- Cáncer o arsénico: hace 200 años murió Napoleón
- Por José Antonio Aspiros Villagómez
RedFinancieraMX
En memoria de mi tío Rafael Villagómez González
(22-IV-1921/27-XII-1985), en su centenario natal
El próximo 5 de mayo se cumplirán dos siglos de que murió el emperador francés Napoleón Bonaparte Ramolino, y todavía existe el debate sobre si fue envenenado con arsénico, o padecía un cáncer de estómago como indicó la autopsia. En conocidos retratos de él como primer cónsul y luego como soberano, aparece con una mano sobre el estómago -como si le diera consuelo-, semioculta bajo el chaleco, aunque no es el único personaje que ha posado así.
Con grandes victorias y grandes derrotas en su afán por dominar Europa y el Mediterráneo, Napoleón cayó finalmente prisionero de los ingleses en la batalla de Waterloo (hoy Bélgica, 1815) y fue desterrado a la isla de Santa Elena -a la mitad del océano Atlántico- donde falleció en 1821 cerca de cumplir los 52 años.
Aun cuando el libro Déspotas, tiranos y otros hijos del mal (Editorial Lectorum, México, 2015) incluye en sus páginas a Napoleón por “megalómano”, en Francia es un héroe cuyos restos descansan desde 1840 en Los Inválidos en París (también los de su hijo Napoleón II y otros familiares), muy cerca del río Sena a cuyas orillas él había pedido ser sepultado. Cuando el ex presidente de México Porfirio Díaz visitó Los Inválidos durante su exilio, como una deferencia fue puesta en sus manos por un momento la espada de Napoleón.
Obviamos en este espacio la trayectoria de Bonaparte como militar y gobernante, porque la conocen muy bien los lectores -o deberían pues ha inspirado numerosos estudios, novelas, biografías, pinturas, películas y objetos de colección-, para revisar las investigaciones que, si bien no se ponen de acuerdo sobre de qué murió el emperador hace 200 años, las más recientes se han inclinado por lo que reveló la disección.
El emperador sobrevivió a las muchas batallas donde tomó parte, y en cambio falleció en la tarde del 5 de mayo de 1821 en la cama de su habitación en la isla inglesa Santa Elena, donde su salud desmejoró y perdió peso desde su reclusión ahí en octubre de 1815, tras haber abdicado a la corona francesa. Consciente de su condición, había solicitado que cuando falleciera le hicieran una autopsia y que fueran repartidos entre su familia algunos cortes de su cabello.
Hay dos versiones sobre cuáles fueron las palabras que repetía en sus últimos días quien había nacido en Córcega en 1769: “France, l’armée, Joséphine”, o bien “tête, armée, Mon Dieu”. O ambas. El 6 de mayo le practicaron la autopsia y el 7 fue hecha la mascarilla mortuoria que él había solicitado para su hijo Napoleón Francisco. Fue embalsamado y sepultado en la misma Santa Elena, hasta que en 1840 repatriaron sus restos tras constatar, el 16 de octubre de ese año, que sí eran los suyos.
En esa fecha -nos indica en un texto científico el doctor Rafael Muci-Mendoza, de Venezuela- comenzó el debate sobre la verdadera causa de la muerte del personaje, ya que encontraron su cuerpo incorrupto, lo cual fue atribuido a que había arsénico en él, y así surgió la teoría del envenenamiento.
Las investigaciones determinaron que sí tenía arsénico en el cabello que le fue cortado al morir. Entre las hipótesis expuestas, una señala que el veneno le había sido suministrado lentamente por conspiradores para impedir que escapara, como ya lo había hecho antes de la isla de Elba, con la idea de recuperar el trono francés. (Recordemos de paso a Edmundo Dantés, acusado de bonapartista y encarcelado tras una estancia fortuita en Elba, donde conoció al emperador, según la fantasía de Alejandro Dumas en su extraordinaria novela que todos hemos leído, El Conde de Montecristo).
¿O acaso el presunto magnicidio sería obra del gobernador inglés de Santa Elena, Hudson Lowe, a quien Bonaparte le reclamó sus constantes vejaciones y le dijo que tenía un “alma demasiado vil”, pero que cuando muriera sería sepultado “en el polvo del olvido”, mientras que “el emperador Napoleón será siempre el ornamento de la Historia”? Porque, en su testamento, el corso dijo que moría “antes de tiempo, asesinado por la oligarquía inglesa y sus asesinos a sueldo”.
En su trabajo presentado en 2007 ante la Academia Nacional de Medicina de Venezuela y publicado al año siguiente en la Gaceta Médica de Caracas, el científico Muci-Mendoza cita otra versión, según la cual lo del tóxico habría sido maquinado por el asistente de cámara del emperador, Charles Tristan, Conde Montholon, en venganza por un presunto triángulo amoroso que involucraba a su esposa Albine.
Hubo una ruidosa controversia entre los defensores de la teoría del veneno y los de la del cáncer. En el primer grupo figuró el doctor Sten Forshufvud, autor del libro ¿Quién mató a Napoleón? y su colega Ben Weider argumentó que el cautivo estaba gordo, mientras que el cáncer de estómago enflaquece a quien lo sufre, según el trabajo de Muci-Mendoza.
Por el otro lado, la argumentación a favor de la muerte por cáncer comienza por recordar que Carlo, el padre de Bonaparte, y su hermana Paulina, también habían padecido ese mal (aunque médicos actuales tienen sus dudas), pero además en él habría influido tanto su dieta como militar, con mucha sal y escasas fruta y verduras, como la bacteria helicobacter pylori (y no existía el medicamento Pylopac).
Y además existe la autopsia, que “describe un tumor gástrico de 10 cm de extensión” y un sangrado “en el tracto digestivo (que) fue la causa inmediata de su muerte” -dice el estudio del médico venezolano apoyado en diversas fuentes científicas-, que en este caso sí menciona que Napoleón perdió entre nueve y once kg de peso en sus últimos meses de vida (calculados por la talla de sus pantalones y la medida de la grasa subcutánea) y ese era “otro signo de cáncer gástrico”.
El médico de cabecera del emperador, Franchesco Antommarchi, corso también, tuvo a su cargo la autopsia en presencia de ocho galenos británicos y otros nueve observadores, y todos los detalles del diagnóstico macroscópico se refieren a los hallazgos en el estómago y ninguno alude a intoxicación por arsénico.
Contribuyó a acelerar la muerte de Napoleón Bonaparte un “tratamiento médico inapropiado” por parte de los doctores a cargo, que incluyó lavados intestinales y purgantes, entre ellos -pese a la oposición de Antommarchi- varios en dosis elevadas “que en conjunto forman cianuro de mercurio”.
Finalmente, “la inquietud moral (…) el menosprecio, los pequeños desaires, la hiel de la derrota, la inactividad forzada y la predisposición a la depresión crónica (…) la tristeza (y) una angustiosa melancolía, fueron suficientes para crear una situación proclive a la eclosión de un tumor maligno”, y aun cuando hubiera sido liberado o se hubiera escapado de Santa Elena, “su condición de canceroso terminal” no le habría permitido “continuar jugando un rol preeminente en la política europea”, dice en su colofón el trabajo científico del médico venezolano ya citado.