- Por Gregorio Ortega Molina
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¿Intuyó Borges que tendríamos un presidente de la República con tan sobresaliente carácter?
*“Me parece que el pecado original del hombre, y aquí estoy plagiando a Stevenson, no es el rencor, es la crueldad; esto es algo que no puede perdonarse. El hecho de que una persona sea cruel no puede rescatarse con otras virtudes. Ahora… claro, la estupidez tampoco me parece recomendable, pero la crueldad me parece horrible”
Polo Duarte, ese mismo de Libros escogidos, puso en mis manos gran literatura y joyas de la bibliofilia. La primera edición de La Ciudad de México, de José María Marroqui. Los cuatro tomos de La decadencia de Occidente, con prólogo de Ortega y Gasset, en una edición de Espasa Calpe de 1947. Pero, sobre todo, me llenó de Cortázar, García Márquez y Borges, mucho Borges en esas ediciones de Emecé económicas, bien hechas y durables.
Años antes, Carlos Ortega me obsequió la Antología de la literatura fantástica, compilada por Jorge Luis Borges, Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, de 1967. Después el necesario trabajo para juntar para la chuleta, me hizo preterir mis aficiones literarias por las exigencias laborales, hasta que hace unas semanas Fernando Castañón me obsequió la compilación de entrevistas de Elena Poniatowska en seis volúmenes de editorial Diana. En ellos me reencontré con el Tiresias de la literatura en español. El escritor argentino veía con toda claridad lo que no queremos aceptar.
“Yo creo en el hecho de que se den vidas rectas en un país es muy importante…, porque después de todo al juzgar a un país por sus grandes hombres no es uno justo, porque los grandes hombres en general no se parecen a sus compatriotas”.
“Me parece que el pecado original del hombre, y aquí estoy plagiando a Stevenson, no es el rencor, es la crueldad. Creo que esto es lo imperdonable; ser cruel con un chico, con un animal, con otra persona; esto es algo que no puede perdonarse. El hecho de que una persona sea cruel no puede rescatarse con otras virtudes. Ahora… claro, la estupidez tampoco me parece recomendable, pero la crueldad me parece horrible”.
“Es que yo no entiendo la venganza porque después de todo vengándose uno no deshace lo que se ha hecho; si alguien mata a una persona que quiero, matándola a mi vez no resucito a mi muerto; de modo que me parece que cometo otro acto que también es irreversible. A mí la venganza me parece horrible y sobre todo la gente vengativa”.
“Yo creo que lo que tiene importancia es obrar de un modo justo; ahora, por ejemplo, si usted me dice que una persona ha ofendido gravemente a otra, sí es un problema, desde luego… Por ejemplo, Poe, Edgar Allan Poe creía en la venganza y decía además que el vengador tiene que obrar de modo que el vengado sepa que es él quien lo ha atacado porque, por ejemplo, si hay dos enemigos y uno mata a otro de un balazo en la calle sin mostrarse, no hay venganza. Para que haya, el vengador tiene que gritarlo, si no, se queda insatisfecho; simplemente ha cometido un crimen”.
En estos tiempos de enfermedad global e incapacidad política, hemos de darle vuelta a las aportaciones que hace la literatura para enriquecer nuestro optimismo y la comprensión del comportamiento humano. Hemos de recordar, sobre todo, al Cristo: “El que tenga oídos, que oiga”.
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Para completar el panorama, el día que concluyo la primera versión del texto que antecede, Félix de Azúa nos entrega, el 18 de mayo, un texto que parece pensado para los mexicanos. Es breve, lo comparto:
No es en absoluto fácil distinguir a un imbécil de un malvado. Cierto: lo más abundante es el malvado que además es un imbécil, pero lo interesante es que a veces puede uno pensar de alguien que es un malvado, que hay que andarse con ojo y a poder ser esquivarlo, cuando en realidad se trata de un simple tontazo. La distinción es relevante porque el malvado hace maldades dolorosas, en tanto que el imbécil, aunque por pura estupidez pueda causar daño, también da risa.
De modo que es prudente aprender a distinguir. Uno de los modos más eficaces de proceder a la distinción es observar con quién se trata el personaje. Si sólo se asocia con idiotas, no hay peligro o no suele haberlo. El malvado prefiere la compañía de gente inteligente, si se deja. El malvado los usa en su beneficio y luego los humilla, los hiere, los arruina y los elimina. Por esta razón hay que fijarse mucho y en política perdonar sólo a los bobitos.
Un ejemplo. Los franquistas de la inmediata posguerra eran casi todos ellos muy malvados. Fusilaban, desterraban, censuraban, encarcelaban, reprimían. Con el tiempo se les fueron debilitando las fuerzas mentales y acabaron por ser simplemente una masa de idiotas que ni siquiera distinguía a la gente valiosa de la que no valía una higa. Por esta razón cometían errores ridículos. Censuraban las novelas de Vargas Llosa, cortaban películas de Ford o metían en la cárcel a estudiantes inocuos. Eran el hazmerreír de Europa.
Y así como las compañías son excelente señal para distinguir entre malvado y necio, la segunda señal es aún más certera: todo aquel que hace el ridículo suele ser un idiota. Ni siquiera tiene entidad para ser malvado. Aplicado a la política, permite entender mejor el acoso a Cercas y Trapiello.
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