Lecturas con pátina

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  • Cinco mil años de libros, antes de Gutenberg
  • Por José Antonio Aspiros Villagómez

RedFinancieraMX

Todo el saber humano: desde letras de canciones populares y recetas de cocina, hasta las más importantes teorías y descubrimientos sobre los misterios de la vida y el Universo, están en los libros. Todo.

Y no sólo en los libros que se publicaron a partir de la imprenta que nos legaron los chinos y perfeccionó Gutenberg hace menos de seis siglos, sino también en los que fueron hechos durante los cinco mil años previos en piedra, madera, pieles, metal, papiro, amate, cuerdas anudadas o lo que tenían a su alcance las antiguas civilizaciones.

Se trata de libros manuscritos, es decir, hechos a mano, según un extenso relato del venezolano Fernando Báez, reconocido como una autoridad mundial en materia de historia de las bibliotecas.

En su obra Los primeros libros de la humanidad (Editorial Océano, 2015, 508 páginas), este escritor que recorrió 22 países para documentar su trabajo, resume magistralmente los muchos años que pasó metido en bibliotecas, archivos y zonas arqueológicas, donde habló con sus encargados y tomó su información además de valiosas fotografías que reproduce en su obra. La relación de sus fuentes llena 15 páginas.

Explica que, tanto para Oriente como para Occidente, el libro es “una expresión de la memoria que vincula a cada generación en la primera red social contra la amnesia”, y que como máquina para pensar es un peligro para los tiranos. A su vez, la escritura es una “fascinante tecnología de la memoria” que fue creada -no como la conocemos- de manera independiente por cuatro civilizaciones en tres continentes y distintos momentos.

En su extenso y apasionante paseo por la historia del libro antes de la imprenta, se refiere al invento del alfabeto, los primeros libros, la existencia de los escribas, a las más antiguas bibliotecas miles de años antes de nuestra era, y a la persecución, destrucción o expolio de obras valiosas.

Menciona que episodios bíblicos como lo del diluvio y los siete días de la Creación ya estaban relatados en tablillas encontradas en Nínive; recuerda que el concepto del alma partió de los egipcios, y comenta cuidadosamente que, al traducir los Evangelios del hebreo al griego, los escribas cambiaron “mujer joven” por “virgen”.

Ya en esos tiempos había correctores de textos en Judea y en Babilonia, y a los escribas que no denunciaran alguna errata en cualquier copia de la Torá, se les podía considerar sospechosos de herejía. Y en China, fueron destruidos los libros opuestos a los emperadores y enterraban vivos a quienes se oponían a ello.

Habla de los libros antiguos en Japón, Corea, Grecia, Roma, Egipto, Bizancio, el mundo islámico y otros sitios; explica el origen y significado de términos con códice y cuaderno, y menciona al calígrafo del papa Dámaso I, quien hizo un calendario donde impuso el 25 de diciembre para celebrar la Navidad, y los copistas posteriores contribuyeron a perpetuar la fecha.

Por su parte, como no sabía leer ni escribir, Mahoma pidió a compañeros suyos que redactaran las revelaciones del arcángel Gabriel. En contraste, hace mil años los árabes publicaron un tratado sobre caligrafía y el uso del cálamo con pulcritud.

Báez también investigó la historia de los libros primitivos en África, y señala en su obra cómo Mali fue un importante centro de intercambio cultural, y que en Tombuctú los musulmanes alfabetizaron a la gente y crearon una escuela de escribas y la primera universidad del mundo.

Es fascinante su relato sobre los libros en la Edad Media, desde que una bibliotecaria salvó de ser destruidos por los bárbaros los que había en el monasterio de San Galo, hasta las obras y autores imprescindibles que surgieron en ese periodo, cuando se dio el palimpsesto, fueron privilegiados los llamados textos sagrados, Carlomagno animó a los obispos a crear bibliotecas y escuelas de copistas -scriptoria-, y se prefirió el pergamino para escribir.

Así sigue el recorrido de Fernando Báez por la prehistoria del libro, hasta que en 1492 un abad escribió el Elogio a los escribas, una obra donde “denuncia la aparición del libro impreso y defiende la existencia del antiguo manuscrito”.

Dedica algunas páginas finales a comentar que los invasores españoles no pudieron eliminar, como querían, todo el pasado indígena en México, el cual estaba plasmado en códices hechos en papel de amate, preparados por tlacuilos o escribas y guardados en depósitos llamados amoxcalli.

El obispo Zumárraga -quien se dedicaba en España a examinar casos de brujería y practicar exorcismos- vio en los códices figuras mágicas, hechicerías y demonios, y ordenó destruirlos incluidos los de Texcoco, lugar considerado la Atenas de México. En la zona maya, Diego de Landa continuó la labor de Zumárraga e hizo quemar cinco mil ídolos y 27 códices porque tenían “superstición y falsedades del demonio”.

Torquemada denunció que los libros quemados por Zumárraga eran “de mucha importancia para saber las cosas antiguas de esta tierra”. Algunos mayas escondieron parte de esos documentos, y por eso ahora se tiene noticia de ellos. De esa furia redentora sobrevivieron tres códices prehispánicos, que fueron despojados y están en Alemania, Francia y España. Los nativos hicieron a escondidas nuevos códices, entre ellos el Popol Vuh, mientras que otros libros los tenían en la memoria al estilo de la novela Fahrenheit 451 de Ray Bradbury.

También a los incas, los conquistadores les destruyeron sus quipus (nudos) porque según los frailes eran -pretexto repetido- obra del diablo, cuando se trataba de documentos escritos en tres dimensiones y los 600 que se salvaron son los más antiguos del mundo en su especie.

Se leían de una manera táctil como en braille, y visual; los colores y material de las cuerdas tenían un significado, y hay la creencia de que su información es astronómica, económica e histórica, dice el autor de Los primeros libros de la humanidad.