- Hace once años fue la influenza
- Por José Antonio Aspiros Villagómez
RedFinancieraMX
Hace once años estábamos igual: paro de actividades, cubrebocas, compras de pánico, botellitas de gel, expertos en el tema que brotaban por todos lados, inquietud. Tres reporteros de la agencia Amex – Carlos Rocha, Andrés Carrera y este tecleador- reunimos entonces datos para una crónica redactada por el autor de los Textos en libertad, que es oportuno recordar y decía lo siguiente:
Crónica de una gran desolación,
por causa anunciada en horario estelar
Ciudad de México, 29 abr 2009.- Cierta normalización se registró este miércoles (29) en la capital del país, a seis días de que las autoridades federales anunciaron por televisión en horario estelar que había una epidemia de influenza y comenzaron a tomar medidas para contener su propagación.
En menos de una semana, una de las ciudades más grandes del mundo logró que sus 18 o 20 millones de habitantes y población flotante comprendieran los riesgos del mal, y colaboraran con medidas como usar el tapabocas y fortalecer sus hábitos higiénicos.
Luego que los gobiernos federal y capitalino implementaron medidas de emergencia por este virus, los habitantes decidieron obligada y disciplinadamente acatarlas y resguardarse en sus hogares, y quienes han salido a la calle -demasiados, pero casi no se ven- lo hacen en su mayoría con el cubre boca para evitar el contagio de la gripe porcina.
Esta vez nadie se salvó de evadir las medidas obligatorias tomadas por las autoridades de Salud, al cancelar cualquier acto masivo, servicio en restaurantes, cines y actividades deportivas, y hasta las iglesias permanecen cerradas por esta influenza que afecta principalmente la capital mexicana.
El martes (28), empero, muchos de los devotos de San Hipólito llegaron al templo respectivo en las avenidas Reforma y Puente de Alvarado, sólo para encontrar las puertas cerradas.
La capital del país se ha vuelto por momentos casi una ciudad fantasma que hace recordar a Juan Rulfo cuando su personaje Pedro Páramo llegó a Comala.
Desde que, en la noche del 23 de abril las secretarías de Salud de los gobiernos federal y capitalino informaron del cierre de escuelas debido a la influenza, el paisaje del Distrito Federal cambió hasta volverse triste y desolado, principalmente al inicio de esta semana.
Calles casi vacías, transportes públicos con unos cuantos pasajeros y planteles escolares cerrados, fueron la primera postal que contrastó en días posteriores con la de los centros comerciales abarrotados por compras desmedidas de alimentos y gente deambulando en busca de tapabocas en las farmacias.
Esos pequeños adminículos se agotaron en las boticas y era necesario ir hasta ciertas estaciones del metro y aún al aeropuerto o al Zócalo para conseguir uno porque allí hay soldados regalándolos, o comprarlos en un mercado negro que se creó, con su consecuente encarecimiento.
Cines, estadios deportivos, museos y teatros cerrados, fueron el preámbulo a la suspensión obligatoria de actividades en los bares y restaurantes, incluidas las fondas a donde acuden regularmente los empleados a tomar sus alimentos.
Es difícil determinar dónde han estado los millones de personas que diariamente transitan por las principales calles de la ciudad, y que no se han dejado ver en estos días. Al parecer “huyeron” de la ciudad, porque vecinos de unidades habitacionales han visto reducido a la mitad el número habitual de automóviles en sus estacionamientos.
Apenas hoy se tiene la percepción de que el flujo humano citadino ha comenzado a normalizarse.
Sorprende ver que desde el martes algunas cadenas de restaurantes comenzaron a distribuir entre los pocos peatones que pasaban, volantes para anunciar su nuevo servicio de entrega domiciliaria, muy bien impresos como si ya los tuvieran desde antes de saber de la suspensión del servicio. Otros sólo colocaron letreros hechos a mano.
El gigantesco edificio del World Trade Center, que siempre tiene gran afluencia humana, registra también mucho menos visitantes y algunos comercios en su interior han cerrado, como un síntoma de lo que ocurre en otros sitios similares de la metrópoli.
Entre las personas “de a pie” -especialmente entre los jóvenes- se percibe una epidemia de miedo que poco a poco va disminuyendo pero que aún no desaparece por completo.
Muchos de quienes habitan en la urbe se han transmitido un gran sentimiento de paranoia, e incluso se sienten acechados, acosados hombres y mujeres por igual, por algo que no saben o no quieren expresar qué es. Pero guardan silencio; no hay escenas de pánico.
También se ha dado un sentimiento colectivo de solidaridad a través del uso casi generalizado del tapabocas, que al menos brinda tranquilidad a quienes conviven en calles, transportes, bancos, hospitales, de que la persona de junto no los va a contaminar.
Es bien sabido dentro de los argot cinematográfico y literario que la realidad siempre supera a la ficción, y esta vez no fue diferente: la capital de México prácticamente está bajo a la amenaza de un virus que, hasta donde se sabe, porque ya los citadinos aprendieron esto, está compuesto por dos partículas de animales (cerdo y ave) y una de humano, lo cual convierte al virus en mutante.
Siguiendo con el símil del cine, los millones de habitantes que pueblan la ciudad capital están desaparecidos o escondidos en su mayoría, y no asistieron al llamado del director de escena después de haber sido convocados como extras.
Pero el virus sí se asumió como la estrella y no se conformó sólo con México: quiere invadir nuevos países, nuevas pieles, nuevos humanos, aunque aquí, según el jefe del Gobierno de la ciudad, no se ha expandido más de lo normal o, dicho de otra manera, los defeños se han acostumbrado a vivir con él, así como lo hicieron con el narcotráfico, la corrupción, la violencia.
Ahora este virus ya no sólo depende de México y, cuidado con los que no se puedan adaptar a él, con los que no estén aquí. La ciudad de México se ha mantenido, está luchando, y no se sabe si ya pasó lo peor, o está por venir. (Fin de la transcripción).