Zentencias, cicutas literarias y otras ocurrencias

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  • Más acá del optimismo y del pesimismo: E. M. Cioran
  • Por Sigifredo E. Marin

RedFinancieraMX

Desde hace muchos años comencé a leer a Cioran, debo confesar que su estilo me seduce y me envuelve, pero no la ironía vital cáustica vuelta fórmula anti-intelectual. El primer libro que leí con fascinación y quizá un poco de exasperación fue Historia y utopía, aún me encanta su militancia nihilista beligerante en contra de todas las perspectivas que todavía creen en el progreso y en la Historia con mayúsculas; por lo pronto el final del siglo XX parece darle la razón respecto a la debacle del socialismo realmente existente. Empero mantengo ciertas reservas respecto a un pensamiento tan radical que sirva de cortina de humo para situarse más allá del bien y del mal del juego y rejuego de la política, también realmente existente y persistente malgré lui. Detrás de esa supuesta ataraxia burlonamente indiferente e insolente contra todo y contra todos, se pueden albergar las posiciones más reaccionarias que sirven de caldo de cultivo para el pensamiento hegemónico y sus estrategias de dominación. En todo caso, ciertas zentencias, cicutas literarias y otras ocurrencias de Ese maldito yo, me persiguen una y otra vez. Ejemplo contundente de que en los grandes estilistas y moralistas franceses resulta imposible separar el contenido de su forma. El estilismo va de la mano de cierto patetismo melancólico. Así que para evitar cualquier paráfrasis que glose o desglose el original me circunscribo únicamente a citar algunas de las sentencias, cicutas literarias y ocurrencias sin más, y luego haré un comentario prescindible pero breve, creo que todo comentario sobre Cioran siempre corre el riesgo de ser una paráfrasis tan innecesaria como parasitaria, los peores son los que intentan regresarle cierto parecido de familia con los juegos del lenguaje de la filosofía académica:

Tanto me colma la soledad que la mínima cita me resulta una crucifixión.

La filosofía hindú persigue la liberación; la griega, a excepción de Pirrón, Epicuro y algunos inclasificables, es decepcionante: no busca más que la… verdad.

Se ha comparado el nirvana con un espejo que no reflejaría ya ningún objeto. Es decir, con un espejo puro para siempre, para siempre deshabitado.

Con razón en cada época se cree asistir a la desaparición de los últimos rastros del Paraíso terrestre.

 Kanta esperó a la vejez para darse cuenta de los lados sombríos de la existencia y señalar: ¨el fracaso de toda teodicea racional”. Otros, más afortunados, se dieron cuenta de ello antes incluso de comenzar a filosofar.

Siendo el hombre un animal enfermizo, cualquiera de sus palabras o de sus gestos equivale a un síntoma.

Se aprende más en una noche en vela que en un año de sueño. Lo cual equivale a decir que una paliza es mucho más instructiva que una siesta.

El tedio es una forma de ansiedad, pero de una ansiedad depurada de miedo. Cuando nos aburrimos no tememos, en efecto, anda, salvo el aburrimiento mismo.

Los antiguos desconfiaban del éxito porque temían la envidia de los dioses, pero también del desequilibrio interior causado por cualquier éxito como tal. ¡Qué superioridad sobre nosotros demuestra el haber comprendido ese peligro!

Pobre del escritor que no cultive su megalomanía, que la vea menguar sin reaccionar. Pronto se dará cuenta de que uno no se vuelve normal impunemente.

Según la Cábala, Dios permite que su esplendor disminuya para que los ángeles y los hombres puedan soportarlo. Lo cual equivale a decir que la creación coincide con un debilitamiento de la claridad divina, con un esfuerzo hacia la sombra que el Creador ha consentido. La hipótesis del oscurecimiento voluntario de Dios tiene el mérito de abrirnos hacia nuestras propias tinieblas, responsables de nuestra irreceptividad a cierta luz.

Hay algo de charlatán en todo aquel que triunfa, sea en la materia que sea.

Cuando se ha salido del círculo de errores y de ilusiones en el interior del cual se desarrollan los actos, tomar posición es casi imposible. Se necesita un mínimo de estupidez para todo, para afirmar e incluso para negar.

Para poder vislumbrar lo esencial no debe ejercitarse ningún oficio. Hay que permanecer todo el día tumbado y gemir…

El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única en realidad.

Mi misión es ver las cosas tal como son. Todo lo contrario de una misión…[1]

Hasta aquí Cioran. Así es como una caterva de apotegmas corrosivos y lacerantes han hecho de la decepción creciente la apertura de una sabiduría única. Contra el amor, la vida, Dios, el Bien, contra todos y a favor de nada; si acaso una risa discreta y una sonrisa invisible que ha hecho de la descripción de la existencia una apología de la ignominia de seguir existiendo. Se escribe bajo el efecto de la admiración o indignación, de ahí que una carta sensata sea –según Cioran– una carta inexistente, así también un comentario sobre Cioran o bien, lo repite de forma menos elocuente , pero quizá más rimbombante, o bien lo ataca y anatemiza de forma vil y hartera, el primer caso tal vez le provocaría un largo bostezo, y el segundo cierta sonrisa malévola de complicidad que sería, en última instancia, una ligera aprobación y comprobación de una escritura y un pensamiento que asumen el error, la errancia, la desmesura y la contradicción más escandalosa como métodos de perceptiva e inventiva. Frente a la lucidez que no sería sino un martirio permanente, Cioran sugiere una escritura y un pensamiento, todo en uno, en y desde la risa delirante que invita e incita a la complicidad y a reírse juntos, generando así, una extraña comunión de almas deshabitadas en un infierno gélido. Quizá por eso consideraba que hay en Heráclito un lado délfico de ideas fulminantes y otro, de manual escolar, por lo que concluye que “fue un inspirado y un preceptor. Es una lástima que no hiciera abstracción de la ciencia, que no siempre pensara fuera de ella”[2]. Hay en Cioran también un ironista malévolo y un eremita aprendiz de una santidad vacua; que le gane no pocas veces cierto efectismo provocador da cuenta de que ni siquiera las conciencias más lúcidas pueden escapar al flirteo literario y social. De una y otra forma todos hemos sido cogidos por la trampa de la telaraña del mundo. Hacer del fracaso un método de vida, pero hacerlo tan bien, con tanta maestría y tantra seducción, nos invita a darle a Cioran una cucharada de su propia medicina: una cicuta literaria; más acá del pesimismo y optimismo, más acá del mundo de la vida del capital. ¿Acaso la mera invocación de ese más acá del optimismo y pesimismo no sea sino una desmesurada búsqueda de estar más allá de Dios? Todo es posible, pues con Cioran nunca se sabe bien lo que podría suceder(nos), si acaso constatar que el reconocimiento de la banalidad del mundo nos lleva a la vanidad de todo y la venialidad de uno, pero entonces, ¿qué caso tiene el conocimiento intelectual? En Cioran no hay respuestas pero si una ametralladora de preguntas. Preguntarse de manera irónica e impasible es ya una forma de inteligencia vital.