito, palabras más palabras menos, que la vida no es sino una desintegración tanto por los embates del exterior como, y sobre todo, por los embates internos. Mientras que los golpes de fuera muestran sus efectos de manera inmediata, los que provienen del interior tardan, pero quizá sean más profundos e implacables e impredecibles. Sin embargo también había dicho el propio Fitzgerald, la prueba de una inteligencia superior es la capacidad de tener dos ideas contrarias, sin confusión alguna, al mismo tiempo, y aun así funcionar con lucidez extrema. Uno puede saber en carne propia que las cosas no tienen remedio, pero hacer todo lo necesario y estar completamente decidido a cambiarlas, sin sentirse frustrado o insatisfecho. La vida siempre es un deporte extremo, y saber como el viejo sofista Gorgias que es sabio engañar, y más sabio descubrir el engaño, pero nadie tan sabio como alguien que sabiéndose engañado, actúa como si no. “Como si” y “casi nada” son todo lo que se tiene, del como si y del casi nada a la nada es muy fácil pasar, y sin embargo, saber situarse en ese umbral, sin claudicar es quizá la mayor sabiduría. Este como si y el casi nada constituyen el arte esencial radical, sin parangón alguno, y aquí, Emil Cioran, Albert Caraco y Nicolás Gómez-Dávila, han sido grandes maestros entre los más grandes, sus lecciones de vida aún nos dejan mucho por seguir aprendiendo. Cioran nos cuenta como fue que escribió, a los veintidós años, en una pequeña ciudad de Transilvania, su primer libro, En las cimas de la desesperación. Había acabado sus estudios de filosofía y fingía escribir una tesis sobre Bergson. En aquella época la jerga filosófica halagaba su vanidad y despreciaba a quien no la utilizara: “Pero una conmoción interior acabó con ello echando por tierra mis proyectos. El fenómeno capital, el desastre por excelencia es la vigilia ininterrumpida, esa nada sin tregua. Durante horas, en aquella época, me paseaba de noche por las calles desiertas o, a veces, por las que frecuentaban las solitarias profesionales, compañeras ideales en los instantes de supremo desánimo. El insomnio es una lucidez vertiginosa que convertiría el paraíso en un lugar de tortura. Todo es preferible a ese despertar permanente, a esa ausencia criminal del olvido. Fue durante esas noches infernales cuando comprendí la inanidad de la filosofía”[1]. La inanidad de la filosofía es vivida aquí como fidelidad absoluta a la tragedia pura y dura de la catástrofe. En semejante estado de ruina cumplida, Cioran, Caraco y Gómez-Dávila concibieron sus libros, como flores muertas en cuyo fulgor, se vislumbra una extraña luz mortecina, pero no pero ello menos vital; su vitalidad está en el movimiento de una escritura pensante que siendo siempre la misma renueva la guillotina de su mirada en el encuentro cotidiano. Para Albert Caraco y Gómez-Dávila, escribir sería asumir la derrota por partida doble, la derrota inexpugnable que marca la intromisión de un ser vivo en este mundo, y el hecho de que se asuma desde la dudosa tarea de ser escritor, aún así, “sólo el escritor paciente y laborioso sirve manjares suculentos al lector”[2], siempre y cuando haga de la auto-crítica más radical la forma suprema de escarnio y piedad. Escarnio llevado al delirio de la risa sardónica, es decir, a la sabiduría de la conmiseración humana desde la habitación misma de las ruinas, es decir, sabiduría de la piedad. Escribir plasma una inmisericorde sinceridad como desollamiento sin fin que se vuelve poderoso antídoto contra la estulticia infranqueable, puesto que no es el sentido del ser ahí lo que nos interroga acerca de nuestra humana condición sino el sentido de la estupidez como condición limítrofe. El problema fundamental de este puñado de autores excepcionales es que su saber y pensamiento, e incluso escritura, es de un orden no-transmisible. Resisten toda tentación de apropiación, nada más ajeno a su silente cátedra que la recepción académica erudita. Así que todo decir acerca de su obra está condenado a maldecir: glosa maledicente.
[1] Cioran, “Sur les cimes du désespoir”, Œuvres, Paris, Gallimard, 1995, p. 17.
[2] Nicolás Gómez-Dávila, Breviario de escolios, Girona, Atalanta, 2018, p. 35.