- Mañana San Lunes (Sin TV, cel, guas, imeil, feis. La mente en descanso)
- Polícrates
- Por Octavio Raziel
RedFinancieraMX
Junto al fuego, elemento que hasta hace poco conocían sólo por los rayos que caían sobre los árboles, un grupo de seres humanos, aún peludos –todavía quedan algunos- compartían trozos de carne de mamut recién cazado en los pantanos de Tepepan, en el valle de Anáhuac. Entre tarascada y tarascada giraban la cabeza hacia la obscuridad, pendientes del posible ataque de un diente de sable u otro depredador. Miedo a ser dañados, a lo desconocido; pero, sobre todo, a la muerte.
El miedo es una de nuestras armas más poderosas. Nos permite reaccionar con velocidad y fuerza; nos mantiene alerta o al acecho. No hay ser humano que no conozca el miedo, incluso el terror o el pánico. Es la emoción básica de nuestra supervivencia.
Miles de años después del hombre de Tepepan el territorio de Anáhuac recibió el embate de hombres blancos que con la espada y la cruz cometieron el holocausto amerindio. Luego, la esclavitud, la leva, la tortura inquisitorial como forma de vida normal. Vidas para morirse de miedo. Sin embargo, la gente la pasaba con entereza y razonable serenidad.
Hoy el ser humano tiene mucho que perder. Casi todo material. Cuanto más se tiene, más se teme. Quienes siempre han tenido, les angustia bajar de status, de nivel, de prestigio. Las noticias sobre miles y miles de muertes violentas nos han hecho inmunes a las gráficas presentadas por los medios de comunicación; ahora sufrimos miedos intangibles, difusos, inabarcables: el calentamiento global, el terrorismo, la detención policiaca arbitraria, la caída de basura espacial sobre nuestra cabeza. Frente a todo esto, las actuales generaciones han perdido el miedo al miedo.
En épocas pasadas los seres humanos se escondían en los castillos o las fortalezas de hordas atacantes. Hoy, el hambre y el desempleo nos atemorizan y la delincuencia nos aterra sin tener dónde refugiarnos.
Al parecer, nadie puede sustraerse a ese temor que pesa como una losa. Diría el maestro José De la Colina, “cualquiera puede ser inmortal, mientras no se muera”. Y añadiría Fernando Savater, “el universo está acostumbrado a la muerte, los que no estamos acostumbrados a ella somos nosotros”. Según San Compadre, la otra vida sólo existe para Él, el de allá Arriba.
Cuántas veces hemos visto a alguien que tiene toda la pinta de muerto y no se ha dado cuenta que lo está; creer que no se está muerto, es una bella suposición, pues ésta, la verdadera, siempre la veremos en otro; nunca a través del espejo. Una mera metonimia.
Me pregunto si no padezco el síndrome de Polícrates, (ese mal psíquico que da a quienes les llega la infelicidad cuando han logrado sus máximas aspiraciones) como alpinista, escalador, explorador de ríos subterráneos y cavernas, paracaidista, la tirolesa más larga y alta del mundo, marino, enviado a conflictos internacionales, la noche de Tlatelolco y la tarde del Jueves de Corpus, correr autos con mi colega Octavio Medal, tres visitas al Antártico (Faro del fin del mundo), entrevistas a la realeza, mandatarios y hasta a Dios (al dios Alcalá) o a asesinos y delincuentes de toda monta. Ante toda esa adrenalina derramada la única justificación que tengo es que antes todo era más sencillo, cualquiera podía ser Dios.
En psicología, Jung decía que el siglo XX sería el siglo de la reconciliación con el sexo, y el siglo XXI la reconciliación con la muerte.