- Cáncer infantil, sarcoma para el poder concentrado de Andrés Manuel
- Por Gregorio Ortega Molina
RedFinancieraMX
*La máscara funeraria del modelo político que determina el porvenir de los mexicanos está dispuesta. Puede tener dos usos: uno, para ocultarnos a nosotros mismos lo que realmente sucede con esta 4T, que es la total entrega de la soberanía nacional; dos, exhibir la voluntad de una verdadera transformación, imposible de sumarse a las anteriores, porque el presidencialismo imperial debe morir
Hay enfermedades que pudren al cuerpo y hiede. La gangrena como la lepra se manifiestan externamente, lo mismo que el pie diabético. No sucede igual con el cáncer, a menos que sea en la piel. Por dentro, el tumor maligno se alimenta del anfitrión que lo recibió sin percatarse de ello. Llega un momento en que el enfermo apesta. Alimenta su muy propia y personal destrucción física. El mal olor anímico invade a los familiares ante la impotencia, porque la tristeza también huele mal.
La impericia que ha mostrado Andrés Manuel para abastecer de medicamentos a sus gobernados, principalmente a los niños con cáncer, se transforma en un sarcoma para las instituciones del Estado que él, y sólo él administra. Ese tumor lo afecta en el uso de la lengua y la razón, en la palabra y los sentimientos, porque parece despreciar lo que no atañe directamente a su sueño de poder, de convertirse en estadista, de transformarse en ese líder siempre necesario y anhelado, como para atesorarlo y no permitir que abandone a su grey.
Carece, el líder, de la experiencia y la autoridad moral necesarias para reconocer que el cuerpo y el Estado (con sus instituciones) tienen un similar proceso de descomposición. Joseph Conrad, en Victoria, lo asienta claramente: “A los cincuenta y tres años ya debería saber que en la mayor parte de los casos el cuerpo es la máscara inalterable del espíritu a la que incluso la muerte apenas toca; hasta que quita el cuerpo de la vista y lo que pasa después, a nadie importa, ya se trate de amigos o enemigos”.
¿Cómo saber, o determinar, o diagnosticar, que se está al frente de un Estado cuya principal institución muestra esa fuerza que precede al desenlace fatal ante un sendero con bifurcaciones, en las que las opciones parecen múltiples, pero nada más son dos que se repiten para engañar con el síndrome de esperanza y permanencia: se coloca a la nación, al país, a la administración pública, ante el pasmo y la parálisis, por mostrarse ineptos para extirpar el daño y modificar el modelo político, o ante esa degradación en pendiente pronunciada que lleva a Nicaragua y/o Haití, si no se recurre a cirugía mayor y se implementa una reforma del Estado que trascienda la parálisis de la alternancia con impunidad garantizada. El disco rayado de la corrupción en vinilo.
La máscara funeraria del modelo político que determina el porvenir de los mexicanos está dispuesta. Puede tener dos usos: uno, para ocultarnos a nosotros mismos lo que realmente sucede con esta 4T, que es la total entrega de la soberanía nacional; dos, exhibir la voluntad de una verdadera transformación, imposible de sumarse a las anteriores, porque el presidencialismo imperial debe morir.
La falta de medicamentos para atender a los niños con cáncer, es el sarcoma de un proyecto de gobierno que se niega a asumir que ha traicionado a México.
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