Zentencias, cicutas literarias y otras ocurrencias

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  • Acosta y Pessoa: versiones-visiones del vacío y otras vacuidades
  • Por Sigifredo E. Marin

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Fernando Pessoa bajo el heterónimo de Bernardo Soares, en El libro del Desasosiego ha escrito “de la nada a la nada, pasando por el Nadie”. Idea que recrea Javier Acosta en sus Versiones del vacío a partir del vacío como tema e hilo conductor de la condición humana y su relación con el mundo.[1] Nadie; la noche y el rayo. / Nada ni saber ni pensar: proyecta Bernardo Soares previo a la escritura del Desasosiego.[2] Y en su juego de espejos que es la intra e inter-textualidad de la literatura universal; nunca y nada piensas: acota Acosta. Una y otra vez regresa sobre las huellas del lusitano, sobre sus zentencias, cicutas literarias y otras ocurrencias. El no saber, la nada, la ausencia, el sin sentido, el humor y el amor a la vida en su desgarradora nulidad. Nada, ni siquiera el nombre, pronombre u hombre; nadie ni siquiera la existencia da consistencia a la humareda humana. A sabiendas de que la nada nunca nadie la puede apalabrar, y sin embargo, si todo está dicho, también todo estaría por decirse y desdecirse, acaso mal-decirse. Del silencio al silencio, pasando por el vacío de la palabra. Paradójicamente estamos henchidos de finitud que no es sino hambre de plenitud. Renunciar a la palabra es renunciar al hueco del libro que nos libra del reconocimiento en la más absoluta e insobornable miseria. Monólogos que se desdoblan en diálogos del alma consigo misma, las Versiones del vacío no es un libro plano de poemas perfectamente acabados, sino que, como la vida misma tiene cimas, cismas y simas: tu silencio es la voz que no se calla. Todo es deseo de (des)vivir-se, y el deseo no desea sino la más alta exigencia del vacío en la nada. Vacío en el vacío hasta vaciarse o viciarse por completo. Mientras que el vacío en Occidente es una oquedad silente que dinamita y derrumba la interioridad, el vacío en Oriente es una plenitud también silente pero sonora que plenifica el eterno devenir de las bodas del ser y del no-ser; y claro está, es evidente, pero no por ello menos importante, que Acosta abreva del taoísmo y de su vocación por adentrarse en la más perfecta virtud de la vacuidad como sagrado devenir de todo lo existente. Vacío y plenitud, ser y no ser: quizá no sea sino la misma experiencia humana limítrofe. En Occidente todo se resuelve y quizá, bendita lógica, se absuelve, en un juego de paradojas. El poeta Acosta sabe, lector de Pessoa, pero también de los antiguos sutras orientales que ya habían denunciado y anunciado que el Tao que se nombra no es el Tao, y que por ende, “la palabra vacío es una huella del vacío, pero no el vacío. Y que la imposibilidad de pensar el vacío no es el vacío”. Si Pessoa, es decir, la máscara del Nadie, se adentra en el desaprendizaje de todas las cosas, Acosta, navega, a la deriva, mar adentro, en el desconocimiento y naufragio de todas las cosas. Al igual que su mentor-monitor Pessoa, Acosta escribe otros pensamientos-sentimientos-imágenes en finas libretas con la más pulcra caligrafía, como si expresar el horror de la existencia requiriera del pundonor de la apariencia estética. Las más graves verdades exigen de forma y horma de la poesía y de la poética. Mientras que el portugués dice que el verdadero pensamiento es ya no pensar en nada, y el mexicano replica en ese diálogo trans-histórico que “El mundo es todo lo que está libre del mundo”. Y finalmente ambos saben que también resulta vano ostentar que nada se tiene, porque como reza el mandato bíblico que al que nada tiene también le será arrebatada esa nada; la posesión de la nada no garantiza nada, ni siquiera la certidumbre nihilista de que “nada se tiene”. Escribir no sería pues, sino inscribir sobre la rajadura de la existencia un deseo preñado de eternidad. El poeta moderno de Pessoa aún hurga en los retazos y huellas el cántaro de sentido roto, por siempre roto, pero aún quedan restos que anhelan su restitución y restauración de sentido; Pessoa y Kavafis han sido los maestros modernos de la alegre melancolía: aún queda en su obra una rememoración nostálgica a un origen perdido. En cambio, el poeta posmoderno de Acosta sabe el insaber de que únicamente se escribe sin porqué ni para-qué, pero se escribe; acaso la única piedad hacia el sin-fondo de lo numinoso sea seguir escribiendo –sin prisa, sin pausa, sin esperanza –había dicho Karen Blixen. En esa ausencia radical de sentido, versiones-visiones del vacío se multiplican, rizomas, laberintos, se despliegan y repliegan en senderos que se bifurcan y se expanden. Pero maestro y discípulo saben que el hoyo negro de la escritura todo devora en la blancura de su pureza mortecina, mortífera, mortaja: vine a este papel nada más a escribir que no se tiene ya nada que escribir a nadie. Y sin embargo, quizá en ese gesto se juegue hoy el arte de la escritura y del pensamiento en su conjunto, porque la escritura, quizá la creación en general, no sean sino un desperfecto, un despropósito, de búsqueda finita-infinita de una perfección tan absoluta como imposible. Quizá también arte y literatura en la contemporaneidad no sean sino escribir y re-escribir esa imposibilidad. Y por consecuencia, Versiones del vacío sea mucho más que el título de un libro: es el horizonte de la creación contemporánea.

[1] Javier Acosta, Versiones del vacío, México, Conaculta-Bonobos, 2019.

[2] Bernardo Soares, “Poesía para el libro del Desasosiego”, Revista Textos, Culiacán, SUNTUAS ACADÉMICOS, 2002, pp. 57-70.