- Divulga historiadora datos inéditos de la hijas del zar Nicolás
- Norma L. Vázquez Alanís
RedFinanciera
Uno de los pocos matrimonios entre la realeza decimonónica que no fue concertado por terceros, sino que contrariamente a lo que sucedía en la época se llevó a cabo por amor mutuo, fue el de la princesa alemana Álix de Hesse (nieta de la reina Victoria de Inglaterra), quien se bautizó como Alejandra tras convertirse a la fe ortodoxa, y el zar ruso Nicolás Romanov; sin embargo, el destino de ellos y su familia lo marcó la tragedia.
Su vida es narrada de manera colateral por la historiadora especializada en el periodo 1837-1918 en la Rusia imperial y la Inglaterra victoriana, Helen Rappaport, en su obra Las hermanas Romanov (Penguin Random House Grupo Editorial, colección Debolsillo, 576 páginas, año de edición 2019) en la que presenta una biografía de las cuatro hijas de Alejandra y Nicolás, basada en fuentes documentales en las que abrevó durante minuciosas investigaciones en bibliotecas y archivos personales tanto de ellas como de sus allegados.
Así, muestra al lector una imagen bastante apegada a la realidad de cómo vivieron los tiempos felices de su primera infancia y las dificultades que enfrentaron desde su pubertad con una madre casi siempre postrada por enfermedades y dedicada básicamente al cuidado de su único hijo varón, Alexey, quien padecía hemofilia.
Los datos recabados por Rappaport revelan que las hijas del zar de Rusia eran unas muchachas sencillas educadas en la austeridad que practicaba su madre procedente de Sajonia-Coburgo, quien además se preocupó por darles instrucción pues tenían maestros de francés, inglés y alemán, así como de historia, geografía y literatura; sin embargo, no fueron educadas como archiduquesas, sino más bien como miembros de una familia pudiente y excesivamente religiosa.
El gran esfuerzo de la autora, quien tiene una licenciatura en Estudios Especiales Rusos por la Universidad de Leeds, Inglaterra, para concentrar información de distintas fuentes, entre las que destacan las cartas que la familia enviaba de forma periódica a sus amigos y familiares, así como sus diarios en los que registraban sucesos cotidianos, le permitió plasmar en este libro una imagen vívida de quiénes eran, de sus personalidades y sus quehaceres habituales.
Muchos de estos documentos pertenecientes a archivos privados y universidades de todo el mundo fueron guardados celosamente durante años por diferentes personas que los custodiaron y los libraron de la quema soviética; para fortuna del lector, Rappaport los recuperó, los recopiló y los situó en el eje cronológico de cómo sucedieron los hechos.
El rigor histórico y la seriedad en la narración no le resta amenidad al relato de las cuatro zarinas, pues con un estilo sencillo que facilita la lectura reconstruye la fascinante personalidad de cada una de ellas. La autora presenta de manera individual a cada hermana tal cual era, y demuestra que distaban mucho de ser iguales pues cada una tenía su personalidad definida y su particular modo de ver las cosas.
Rappaport, quien entremezcla la divulgación con la obra histórica especializada, delinea además un monumental retrato familiar y de la Rusia prerrevolucionaria con todo su dramático detalle, pero colocando a las personas en el primer plano del mural.
Las zarinas vivieron una atmósfera asfixiante
Con una narración muy detallada, pero sin abrumar al lector, la autora transmite los sentimientos y emociones de los protagonistas a través de un texto fluido bastante imparcial para que sea el lector quien emita su juicio o su opinión, pero aportando datos duros acerca de las vivencias cotidianas de la familia real rusa, nacimientos, noviazgos, guerras, traiciones, contrariedades, decepciones y enfermedades, lo cual rompe el mito que envuelve a las jovencitas Olga, Tatiana, María y Anastasia al mostrar que fueron sobre todo seres humanos a quienes les tocó vivir en un mundo cruel y terrible.
Además, la autora fue capaz de plasmar la incertidumbre de cumplir debidamente con sus deberes como hijas del gobernante de Rusia, que las llevó a ponerse al servicio del imperio y ejercer como enfermeras en la medida de sus posibilidades y edades, una etapa que llenaría a las zarinas de experiencias enriquecedoras y las haría crecer como personas. Con la inclusión de este episodio, la autora consiguió imprimirle al texto un punto de vista feminista.
Las hermanas Romanov se centra en las hijas del zar Nicolás II, y a diferencia de otras obras que se enfocan en la Revolución Rusa, en la guerra o en la política, aquí se toma el punto de vista de las archiduquesas quienes estuvieron alejadas de las fiestas y la vida en sociedad por su madre, sobreprotectora y con muchos problemas psicológicos, de manera que reprimieron sus ganas de pasárselo bien como cualquier muchacha.
Al respecto, la licenciada en periodismo por la Universidad de Valencia, España, Mapi Pamplona, señala que, aunque la intimidad familiar parecía excelente con unos amantísimos padres, el cobijo que daban a sus vástagos creaba una atmósfera tan controlada que llegaba a ser asfixiante. El aislamiento al que estaban sometidas las jóvenes por parte de la zarina Alejandra fue un auténtico caldo de cultivo para una ingenuidad que se volvió en su contra cuando irrumpió en el seno de su familia la controvertida figura de Rasputín.
La biografía escrita por Helen Rappaport pone de manifiesto que las jóvenes crecieron en un mundo cerrado, porque Nicolás II y su esposa -una pareja fundamental para la historia- veían el mundo exterior como una amenaza pues no eran bien aceptados por otras cortes reales y pensaban que sus hijas estaban amenazadas por los revolucionarios; así crearon un pequeño universo doméstico sin vida social ni relaciones con sus iguales, las chicas no tenían más diversión que juegos y bailes con los jóvenes oficiales de la guardia, quienes carecían de credenciales aristocráticas porque la gran nobleza rusa huía de las obligaciones del servicio militar.
La obra profundiza en la vida familiar del zar Nicolás II, describe las costumbres, la psicología y las limitantes de quien tuvo todo el poder y la responsabilidad en el curso político de una nación territorialmente enorme a la que lanzó al comunismo; revela que no pasaba de ser un hombre cariñoso, un padre afectuoso, un marido entregado, pero también un autócrata corto de miras, ignorante, incapaz y con la crueldad infinita de quienes creen tener la razón siempre. El precio de su ceguera e ineptitud lo pagarían decenas de millones de rusos, entre ellos él y su familia. Además, el zar no era un personaje especialmente carismático y tampoco era buen militar ni estratega.
La periodista Mapi Pamplona apunta que, en cambio, Nicolás sí tenía visión de futuro pues invertía dinero de los Romanov en bolsas extranjeras y exportaba cereales a gran parte de Europa, empero las crónicas de la época lo pintan como un hombre simplón que anteponía su familia a cualquier asunto de Estado, sin embargo, algunos le idolatraban como a un dios y otros le consideraban responsable directo de la debacle del imperio.
Por su parte, la escritora y directora de escena española Irene Lázaro considera que a la autora de Las hermanas Romanov le faltó dar algunos detalles más sobre los conflictos políticos y sociales que había en Rusia, porque, dice, da la sensación de que la Revolución aparece de repente como por arte de magia. A su juicio el mayor punto negativo de la obra es que le falta un poco de objetividad, porque los revolucionarios están totalmente despersonalizados en contraste con los zares, que aparecen casi como mártires.
El volumen incluye 40 fotografías de la vida de la familia Romanov en Tsarskoye Selo, de los paseos en pony o los viajes por el Báltico a bordo del yate imperial Stardart, lo cual permite al lector ver una faceta más humana, llana y cordial de las zarinas, a pesar de que después de su asesinato por parte de las fuerzas revolucionarias, sus nombres quedaron ligados a la desgracia y la maldición de toda una estirpe.