- Por Norma L. Vázquez Alanís
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La orden religiosa de las jerónimas fue una de las más acaudaladas de Nueva España y logró reunir un gran acervo de pinturas y obras de arte, además de que sus conventos son joyas arquitectónicas del siglo XVI, actualmente en pie y en uso, refirió la doctora en Historia por la Escuela de Altos Estudios, París, Francia, Alicia Bazarte Martínez.
Al participar en un ciclo de pláticas sobre la vida conventual femenina en Nueva España, organizado por el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM) de la Fundación Carlos Slim, la investigadora del Instituto Politécnico Nacional (IPN) indicó que en aquella época existieron tres conventos jerónimos de religiosas calzadas, quienes tenían una vida que de alguna manera podría considerarse cómoda, porque se les permitía tener celdas, esclavas, sirvientas y manejar los caudales que la mayoría de ellas poseía, pues eran de familias acomodadas.
Reveló Bazarte Martínez que la dote para recibir a una religiosa en los conventos jerónimos fue tres mil pesos a principios del siglo XVI, y ya para 1617 el monto subió hasta cuatro mil pesos, por lo que puede deducirse que las mujeres que fundaron esos monasterios fueron muy adineradas.
En la conferencia Los conventos de religiosas Jerónimas calzadas en la Nueva España’, la doctora Bazarte Martínez habló de la historia y legado de estas monjas “pudientes” a cuya orden perteneció la insigne escritora sor Juana Inés de la Cruz.
Recordó que la orden jerónima se fundó en Sevilla en 1473, cuando el papa Sixto IV concedió la bula a Ana de Santillana y Guzmán. Adoptaron la regla de san Agustín y las constituciones de san Jerónimo, dos de los cuatro grandes padres de la Iglesia; del monasterio de Santa Paula en Sevilla salieron las ordenanzas y reglas para las jerónimas novohispanas.
En Nueva España hubo tres conventos jerónimos; el primero fue el de santa Paula en 1585 fundado por Isabel de Guevara con el apoyo de su hermana, y conocido hasta la actualidad como el de San Jerónimo; el segundo fue el de San Lorenzo diácono, creado en 1598 por Marina de Mendoza, en un principio para un grupo de mujeres, hijas y parientas de muy ricos mineros; el tercero se estableció en Puebla de los Ángeles en 1586 a instancia de Juan Barranco para instalar el colegio de niñas ‘Jesús María’ que atenderían las jerónimas.
Explicó la historiadora que el de San Lorenzo hubo de erigirse en la ciudad de México, en virtud de que en Zacatecas y demás urbes mineras estaba prohibido fundar conventos de monjas; en la primera época estuvieron unas 17 zacatecanas y para 1617 había hijas de pudientes mineros, así se definió como para mujeres zacatecanas, por lo menos hasta principios del siglo XVII.
Aunque el colegio de Jesús María no tuvo mucha vida porque a mediados del siglo XVII pasó a manos del arzobispado, las jerónimas de Puebla asentaron sus reales en ese sitio y hasta ahora siguen ahí.
El legado bibliográfico de las jerónimas
Todos los conventos de religiosas tenían como primera consigna dedicarse a la oración y existe una serie de devocionarios, estampas y libros, que forman la literatura devocional de los tres monasterios jerónimos novohispanos. La Regla de San Agustín, expedida para el convento de Santa Paula en Sevilla por los frailes jerónimos de Lupiana en 1510, se editó por primera vez en Nueva España en 1700 y la mandaron imprimir las jerónimas de Puebla; siete años después, sor Dominga de la Presentación publicó la de las jerónimas lorenzanas.
Estos dos libros son los más importantes que las jerónimas guardan y aún se conservan inclusive en manuscrito; en estas ediciones la Regla y las Constituciones se unen para explicar lo que deben de hacer día a día, hora a hora, cómo se deben vestir y las características de sus hábitos, cómo deben de nombrar a su priora y cómo debe de ser su vida diaria. Empero, no han sido localizadas las reglas del convento de Santa Paula, comentó la doctora Bazarte.
Otro documento sustancial para las religiosas es el Libro de Fundaciones, donde aparecen las actas de profesión de cada una de ellas, en el de Santa Paula están en la portada el claustro del convento -tal como se ve ahora que es universidad- y los símbolos de san Jerónimo: el sombrero cardenalicio, la trompeta y el báculo; en la parte superior están las imágenes de santa Teresa de Ávila con santa Gertrudis y comienza en 1585, año de su fundación. Sobre esta obra ha trabajado Guillermo Schmidhuber, de la Universidad de Guadalajara, México.
Se conserva el primer volumen de profesiones del convento de San Lorenzo con los nombres de las fundadoras: Marina de Mendoza y su hermana Catalina de San Juan, María de San Pablo, María de la Concepción y Mariana de la Encarnación. En archivos particulares se guardan hasta hoy los dos libros de profesiones que contienen las actas que van de 1599 a 1927 y representan una riqueza de información, indicó la conferencista.
Expuso que en sus investigaciones, recién encontró un Corpus de 92 actas de profesión del convento de San Lorenzo, que son copias de los libros originales con la característica de que están ilustradas con acuarelas bellamente iluminadas. En la parte superior de la portada destacan las figuras de san Agustín y san Jerónimo y todos los documentos empiezan con el nombre de la profesa seguido del de sus padres, sus patronos san Jerónimo y san Lorenzo, el nombre del prelado u obispo de ese momento y de quién toma sus votos, además de su firma.
“De las bibliotecas privadas de las jerónimas sabemos muy poco –indicó la especialista–, pero hemos rescatado en librerías de viejo algunos volúmenes y de las institucionales tenemos siete libros contando novenas y cartas”.
El acervo artístico
Las jerónimas dejaron como herencia un acervo artístico de obras de arte que adornaron sus conventos, desde pequeños relicarios hasta lienzos de gran formato; actualmente la mayoría de ellos están en manos de particulares; uno de los cuadros de las jerónimas lorenzanas lleno de emblemas de México, está en un museo de Francia, dijo la historiadora.
Cuando fueron exclaustradas por las Leyes de Reforma, se llevaron a España un gran acervo de pinturas y de obras de arte que luego fueron vendiendo por las necesidades que tenían, pero muchas de estas obras se han rescatado y algunas fueron publicadas en el libro Jerónimo de san Lorenzo, arte, vida y cera.
Son significativos todos los sermones y la literatura devocional que aportaron, ya fuera por la pluma de las mismas profesas –y el mejor ejemplo es sor Juana Inés de la Cruz–, o por los sermones o poesías de sus capellanes y confesores como Mariano Gregorio de Elizalde, quien dedicó una oda a san Jerónimo. Asimismo, escribieron obras de teatro, como ‘La conquista de México por Carlos V’, que se representó en el convento de Santa Paula y ya está publicada.
Las monjas hacían pequeños retablos muy populares que recuerdan esos relicarios que llevaban cuando transitaban el océano o viajaban a otras ciudades. El más famoso óleo de sor Juana Inés de la Cruz, pintado por el oaxaqueño Miguel Cabrera en 1750, perteneció a las jerónimas de Santa Paula, después pasó a propiedad de las jerónimas de San Lorenzo, quienes lo vendieron a la Universidad del Claustro.
Le pareció muy importante a la doctora Bazarte Martínez, destacar que esos conventos fundados a finales del siglo XVI han transitado seis siglos de la historia de México y son el legado de las jerónimas en sus edificaciones, porque no hay otra orden que haya conservado sus inmuebles originales; actualmente los tres se encuentran de pie y siguen en uso.
Está el de San Jerónimo que alberga a la Universidad del Claustro de Sor Juana, el exconvento de San Lorenzo donde opera el Centro de Educación Continua “Ingeniero Eugenio Méndez Docurro” del Instituto Politécnico Nacional, y el de las jerónimas de Puebla, que después de dos grandes exclaustraciones pudieron recuperarlo y ahí festejan a san Agustín cada 28 de agosto con los deliciosos chiles en nogada, finalizó.