Textos en libertad

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  • Efraín Huerta, el cocodrilo de la avenida Juárez
  • Por José Antonio Aspiros Villagómez

 

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Hace una década, los nombres de tres destacados escritores mexicanos fueron colocados con letras de oro en los muros de la entonces Asamblea de Representantes del Distrito Federal, al cumplirse un siglo de su centenario natal.

         Octavio Paz, nacido el 31 de marzo de 1914, Efraín Huerta el 18 de junio y José Revueltas el 20 de noviembre, recibieron así el reconocimiento de los representantes populares de la capital del país.

         Hubo otros homenajes, pero antes recordemos que, en 2008, una comisión de la Cámara de Diputados rechazó que se pusiera en los muros de ese recinto el nombre de Octavio Paz, por carecer el personaje de un perfil heroico.

         Pero en 2014, el centenario de su natalicio lo celebró el gobierno federal en la Biblioteca de México, de la Ciudadela, con el presidente Enrique Peña Nieto como único orador; hubo un acto cultural en el Palacio de Bellas Artes con la presencia de destacados literatos nacionales y extranjeros, y se develó una placa en el Senado de la República. Un día antes había fallecido su hija Helena Paz Garro, a cuyo sepelio no asistieron las lumbreras de la cultura.

         José Revueltas también recibió diversos homenajes en universidades, en su natal Durango y hasta en el antiguo penal de Lecumberri, donde estuvo preso, lugar ya convertido para entonces en Archivo General de la Nación.

         Nos ocuparemos de él en su CX aniversario dentro de cinco meses, para centrarnos ahora en Huerta, de quien al cumplirse en 1987 un lustro de su deceso, se publicó una semblanza de nuestra autoría en el Anuario de la Editorial Tiempo y Lenguaje.

         Nativo de Silao, Guanajuato, Huerta recibió en su centenario natal el homenaje de la Ciudad de México, a la que dedicó parte de su obra, con la develación de una escultura en la esquina de avenida Juárez e Iturbide, consistente en un libro abierto, hecho en mármol por el escultor zacatecano Juan Manuel de la Rosa, en cuyas páginas se reproducen las primeras líneas de su poema titulado precisamente ‘Avenida Juárez’.

         El periodista Luis Carlos Sánchez escribió en Excélsior (10-IV-2014) que, con esa escultura, se consumaba un deseo de Huerta quien en uno de los numerosos poemínimos que publicó a partir de 1973, había sentenciado: “ahora me cumplen o me dejan como estatua”. Sus poemínimos eran poemas irónicos y jocosos de unas cuantas palabras en lenguaje popular.

         Efraín Huerta fue un fanático de los cocodrilos, coleccionaba reproducciones de ellos y en una fecha tan lejana como el 1 de enero de  1949, hasta publicó en la revista Cinema Reporter un relato chusco sobre esos animales, del que El Universal reprodujo un fragmento el 18 de junio de 2004, cuando se cumplieron 90 años del natalicio del poeta y periodista.

         En ese texto lleno de humor, Huerta fijó sus principios ante la vida. El “cocodrilismo” –escribió– había nacido en “el honorable pueblo guanajuatense llamado San Felipe Torres Mochas” como “una escuela lírica y social” opuesta al existencialismo, al angelismo “y a otras actitudes frente a la vida”. Ese movimiento representaba una “flamante posición ante la existencia” y “nueva dimensión del sentimiento creador”, así como una “extraordinaria escuela de optimismo y alegría”.

         Hacia 1974, en el transcurso de una larga hospitalización, hizo los Cuadernos del Cocodrilo, y dos antologías póstumas de sus poemas llevan también en su título el nombre de ese reptil.

         Por ello cuando se cumplieron cien años de su natalicio, el Gobierno del Distrito Federal le organizó junto con las instancias oficiales de cultura locales y federales, un homenaje llamado “Gran Lagarto” consistente en lecturas en voz alta y publicación de su poesía, en especial una edición facsimilar de Los hombres del alba (1944) que fue su obra más celebrada y tiene un lugar destacado dentro de la poesía hispanoamericana por su estilo rupturista.

         También como parte de los actos previstos figuró la inauguración de la escultura mencionada, ‘Avenida Juárez’. El poema de Huerta con ese nombre, escrito en los años cincuenta, según un análisis anónimo publicado en huertaefrain.wordpress.com, es la expresión del desencanto. “La desesperanza se hace patente desde los primeros versos por medio de comparaciones y metáforas que inmediatamente nos remiten a lo muerto y a lo deprimente”, considera el comentarista: “Uno pierde los días, la fuerza y el amor a la patria”, dice en su comienzo el poema.

         Y termina con un “Pues todo parece perdido, hermanos, / mientras amargamente, triunfalmente, / por la Avenida Juárez de la ciudad de México / —perdón, Mexico City—“, los turistas “pisotean la belleza, envilecen el arte” y “y lo dejan a uno tirado a media calle / con los oídos despedazados / y una arrugada postal de Chapultepec / entre los dedos”.

         Duro ese lenguaje, y también las partes que aquí omitimos. Huerta era un autor de protesta no obstante su sentido del humor, del amor y de la belleza; izquierdista pero no militante, que asistió en 1952 al Congreso Mundial por la Paz, en Berlín, y a continuación escribió su poema ‘Hoy he dado mi firma para la paz’.

         Quien fuera apodado ‘El gran cocodrilo’, murió de cáncer el 3 de febrero de 1982 (no en 1968 como publicó el Diccionario Porrúa). Una década antes había perdido la voz a causa de una cirugía, pero siguió escribiendo en el hospital; en 1975 recibió el Premio de Poesía Xavier Villaurrutia, y al año siguiente el Nacional de Literatura. Por mucho tiempo había sido un autor subestimado, y en 1968 comenzó a recibir reconocimientos.