La costumbre del poder 

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  • Camus, moral, rectitud, literatura
  • Por Gregorio Ortega Molina

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Después de estas lecturas creo que el encierro puede durar, mientras el Covid-19 no llame a la puerta, o decida entrar sin pedir permiso. Aquí está el matiz de los que tenemos fe, y la diferencia entre Gracia y voluntad

Camus, moral, rectitud, literatura

Para el comportamiento humano no existen las normas universales. Las adaptamos a nuestro carácter, nuestra manera de ser, e incluso las flexibilizamos cuando así conviene a los intereses de quienes decidimos incorporarlas a nuestra manera de vivir.

Incursionamos en los textos bíblicos o elegimos a pensadores de la talla de santa Teresa de Ávila, san Juan de la Cruz, Blaise Pascal, Alain, Soren Kierkegaard, Simone Weil o María Zambrano; también buscamos respuestas en ciertos novelistas, fundamentalmente católicos. Rara vez recurrimos a los ateos, pero sorpresas nos da la vida. La lectura de Albert Camus, una vida, de Olivier Todd, me obliga a revisitar la obra de este autor de mi primera juventud.

Su trabajo, del biógrafo, es exhaustivo, nada superficial como el de Enrique Serna. Profundiza en la correspondencia, en los textos escritos sobre la obra del biografiado -incluidos los de Sartre-, en los Cuadernos y en las referencias cruzadas entre las novelas, los ensayos y el teatro. Es un Camus total.
Tomo algunas referencias que, lo espero lector (a), también los convoquen a la reflexión en aprovechamiento de esta inesperada cuarentena.

Treinta años. La primera facultad del hombre es el olvido. Pero es justo decir que olvida incluso lo que ha hecho bien.

La mayor economía que puede realizarse en el orden del pensamiento es aceptar lo no inteligibilidad del mundo, y ocuparse del hombre.

Si el hombre quiere ser reconocido, hay que decirle simplemente que existe. Si calla o si miente, muere solo, y todo a su alrededor está abocado a la desgracia. Si por el contrario dice la verdad, morirá sin duda, pero después de haber ayudado a los demás y a sí mismo a vivir.

Gobernar es robar, todo el mundo lo sabe. Pero queda la manera de hacerlo.

Perder la vida es poca cosa y yo tendré valor cuando sea preciso. Pero ver disiparse el sentido de esta vida y desaparecer nuestra razón de existir, eso es lo insoportable.

No se puede vivir sin razón.
Si puedo permitirme una confidencia (a Michel Gallimard), pocas personas han considerado su caso con tanto horror como yo cuando me pasó lo que a ti te ha pasado. Ese horror explica muchas cosas en el hombre en que me he convertido. Pero en última instancia, no son ésas las cosas mejores.

Y creo que ahora me encamino hacia una actitud más estimable. Dostoievski, que anunciaba el hombre nuevo, decía que ése sería el hombre a quien resultase indiferente morir. No hablo naturalmente de mí, pero creo que es hacia ese hombre nuevo donde tienden todos los desgarramientos de la sensibilidad moderna.

Incluso aunque no creas en la religión, incluso aunque Dios haya muerto (asesinado por la espalda, decía uno de mis amigos), sigue habiendo algo de verdad tanto en la experiencia religiosa como en la experiencia a secas: y es que la vida personal no tiene con la felicidad más que vínculos lejanos… Es que hay un equilibrio. Cada mal está compensado por un placer -o una grandeza que está vinculada a él- y, en última instancia, es el amor a la vida lo único que puede justificar a un hombre.
Después de estas lecturas creo que el encierro puede durar, mientras el Covid-19 no llame a la puerta, o decida entrar sin pedir permiso. Aquí está el matiz de los que tenemos fe, y la diferencia entre Gracia y voluntad.

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