La costumbre del poder

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  • Patria, ¿concepto ideológico, emotivo, identitario; cualitativo o cuantitativo? (II/V)
  • Por Gregorio Ortega Molina

RedFinancieraMX

*Fue Jaime Torres Bodet como secretario de Educación Pública quien lo descubrió, pero guardó silencio (elaboro sobre suposiciones) ante el embate de la todavía poderosa política eclesial mexicana. El tiempo de la función política de la Virgen de Guadalupe concluyó hace mucho, pero se niegan a aceptar el hecho y a reconstruir los senderos de la fe

Para Elena y Jorge Mariné

Las religiones o creencias previas al cristianismo y sus derivaciones se llenaron de rostros sin sentido, a excepción de los judíos. Para ellos Dios es innombrable e imposible de dársele una representación, salvo, quizá, la de la zarza ardiendo.

La fe secular necesitó recurrir al mimetismo, a la imitación, al necesario establecimiento de analogías. Si bien Dios Padre es irrepresentable salvo para el Hijo, a Cristo y la Virgen Madre se les representa de acuerdo a las diversas manifestaciones religiosas y artísticas, para responder a las exigencias de las diversas idiosincrasias que pueblan al mundo.

Quizá así lo entendió Miguel Hidalgo cuando eligió el estandarte de la Guadalupana para guiar la lucha de la Independencia, dar rostro y sentido al nacimiento de una nueva nación, un diferente concepto de patria en la que criollos, mestizos y pobladores originarios habrían de convivir y compartirlo todo, lo que no resultó cierto, porque el expolio social y étnico se cubrió con el manto de la ley y se aseguró impunidad.

Mientras en México se las ingeniaban para administrar el sincretismo político-religioso con la idea del mexicano guadalupano -sugiero la lectura de Quetzalcóatl y Guadalupe, de Jacques Lafaye, para conocer el verdadero peso anímico e identitario de esa imagen-, en Francia se dieron el rostro de Mariana para que la patria ofertara a todos libertad, igualdad y fraternidad.

Mientras tanto en esta nación se sucedieron las disputas irracionales por el poder, lo que facilitó la mutilación del territorio de la república, la invasión francesa y la posposición eterna de la posibilidad de vivir en democracia.

Sólo en 1950, después del estudio filosófico de la poesía de Ramón López Velarde, efectuado por Emilio Uranga, quien nos hereda la siguiente propuesta: “Con la Revolución López Velarde ve surgir una patria <<no histórica, ni política, sino íntima>>. Pero ¿quién entenderá lo que con esas palabras se nos invita a pensar? En una generación salvada y a la vez bastardeada por el historicismo, lo que México y el mexicano signifiquen, además de un producto histórico, nadie lo entiende. Empero, somos en la historia algo más que historia. Y frente a la política ¿nos avergonzaremos de definirnos por realidades más hondas que la política? Pero la Revolución significa algo más que lo histórico y lo político, significa algo íntimo. Pero aquí se despeñan todas nuestras capacidades. No hay pensador capaz de pensar lo que López Velarde entiende por íntimo. Lejos, pues, estamos de haber comprendido lo que la revolución nos ha enseñado”.

Ese íntimo no puede ser religioso, ha de ser secular. La imagen de la convocatoria a la fe no puede ser la que nos convoca a la identidad nacional y a construir la patria.

 Fue Jaime Torres Bodet como secretario de Educación Pública quien lo descubrió, pero guardó silencio (elaboro sobre suposiciones) ante el embate de la todavía poderosa política eclesial mexicana. El tiempo de la función política de la Virgen de Guadalupe concluyó hace mucho, pero se niegan a aceptar el hecho y a reconstruir los senderos de la fe.

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