- Locura urbana…
- Por Roberto Cienfuegos J.
RedFinancieraMX
Es de noche, la noche del jueves 11 de diciembre pandémico en la ciudad de México. Camino entre una plétora de devaneos sobre la antigua calle de San Juan Letrán, hoy Eje Central Lázaro Cárdenas como la comisión de nomenclatura urbana la renombró al engullir seis nombres de igual número de tramos de esta extensa vía urbana a finales de la década de los 70´s cuando la ciudad estrenó sin gran gloria la época de los hoy denominados Ejes Viales.
A la altura de Eje Central y 16 de Septiembre, bajo el oteo eterno de la Torre Latinoamericana, la férrea estructura emblemática de una ciudad que de no ser por su historia secular parecería estar caminando a ritmo acelerado a su autoextinción, sorprende -sí, aunque parezca increíble- por su decadencia, desorden, suciedad en arroyos y aceras, y peor aún, el tumulto de niños, mujeres, hombres, ancianos y ancianas en una frenética carrera de fin del mundo en la víspera de la Navidad. El caos es la ley. Ni siquiera asoman a distancia, en ninguno de ambos sentidos, los trolebuses, una especie de mamut azul que mal circulan en sus carriles dizque confinados, pero que nadie respeta en la ciudad de México como parte de la hecatombe en ciernes que según todos los indicios incuba la pandemia de la Covid-19 sin que importe prácticamente a nadie.
La ausencia de trolebuses azules trasunta el hecho inesperado, sorpresivo tal vez e irregular en el desmadroso devenir de la bisnieta de México-Tenochtitlan, el joyel prendido en las aguas que sorprendió a las huestes de Cortés y abrió paso entonces al trabajo del agrimensor y alarife Alonso García Bravo para proyectar la traza reticular de la gran ciudad colonial que nacía en la primera mitad del siglo XVI.
Ahora, la ciudad sorprende por otras razones y circunstancias menos, mucho menos promisorias que entonces.
Los pochtecas y/o tamemes modernos salen al paso accidentado, sin orden ni concierto. Están aposentados en las aceras y han cerrado la libre circulación a partir de la esquina donde despunta la Torre Latinoamericana, todavía un símbolo de la que un día fue llamada muy noble y leal ciudad de México.
Entre el tumulto y el adiós por supuesto a la sana distancia, si es que ésta última sugerencia o recomendación fue alguna vez observada, la ciudad -insisto- parece programada para su autoextinción, y con ella la ciudadanía, con sus infantes, adolescentes y jóvenes, que a viva voz mandan al carajo todo por la expectativa enana del aquí y ahora sin importar más que un cacahuate la salud o la vida misma.
A escasa distancia, en la Alameda Central, el primer paseo mexicano dicho sea de paso, la vida de la ciudad atraviesa el ánimo colectivo con idéntico frenesí, sin consideración, previsión o temor alguno. Ya aquí bailan las parejas al ritmo de las cumbias, tomaditas de las manos, ya más por allá, se multiplican las parejas de igual sexo en romances tan tórridos como arriesgados y pasionales en pleno diciembre. Por allí también se arremolinan decenas de capitalinos para escuchar a un payasito que con retruécanos y entre albures comparte momentos de risas, aunque también de uno u otro bostezo. Un grupo entona con su mejor esfuerzo aquella pieza de México lindo y querido que hizo famoso al Charro Cantor. ¿Cubrebocas, sana distancia, permanecer en casa, lavarse las manos? ¿Cómo para qué? Retan con una pregunta que responden con su esfuerzo pulmonar para seguir las estrofas del tema, un himno nacional cargado de nostalgia, amor y exigencia por el terruño. ¿El virus? Me pela los dientes, responden con la contundencia de sus conductas. ¿Y el metro? A reventar, los rostros prácticamente pegados al vidrio de las puertas corredizas. No hay cupo ni siquiera en los pasillos de la estación Hidalgo. Los agentes policiales, provistos de altavoces y trepados en sus tarimas o estrados, sólo claman para que la gente circule, circule, circule aun cuando ya casi no se pueda y pese a que los andenes se han convertido en mazmorras a punto del estallido de gente. Tras apresurar el paso vuelvo a la superficie de cara al Hotel de Cortés, el extremeño co-fundador de la urbe mexicana.
Pienso que en los días que siguen tendremos más enfermos, más muertes. Cifras que rebasarán con mucho las casi casi 114 mil defunciones que ya se registran y el millón 400 mil contagios, conforme al subregistro oficial.
Las autoridades, tan orgullosas del pueblo bueno y sabio, tan satisfechas de que no ha ido mejor que a muchos con la pandemia, y convencidas de que México es un ejemplo del manejo de la Covid-19 porque a diferencia de otras naciones, aún hay capacidad hospitalaria, ya fueron rebasadas en todos los órdenes. Es patente este hecho. Al final que cada quien cuide a sus enfermos y entierre o incinere a sus muertos. Qué más da. La vida seguirá en San Juan, Eje Central o en cualquier sitio, ciudad o país, México incluido.
@RobertoCienfue1