Singladura

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  • Recuerdos sobre Mastreta
  • Por Roberto Cienfuegos J.

RedFinancieraMX

En los lejanos años 80´s asistía a un cursillo de periodismo en el Museo Universitario del Chopo en Ciudad de México, preciso el apunte anterior si es que acaso se necesita hacerlo, que impartió la entonces promesa periodística y escritora Ángeles Mastreta. El curso prometía bajo la guía de esta joven maestra que comenzaba a labrarse un prestigio profesional. Asumo que todavía era soltera y no esposa como se convirtió más tarde del historiador Héctor Aguilar Camín.

Eran los años 80´s, ratifico. Expresión fiel seguramente del espíritu de la época, Ángeles, una mujer que proyectaba inteligencia y galanura, vestía entonces de manera sencilla y muy a la usanza del momento. La recuerdo en pantalones de mezclilla, zapatos de goma, blusas amplias y casi seguramente un morral de lana pura. Bien acicalada, atractiva insisto, con una alegría y vivacidad que proyectaba a quienes iniciábamos en el periodismo más con avidez que conocimiento.

Destaco una frase de Mastreta en las horas iniciales de aquellos cursillos. Tras definir su perfil profesional, aún incipiente pero prometedor, soltó esta frase: “no me pregunten si soy honesta. En realidad nadie me ha ofrecido nada”.

Durante todos estos años transcurridos desde entonces, siempre he cavilado en esa frase. Estoy cierto de que aun cuando casi seguramente hubo ofrecimientos, Mastreta conservó su ética personal, profesional y universitaria. Descarto, espero que no de manera ingenua, que haya renunciado a su probidad aun cuando le hayan sobrado, también casi seguramente, ofrecimientos de muchas clases. Mastreta logró éxitos literarios muy temprano, que le abrieron incluso oportunidades cinematográficas para proyectar sus novelas. También ejerció cargos diversos y hasta donde conozco y me he enterado, jamás se le ha colocado ni siquiera bajo sospecha, lo que es mucho en un país cuajado de abusos y latrocinios. Asumo que el talento de Mastreta bastó y sobró para ponerla a salvo de muchas tentaciones y sobre todo para construir un patrimonio ético.

Su frase sin embargo siempre quedó en mi recuerdo y aun se mantuvo sembrado como un aguijón polémico. ¿Debería alguien obtener provecho de cualquier oferta? ¿Es canjeable la honestidad por un beneficio concreto, material y tangible? La respuesta está en la ética.

Otro de mis maestros en los años de preparatoriano en San Ildefonso, o alonsiaco, me comprometió, incluso antes que Mastreta, con el deber ético del periodismo y su ejercicio. El maestro universitario, historiador, periodista, abogado y poeta Arturo Sotomayor de Zaldo me heredó enseñanzas éticas. Por los últimos 40 años el periodismo me ha dado la oportunidad de vida económica dentro y fuera de México. No me quejo. Más bien agradezco la satisfacción profesional y económica de este ejercicio, así me haya tocado transitar en distintos momentos claro por el cielo, la tierra y aún debajo de la tierra –para no decir por el infierno- para referirlo figurativamente y con la expectativa de darme a entender.

Por ello rechazo de plano que en estos tiempos de cambio de régimen, surjan tantas voces, sobre todo en las benditas redes sociales, que acusen, señalen y estigmaticen en general a periodistas críticos, o simplemente desafectos al gobierno. Se les endilga con absoluta impunidad y sin presentar u ofrecer prueba alguna, los adjetivos de corruptos, chayoteros, traidores y otros epítetos indebidos.

No es válida la generalización. Es cierto que hay, ha habido y habrá periodistas corruptos. Enrique Serna nos acaba de describir por ejemplo y bien viene al caso citar, en forma magistral el perfil de Carlos Denegri en El vendedor de Silencio.

Pero hay una enorme diferencia entre uno o más casos de periodistas corruptos, y la estigmatización por sistema, aplicable a rajatabla y a todo aquel periodista que disienta. Más todavía en aquellos casos que resultan agraviados quienes ni la deben ni la temen. Bastante riesgo corren muchos periodistas por su quehacer para que encima se les coloque en peligro, con una impunidad que agravia.

Lo ético y aún útil socialmente es que quienes acusan lo hagan primeramente con pruebas en la mano para validar y aún justificar sus palabras. Es crítico en este tipo de casos ejercer lo que nos enseñaron y que se llama valor civil. Proceder de otra forma es propio única y exclusivamente de parlanchines, que sueltan la piedra, esconden la mano y se proclaman víctimas.

ro.cienfuegos@gmail.com

@RobertoCienfue1