Singladura

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  • ¿Pues qué afán de pelear?
  • Por Roberto Cienfuegos J.

RedFinancieraMX

En domingo, un día habitualmente de sosiego, tranquilidad, de recarga energética positiva, de convivencia familiar y aún de planeación y reflexión para muchísimas personas en México y el mundo, el presidente López Obrador enderezó sus dardos contra The Economist, nada raro tratándose de prensa incómoda o crítica, pero insospechadamente y esto si mucho más de llamar la atención, la ironía y aún sorna presidencial contra el poeta Gabriel Zaid, al llamarlo “sabiondo”.

Y claro que al llamar “sabiondo” al gran Zaid, de 87 años, dijo el presidente una verdad, de esas que tanto se extrañan en el México de estos días, emponzoñado hasta la médula o si prefiere hasta el tuétano. Nadie en este país y en muchos del extranjero podría negar a Zaid su calidad y hondura como sabio, de esos pocos que restan en este mundo banal, esquizoide y si acaso de cultura rápida.

Por eso es que llama la atención el tono presidencial al usar el calificativo de “sabiondo” en contra de Zaid. ¿Qué hay detrás de este uso prácticamente despectivo del presidente para calificar a Zaid? No me lo quiero imaginar, pero resulta revelador de la personalidad presidencial que ha exigido de sus colaboradores 90 por ciento de honestidad y 10 por ciento de experiencia, al tiempo que ha públicamente menospreciado la preparación, el conocimiento y/o la formación académica hasta casi convertirlos en sinónimo de corrupción, e impedimentos u obstáculos para incorporar a personas a cargos públicos en su gobierno.

Puede si acaso aceptarse que el presidente tenga razón en cuanto a que numerosos funcionarios del pasado no fueron menos corruptos por preparados, formados académicamente o experimentados. Es cierto, pudiera aceptarse en un extremo, que como se decía antes “lo leído y escribido” no quita lo corrupto. Sobran evidencias. Pero hay que matizar porque aunque suene a Perogrullo ni todos los “leidos y escribidos” son o fueron corruptos, ni todos los corruptos son “leídos y escribidos”. Muchas veces son sólo corruptos. Además, nadie debería desdeñar el valor de la preparación, conocimiento y experiencia para asumir cargos o tareas de responsabilidad en especial en la esfera pública. Después de todo, la corrupción tiene un millón de rostros y uno de ellos es la falta de experiencia.  De hecho, es inválido aceptar que la honradez por sí sola basta para desempeñar cargos públicos, y más bien, podría equivaler a un acto de corrupción con consecuencias gravísimas, el reducir la calidad y exigencia para un funcionario a su sola condición de honestidad.

Pero llama muchísimo la atención que esta vez, el presidente se lance contra nada menos que Gabriel Zaid, -aun cuando sólo lo nombró por apellido- quien goza de un elevado prestigio y respeto intelectual gracias a su producción intelectual y aún reserva y/o sigilo público. Zaid, me parece, no merece la sorna presidencial, y/o que a los 87 años de vida y obra que acumula se le involucre en ningún apetito vergonzante y vergonzoso.

Para decirlo una vez más en términos coloquiales: Zaid está más allá del bien y del mal a estas alturas de su vida creadora e inteligente.

Pero el presidente, aún en domingo, y cuando anda recorriendo esos bellos paisajes de la geografía chiapaneca, no se ahorra ironías al menos, que como en este caso resultan absolutamente innecesarias, ofensivas y cargadas de sorna. La edad de Zaid, por sí sola, debería bastar para guardarle respeto o consideración, conforme los criterios que muchos mexicanos heredamos.

¿Pues qué trae el presidente? Cuando dice que la transformación de México, que él encabeza, es imparable, pacífica -sí, dijo pacífica- democrática -también lo dijo- y con dimensión social, es ya imparable, así les guste o no a los conservadores, The Economist y el sabiondo Zaid, pues cómo que algo anda mal en el ánimo presidencial.

¿O es que acaso tanto incomoda al presidente la sola opinión del veterano y venerable Zaid sobre su gobierno?

ro.cienfuegos@gmail.com

@RoCienfuegos1