Singladura

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  • Furibundo
  • Por Roberto Cienfuegos J.

RedFinancieraMX

Pues resulta que allá en Tabasco, su tierra natal, el presidente Andrés Manuel López Obrador, hasta ahora feliz, feliz, feliz, perdió la sonrisa, esa que lo adorna todas las mañanas en Palacio Nacional cuando capotea sin mayor esfuerzo y más bien con una contundencia prácticamente absoluta cualquier tipo de preguntas sobre casi todos los temas del país como si fuera el gran Cid Campeador.

El último fin de semana, el mandatario se puso furibundo como pocas veces se había visto en lo que va de su mandato. El enojo presidencial coincidió, desconozco si de manera casual con la difusión de encuestas que revelan una pérdida importante de su popularidad.

Así que esos sondeos demoscópicos, ya conocidos de manera amplia por la ciudadanía, también revelan enojo, decepción y aún pudiera ocurrir que cierto arrepentimiento social, si se quiere incipiente, pero en un grado que parece enojar al hoy inquilino de Palacio Nacional.

Para decirlo de otra forma, si el presidente se enoja como fue patente en su terruño, la gente, el pueblo, la ciudadanía pues también se está empezando a impacientar y tomar distancia crítica de las tantas promesas hechas por López Obrador a lo largo de su prolongada carrera por la presidencia del país, muchas de ellas todavía sin cumplir.

“¿A mí también me van a gritar? Preguntó un López Obrador descompuesto, colérico y desafiante a un público que en realidad atizó sus críticas hacia el presidente municipal y el gobernador de Tabasco, un aliado del presidente.

Pero en el contexto de esas críticas a los dos funcionarios tabasqueños, el mandatario amenazó incluso a sus paisanos con poner fin a su discurso y al mismo acto público que convocó para –el mismo dijo- informar sobre los avances del plan de gobierno para llevar a cabo la Cuarta Transformación de la vida pública de México.

Cuando preguntó a los asistentes al mitin si seguirían gritando al presidente municipal, la gente respondió con un sonoro “sí”. López Obrador expresó entonces su desacuerdo y advirtió que dejaría de hablar “hasta que escuchen” porque “ya saben que soy terco”. Fue un ultimátum presidencial. Algo así como un “se callan o me voy” porque ante la presencia de él nadie grita.

No debe resultar fácil de digerir para un político tan carismático como López Obrador saber que su popularidad comenzó a declinar. Tampoco debe ser sencillo escuchar reclamos de la gente o del pueblo bueno y sabio que lo eligió. Porque una cosa es clara, que lo detesten los miembros de la mafia en el poder, que lo odien incluso los “fifís” y “conservadores” o “neoliberales”, le tiene sin cuidado y más bien le hacen un favor. Pero lo insoportable para él sería tener que calarse el desdén, los gritos o reclamos y aún peor, el repudio de los meros meros pobres.

El mismo aceptó hace unos días que “cuando el pueblo no me quiera, ese día voy a llorar, voy a llorar y me voy a ir”.

Consideró que “si el pueblo no quiere al gobernante el gobernante no sirve, es la nada”.

Por eso la pregunta de “¿a mí también me van a gritar?” sonó a desafío y amenaza al mismo tiempo. Ya se verá si lo que viene es un silencio obsequioso y agradecido por los frutos de la 4T o la ira enardecida sobre lo que se creyó que sería y no fue.

ro.cienfuegos@gmail.com

@RobertoCienfue1