- Por José Antonio Aspiros Villagómez
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Al cronista y dramaturgo mexicano Salvador Novo López (1904-1974) lo conocimos hace unas seis décadas, allá por 1963 o 64, cuando fue puesta en escena una vez más su obra teatral A ocho columnas. Dado que el tema estaba relacionado con nuestra vocación, varios compañeros de estudios en la Escuela de Periodismo ‘Carlos Septién García’ nos organizamos para ver juntos la función; encontramos a Novo afuera del teatro y fue posible charlar con él. La versión de aquella entrevista, fue escrita por la amiga y colega Elsa Rodríguez.
Seguramente aquel fue para nosotros un día de suerte, porque el también poeta “era bastante hosco (…) una vez fuimos a Querétaro y se acercaron unos jovencitos estudiantes de Literatura y los ignoró”, según testimonio de su primo, el médico Salvador López Antuñano, cuando fue entrevistado en 2013 para el diario Milenio por Emiliano Balerini Casal, uno de los brillantes alumnos que tuvimos durante nuestra época de docencia también en la Escuela ‘Septién García’.
En aquella entrevista el doctor López Antuñano aseguró que “en la actualidad los jóvenes no tienen idea de quién fue Salvador Novo” porque “el tiempo borra la historia de las figuras”, y si eso lo dijo hace prácticamente una década, y además el tiempo también conduce a la desmemoria de los ya no jóvenes, resulta pertinente recordar un poco del personaje en ocasión de sus aniversarios natal y luctuoso.
El sábado 13 se cumplieron 50 años de su deceso, y el 30 de julio se cumplirán 120 de su natalicio. Fue uno de los integrantes del célebre grupo de intelectuales Los Contemporáneos, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y cronista de la Ciudad de México en el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz.
Poeta, ensayista, historiador, cronista, dramaturgo, publicista, periodista y buen cocinero creador del fetuccini al huitlacoche, su obra escrita se caracterizó por su picardía, a veces fue mordaz y siempre celebrado, o bien discutido, polémico.
Un ejemplo: En junio de 1966 participó en el Instituto Cultural Mexicano Israelí en un ciclo de ocho conferencias donde a la mayoría de sus brillantes interlocutores los llamó “personas todas menores” (luego aclararía con sorna que por la edad) y agradeció haber sido el primero en hablar, por considerarlo un tributo a la senectud y el “respetuoso homenaje de despacharla cuanto antes (para) quedar en familia, grupo, generación o mafia”.
Mantuvo su tono sarcástico durante toda la charla sobre “lo que pasa con el teatro en México”, a la que seguirían las exposiciones de Celestino Gorostiza, Seki Sano, Héctor Azar, Wilberto Cantón, Carlos Solórzano y Alejandro Jodorowsky, con comentarios de Luis Guillermo Piazza.
Novo presentó entonces un resumen de su producción teatral, donde encontramos que su primera obra, ‘Tercer Fausto’, cumple este año un siglo de haber sido escrita (“tan lejos como en 1924”, dijo él, aunque Wikipedia señala que es de 1934), y fue publicada en París y en francés para “esconderla” de “la moral pública… en aquellos tiempos tan severa”.
Después, cuando “la pudibundez” se redujo “a imponer (sostenes) lovables (era la marca) a las bailarinas negras” (fue un caso real y ridículo), ya la pudo publicar en los Textos de La Capilla, el teatro de su propiedad en México. Novo era homosexual y ‘Tercer Fausto’ aborda el tema.
Es tan extensa la producción de Salvador Novo, más de 60 libros, algunos de ellos póstumos, que sería estéril querer comentarla en la brevedad de este espacio, pero no podemos dejar de destacar la recopilación de textos que, con la participación de José Emilio Pacheco, estuvo dedicada a “La vida en México” en los sexenios de siete presidentes, desde Lázaro Cárdenas hasta Luis Echeverría
Álvarez.
En cuanto a la obra que nos llevó al teatro hace seis décadas, ‘A ocho columnas’, Novo dijo que había encontrado su “masoquista identificación” en el personaje Torritos, capaz de brindar a los jóvenes un consejo y un mea culpa, y exponer lo que después quedó de él:
“El triunfo del periodista sobre el hombre. La cáscara dura y amarga que se cierra como una valva sobre un corazón imparcial que no se puede permitir el lujo humano de tomar un partido ni ser leal a nada ni a nadie. El ejercicio lucrativo de la prostitución de la palabra; del don más alto y elocuente otorgado a la expresión del hombre, degradado a llenar cuartillas, columnas, planas; a ser efímera, vacua, escandalosa y comercial”.
‘A ocho columnas’ tuvo nuevas temporadas breves entre 2018 y 2020 dirigida por Fernando Bonilla, quien en ese tiempo consideró que tenía coincidencias con la actualidad, “porque el poder siempre va a estar tentando a la prensa, pretendiendo corromperla”. (La Jornada, 23-IV-2020). El protagonista es un reportero que se enfrenta al dilema de ser ético o aceptar que en ese medio los valores morales no existen.
A causa de esa obra “basada en una historia real” (dijo el INBA en su boletín de prensa 948 de 2019), Novo fue vetado por el director de Excélsior, Rodrigo de Llano. Al respecto, varias veces escuchamos o leímos versiones de que el personaje corrupto de ‘A ocho columnas’ estaba inspirado en el reportero de ese diario, Carlos Denegri, un maestro de agradecidos periodistas a quienes enseñó cómo se reportea y cuánto se cobra (a los actores de la información), como relata Enrique Serna en la novela biográfica El vendedor de silencio (Alfaguara, 2019).
A 120 años de su natalicio y 50 de su deceso, hay mucho por leer y aprender de ese intelectual que fue Salvador Novo López.