Textos en libertad

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  • El siglo perdido por la Revolución Mexicana
  • (Octubre en la vida de Martínez Corbalá)
  • Por José Antonio Aspiros Villagómez

RedFinancieraMX

 

En memoria de mi tía María de Jesús Aspiros Olivera,

 quien falleció cerca de los 97 años el pasado día 16.

Descanse en paz.

 

         El 15 de octubre se cumplió el segundo aniversario luctuoso del diplomático y político Gonzalo Martínez Corbalá, quien era embajador de México en Chile en 1973 cuando se produjo la traición de los militares de ese país contra el presidente Salvador Allende.

         Ese fue un episodio del que informó al mundo entero el periodista mexicano Manuel Mejido, reportero del diario Excélsior que se encontraba entonces en Santiago, y autor del valioso libro sobre aquella experiencia Esto pasó en Chile (Editorial Extemporáneos), que todavía se consigue usado en los mercados virtuales y de cuya primera edición hay un ejemplar en nuestra biblioteca. Por una coincidencia, Mejido y este tecleador recibimos en la misma fecha y lugar nuestro título de licenciados en periodismo.

         De octubre de 1991 a octubre de 1992, casi dos décadas después del cuartelazo pinochetista tras el cual la embajada de México en Santiago se convirtió temerariamente en refugio de los perseguidos políticos, Martínez Corbalá fue gobernador interino de San Luis Potosí y fracasó en su intento de ser después gobernador constitucional. Murió a los 89 años en 2017, por coincidencia también en octubre.

         Y fue en un mes similar, hace ahora dos décadas, cuando el político potosino escribió una reflexión crítica acerca de la Revolución Mexicana hecha gobierno, donde reprodujo una sentencia del dramaturgo y poeta alemán decimonónico Friedrich Hebbel: “cuando una revolución se pierde, se pierde también un siglo entero”.

         Nos fue imposible determinar dónde publicó Martínez Corbalá su artículo titulado “¿Un siglo perdido?”, cuyo texto completo se conserva en nuestros archivos digitales fechado el 5 de octubre de 1999.

         Se trata de un juicio vigente y útil para el análisis de la historia política, y hasta un tanto premonitorio, escrito un año antes de que ‘la Revolución’ perdiera las elecciones presidenciales por primera vez desde que se unificó en un solo partido. Recordemos que José López Portillo dijo alguna vez durante su mandato (1976-1982) que él era “el último presidente de la Revolución” y enseguida llegaron los entonces llamados tecnócratas.

         En su escrito, Martínez Corbalá dice sobre la sentencia de Hebbel que, “en lo que a nuestro gran movimiento social se refiere… (la Revolución de 1910), es absolutamente impostergable preparar los argumentos y las respuestas que tendremos que dar los mexicanos a las preguntas que se formularán, sin duda, en el próximo aniversario (20 de noviembre de 2000)”.  

         Sin saber todavía que el siguiente gobernante emanaría del PAN, un partido opositor al suyo (el PRI), el diplomático vaticinó que “en la toma de posesión de quien será ya, en el nonagésimo aniversario de nuestro gran movimiento armado, el presidente electo, se habrán de definir muchas cuestiones sociales de gran trascendencia”.

Vislumbraba cambios y propuso determinar en esa oportunidad, “mediante un plebiscito nacional”, sí sería ya “necesario inhumar la Revolución Mexicana, o si seremos capaces nosotros –una vez más– de rescatar algunos principios fundamentales, que (acusó) han sido poco menos que letra muerta en varios sexenios del régimen de la Revolución”.

Pero el plebiscito se dio en las urnas en el año 2000 y con resultado adverso, y de todas maneras el proceso de inhumación ya había estado desde antes a cargo de los propios gobiernos neoliberales del PRI, como él mismo de alguna manera lo reconoció.

         A su juicio, en ese plebiscito habría que acordar, por ejemplo, el futuro de Petróleos Mexicanos, empresa que -señaló- “ha servido con creces al pueblo mexicano y sus finalidades del desarrollo, a pesar (una acusación más) de los obstáculos burocráticos y de las desviaciones administrativas, y aún políticas, que se han registrado con cierta frecuencia”.

Para él, “la gran cuestión… ya planteada por la fuerza de los hechos”, era si sería “posible mantener el carácter de la propiedad pública de Pemex” o si era “el caso ya, de pasarla a manos de la empresa privada”.

A su parecer, la explotación de los energéticos fósiles debería “estar bajo el dominio de todo el pueblo mexicano, por razones técnicas y estratégicas, de seguridad nacional”, más allá “completamente de consideraciones de orden ideológico” o de “ideas nacionalistas inoperantes al final del siglo XX” tras el “colapso de las ideologías”. Temió, así, que lo llamaran ‘trasnochado’.

El último de sus correligionarios en el poder se convirtió en aquel de quien el presidente Adolfo López Mateos había vaticinado ante el pueblo: “no se confíen porque en años futuros algunos malos mexicanos identificados con las peores causas del país, intentarán por medios sutiles entregar de nuevo el petróleo y nuestros recursos a los inversionistas extranjeros… Solo un traidor entrega su país a los extranjeros”.

Martínez Corbalá propuso, ya desligado de los principios ideológicos pero no de los valores, “adaptar la teoría a la realidad con un sentido pragmático y con la sensibilidad social” para “registrar los pequeños movimientos telúricos que generan las fuerzas sociales” y, como si fuera un adelantado de la 4T, se pronunció por “una acción política apta para lograr la paz pública y consolidar la seguridad nacional, mediante la satisfacción de las necesidades sociales de salud, educación y vivienda”. Como se pretende ahora, todavía sin resultados.

La condición -consideró- para “garantizar… todo ello”, es que lo que llamó “las categorías esenciales, de interés general –nacional–”, estuvieran “en las manos del propio pueblo” (sin intermediarios, se entiende), y tocaría al Estado “garantizar que prevalezcan y se salvaguarden los intereses generales sobre los particulares”.

Pero “la seguridad nacional no constituye un objetivo en sí (…) y su propósito final debe ser asegurar la independencia y la soberanía del Estado nacional, la libertad de sus ciudadanos y la libertad y medios para desarrollarse económica, social y culturalmente, es decir, la definición exacta de lo que denominamos desarrollo”, opinó Martínez Corbalá en consonancia con las ideas de la luchadora sueca contra la carrera armamentista y las armas nucleares, Inga Thorson.

“De otro modo -fue su conclusión que ya no tendría sentido, pero él creía que su corriente política sería eterna-, se trata de repensar la Revolución Mexicana para el siglo XXI en términos de eficacia y de aumento en la productividad de la economía, sin perder de vista el progreso social, como la categoría fundamental de la estructura y del ejercicio del poder, y también de lograr un modelo de desarrollo equilibrado y sustentable por la sociedad nacional”.

         Nuevos aires políticos contribuyeron, si no a inhumar la Revolución Mexicana, sí a dejarla como el hito precursor de la hoy pretendida Cuarta Transformación. Pero, ¿hubo por eso un siglo perdido?