- Por José Antonio Aspiros Villagómez
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El escritor mexicano José Agustín, fallecido en enero pasado, hubiera cumplido 80 años el próximo 19 de agosto. Era cinco meses y diez días menor que este tecleador, quien leyó dos de sus primeros libros —La tumba y De perfil— apenas salieron, y siguió después su trayectoria literaria y lo vio por televisión en programas sobre la música rock.
Cuando el polifacético autor sufrió en 2009 aquella caída desde un estrado en Puebla que lo mantuvo alejado de la creación literaria los 15 años siguientes, por segunda ocasión mencionamos en un artículo (la primera fue en 2007) que México estaba en deuda con él, pues no había recibido aún el Premio Nacional de Literatura.
Fue poco más de dos años después cuando se le otorgó el Premio Nacional de Ciencias y Artes 2011 en la categoría de lingüística y literatura, en mancuerna con el también escritor Daniel Sada Villarreal, quien falleció por esos días y se le entregó de manera póstuma. También en 2011 la Asamblea Legislativa del Distrito Federal lo distinguió con la Medalla al Mérito en las Artes
La obra literaria de José Agustín ha sido muy estudiada por los especialistas, lo mismo que su trabajo como dramaturgo, guionista, cineasta, periodista, divulgador de la contracultura y experto en lo que en un libro de su autoría definió como “la nueva música clásica”: el rock.
Un texto sin firma publicado en digger.mx, sostiene que “su relación con la música iba más allá de la admiración; era una simbiosis (pues) no se limitó a ser un espectador, sino que participó activamente en la escena musical. Colaboró con músicos, escribió letras y, a veces, incluso se subió al escenario, demostrando que su pasión por la música era tan ferviente como su amor por las palabras”.
Por ello se llama El rock de la cárcel su libro de 1986 cuya más reciente reedición data de 2022 en la serie De Bolsillo, pues en su tercer capítulo narra su estancia durante siete meses en Lecumberri, y en cierta forma remite al mensaje que contiene ‘Jailhouse Rock’, una canción escrita por los músicos estadunidenses Jerry Leiber y Mike Stoller, grabada por primera vez en 1954 por Johnny Otis pero que hizo famosa Elvis Presley en 1957. Enrique Guzmán la grabó después en español: “Un día hubo una fiesta aquí en la prisión… La orquesta de los presos empezó a tocar… Tocaron rock and roll y todo se animó…”.
El rock de la cárcel fue un libro de nuestro particular interés pues, al ser autobiográfico aunque se presta para muchos análisis, nos permitió conocer y comparar la experiencia juvenil, muy singular, de un contemporáneo que estuvo preso en el mismo lugar donde dos lustros antes (1960) este tecleador había hecho sus pinitos como reportero en los juzgados, a los 16 años.
Y que fue tan distinto a toda nuestra generación, por su temprana definición no solamente vocacional, sino existencial. A los 20 años ya sabía lo que quería como escritor y se empeñó en que fueran publicados sus primeros libros de la manera como él pretendía. En El rock de la cárcel narra todas las vicisitudes al respecto, incluido el hecho de que un corrector de estilo le quería cambiar en La tumba los “errores gramaticales inadmisibles”, que para José Agustín eran “rupturas deliberadas con la gramática ortodoxa”.
En esta obra se refiere también a sus dos precoces matrimonios -Margarita Dalton efímeramente y Margarita Bermúdez, su hoy viuda-, su inmadurez que lo llevó a cometer errores y su fallido romance con la cantante y actriz Angélica María, cuya mamá, Angélica Ortiz, fue de un gran apoyo para el escritor, tanto en su incursión en el cine, como durante su reclusión en Lecumberri.
Da también detalles de su experiencia con las drogas y sus razones para consumirlas, y de su determinación de jamás volver a estar sujeto a un horario laboral, luego de que renunció a los 25 años a su trabajo en la revista Claudia, que dirigía quien fue nuestro maestro de periodismo Vicente Leñero, y cuya redacción estaba al lado de Automundo donde llegamos a trabajar tres años después.
Menciona las veces que le fue negada una beca finalmente lograda, su paso por el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, las tantas ocasiones en que careció de dinero, el apoyo que nunca le faltó de su padre y el sentido deceso de su madre, su rechazo razonado a la etiqueta “literatura de la onda” definida así por Margo Glantz en su libro Narrativa joven de México, y cómo fue su detención y encarcelamiento en diciembre de 1970.
En poco más de 50 páginas, narra esa experiencia en el penal de Lecumberri que, a su juicio, por ser “un sitio cargado con las peores vibraciones de México… debieron derruirlo”. Pero, como sabemos, ese edificio porfirista sigue en pie y alberga el Archivo General de la Nación.
Pero cuando fue la cárcel más nefasta y famosa del país, “el lado más negro y sórdido de la sociedad” y puerta “a la corrupción y la degradación profundas”, donde estuvieron lo mismo criminales que drogadictos, locos y presos políticos, a José Agustín -acusado de posesión de drogas- le significó el final de un ciclo y el inicio de otro.
Así lo dice en su libro, donde también menciona su pérdida de fe en los abogados, sus frecuentes consultas al I Ching -un libro chino de oráculos-, su dedicación en la celda a escribir su novela Se está haciendo tarde (final de laguna) y la manera como pasó entre temores, más bien terrores, y ratos gratos cuando recibía a su esposa y otras visitas, los siete meses que estuvo en ese infierno.
José Agustín Ramírez Gómez nació el 19 de agosto de 1944 en Guadalajara, Jalisco; pasó su infancia en Acapulco, Guerrero; celebró en 2004 sus 60 años con su novela Vida con mi viuda; el 1 de abril de 2009 sufrió el accidente que lo retiró de la creación literaria aunque más adelante dijo que ya tenía lista la novela La locura de Dios (La Jornada, 14-XII-2011), y falleció en su casa de Cuautla, Morelos, el 16 de enero de 2024, dos semanas después de haber recibido la extremaunción.
Sus hijos han rastreado toda su obra inédita, para nuestra sorpresa incluidos poemas, y pretenden publicarla (Milenio, 23-VII-2024). Estaremos al pendiente.