La Costumbre del Poder

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  • Sincretismo y poder
  • Por Gregorio Ortega Molina

RedFinancieraMX

*Aspirar al sincretismo político y espiritual, para fusionar la salvación de las almas con la administración de los recursos fiscales y de la delincuencia organizada es algo más que una utopía, colinda con la ingenuidad

A 100 años de la propuesta de Robert Lansing, secretario de Estado de Woodrow Wilson, firmada el 5 de febrero de 1920, podemos constatar que el gobierno de Estados Unidos no hizo lo suficiente para adueñarse de los mexicanos, fueron superados y vencidos por la versión evangélica de la palabra de Cristo, difundida por el Instituto Lingüístico de Verano.

Es la derrota de la razón por el sincretismo, con un agravante porque se distorsiona o involuciona y se adueña de las estructuras del poder civil y material, para someterlo a los propósitos de la supuesta trascendencia del poder espiritual. Se trata de purificar México en ese sentido que los evangélicos le transmitieron al presidente de la 4T.

Si la absorción de Quetzalcóatl por Guadalupe le funcionó a los evangelizadores católicos y fue útil para el desarrollo del poder político construido después de la Independencia, desconozco cuáles son las posibilidades reales de un sincretismo directo entre el poder espiritual y el político, entre la administración pública y la salvación de las almas, entre la purificación por la palabra y la necesidad de poner orden y salvar vidas y combatir el crimen organizado, entre hacer compatible la palabra y el compromiso ofertado desde el púlpito, y esa realidad que nos muestra que la corrupción va, porque va.

Enrique VIII decidió que para no tener contratiempos que confrontaran su voluntad, lo ideal exigió que él mismo se convirtiera en cabeza de su propia iglesia, aunque ya no quiso correr el riesgo de hacer de su cuerpo un templo. Hubiera necesitado una muerte de cruz.

Acá se les puede voltear el chirrión por el palito, y el proyecto que traen en mente exigir gestos, palabras, actitudes que vayan más allá de la desestructuración de las instituciones constitucionales y legales, y de una militarización pausada y estratégica como sostén de un poder político que nace de la nostalgia, porque puede haberlo concentrado todo y haber absorbido al Judicial y al Legislativo, pero el económico se le resiste.

Alfonso Romo ha resultado incapaz para resolver ese problema. No le encuentran la cuadratura al círculo para dar ese último paso que ponga en sus manos esa piedra filosofal que funde y confunde el valor del dinero con el poder del espíritu. El Vaticano, que es administrado por falibles seres humanos, tampoco haya la manera de que la riqueza sirva a la purificación del alma, y no a la inversa. Hicieron de la generosidad filantropía. Dar no requiere explicación, tampoco necesita justificarse. El amor así es entrega.

Aspirar al sincretismo político y espiritual, para fusionar la salvación de las almas con la administración de los recursos fiscales y de la delincuencia organizada es algo más que una utopía, colinda con la ingenuidad, porque con los cinco mil pesos en las manos, los seres humanos dejan de ser lo que se propusieron o les propusieron ser.

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Me hacen notar este punto de la Encíclica del Papa Francisco, que nos remite al tema: “217. La paz social es trabajo artesanal. Sería más fácil contener las libertades y las diferencias con un poco de astucia y de recursos. Pero esa paz sería superficial y frágil, no el fruto de una cultura del encuentro que la sostenga.

“Integrar a los diferentes es mucho más difícil y lento, aunque es la garantía de una paz real y sólida. Esto no se consigue agrupando sólo a los puros, porque «aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse».206 Tampoco consiste en una paz que surge acallando las reivindicaciones sociales o evitando que hagan lío, ya que no es «un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz». Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosles la buena batalla del encuentro!”

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