Textos en libertad

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  • Hace quince lustros y catorce sexenios (III y último)
  • Por José Antonio Aspiros Villagómez

 

RedFinancieraMX

 

En 1958, la revista de la secundaria 3 ‘Héroes de Chapultepec’ publicó nuestro primer texto periodístico: una notita sobre la historia de ese plantel, y cuando llegó a su LXXX aniversario en 2006 el diario El Universal comentó (28 de febrero) que en él habían estudiado los presidentes Echeverría, López Portillo, De la Madrid y Salinas de Gortari (sexenios de 1970 a 1994).

 

Recordamos que allí estuvieron también y fueron nuestros compañeros durante el tercer lustro de vida, el después escritor Parménides García Saldaña y los hermanos Carlos Amador y Manuel, hijos del editor de la revista Tele-Guía Carlos Amador Martínez y la actriz Marga López. Ahora, uno es actor y el otro médico.

 

En nuestra época fue director de ese plantel el maestro Jesús Teja Andrade, muchos estuvimos en la Cruz Roja Juvenil y adelantamos el Servicio Militar Nacional en la Plaza de la Ciudadela, donde ponían la Feria de la manzana los productores de Zacatlán, Puebla, y ahora -no obstante su estupenda Biblioteca México ‘José Vasconcelos’- es un rumbo desagradable por tanto comercio callejero.

 

Un día, un estudiante de otra secundaria nos dio la noticia de que en Estados Unidos había un cantante que estaba causando furor. Se llamaba Elvis Presley y él compraba sus discos porque de una tienda le avisaban cuando llegaban a México. La excitación se generalizó poco después aquí con todo y la moda de los copetes, y se convirtió en un irreversible despertar juvenil al ritmo del rock and roll.

 

Todo eso fue en el sexenio de López Mateos, que coincidió asimismo con nuestra precoz incursión en el medio laboral. Porque, tras la muerte del abuelo, quedó a nuestro cuidado la abuelita María, cuyos recursos eran limitados. Urgía que trabajáramos y lo hicimos en lo que fuera -un taller de radio, un banco, un hospital- para pagar los estudios en la escuela de periodismo ‘Carlos Septién García’ donde tuvimos como texto Periodismo trascendente, de Salvador Borrego, y conocimos al inolvidable maestro Alejandro Avilés.

 

Cuando terminó ese sexenio nos iniciamos en el reporteo antes de concluir la carrera. Así, pudimos cubrir en 1964 los últimos actos del presidente López Mateos, entre ellos las fiestas patrias y la inauguración de museos, además del inicio del movimiento de los médicos residentes e internos. Sólo muchos años después, conocimos versiones ya olvidadas y al parecer nunca probadas, o tal vez infundios, de que aquel mandatario era de origen guatemalteco, hijo de un español y miembro del partido comunista.

 

En ese mismo sexenio se amplió el Paseo de la Reforma hasta la ex garita de Peralvillo y ello generó la demolición de muchas construcciones, entre ellas el teatro Tívoli. Nunca hubiéramos imaginado que dejaran entrar a ese centro de ‘burlesque’ a alguien con apenas tres lustros de vida, pero así fue y pudimos ver a Gema y otras desnudistas poco antes de que demolieran tan candente lugar.

 

Vino el sexenio de Gustavo Díaz Ordaz y, una vez alcanzada la ciudadanía poco después del cuarto lustro, pasamos ante el registro civil y el altar, dejamos Tacubaya y llegaron los cuatro amados hijos (Hugo, Diana,  Paty y Susi, la menor ya en la etapa de Luis Echeverría), lo cual nos hizo tempranamente adultos y nos marginó de algunas vivencias propias de la edad, pero no del gusto por la nueva y estridente música de los grupos juveniles.

 

Empero, ya no fue fácil seguir en paralelo la llegada de la ola inglesa y el posterior surgimiento de lo “pop”. El escritor José Agustín, también nacido hace 15 lustros, sí se metió al rock pesado y se volvió un gran conocedor, mientras otros conocidos de la misma edad se quedaron en el danzón. Hubo muchas orquestas de ese género bailable, como la de Carlos Campos y la de Acerina, que recordamos de momento.

 

Pasaron nuevos sexenios, acumulamos experiencias y saberes, perseveramos en la profesión y tuvo lugar un nuevo matrimonio en los tiempos de Miguel de la Madrid. Fue hasta finales del sexenio de Felipe Calderón y ya con más de doce lustros encima, cuando los estudios de periodismo y las obsesivas gestiones del colega Teodoro Rentería Arróyave ante la Secretaría de Educación Pública, nos abrieron las puertas a la licenciatura.

 

A Tacubaya regresamos sólo una vez, antes de cambiar de residencia y dejar la capital del país. Fue porque la revista Relatos e historias en México publicó un planito del rumbo para ilustrar un artículo, y entre los sitios que señalaba como importantes estaba la esquina de la casa de los abuelos. Nos despertó curiosidad. La abuelita -fallecida a mediados del sexenio de Echeverría- había vendido ese inmueble en 1970 y conocíamos al comprador, quien había hecho modificaciones interiores y rentaba cuartos a sus paisanos de Oaxaca.

 

Quién sabe por qué, a esa publicación le pareció importante destacar junto con lugares históricos de Tacubaya lo que encontramos: un gran salón de fiestas sin mayor importancia, y que no estaba en el predio familiar, sino en los dos contiguos, donde en nuestra infancia estuvieron otra finca particular y una vecindad.

 

La casa de los abuelos ahí sigue. Con su misma fachada fea, ya sin los pinos del interior ni el pirul de afuera, y tal vez tampoco conserve la artística ventana con vidrios de colores que tenía el comedor, ni el vitral del baño, ni los chayotes, higos, brevas, granadas, rosales, helechos y un sinfín de otras plantas que ya existían cuando dieron inicio los 15 lustros comentados parcialmente en este relato, mismos que corresponden a los 14 sexenios habidos de un Manuel a otro: desde el segundo tercio del de Manuel Ávila Camacho, hasta los inicios del de Andrés Manuel López Obrador.

 

Y porque se adelantaron, evocamos ahora a quienes este año también hubieran cumplido 15 lustros y fueron figuras que usted identifica, como Germán Dehesa, Alejandro Aura, Fanny Cano, Francois Cevert, Rocío Durcal, Rocío Jurado, Joe Frazier, Luis González de Alba, José María Pérez Gay, María Luisa Puga y Barry White, aunque la lista es larga. Gracias a usted por leernos; llegamos también a once lustros en la tecla.