La biblioteca de Arcadia

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  • La cartuja de Parma, novela de lectura exigente pero llena de elogios
  • Por Norma L. Vázquez Alanís

 

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Aclamada por grandes escritores como Honorato de Balzac, León Tolstoi, André Gide y Henry James, La cartuja de Parma de Stendhal (Henri Beyle, Grenoble, Francia, 1783-París 1842) es una novela de aventuras rocambolescas, a veces poco creíbles, que tiene como protagonistas al joven marqués Fabrizio del Dongo y a su tía Gina, duquesa de Sanseverina, pero también es una exploración de la naturaleza humana y de la psicología y la política de la corte parmesana.

 

Si bien en algunos aspectos La cartuja de Parma podría considerarse como un “thriller romántico”, entretejido con intrigas y aventuras, los personajes están estupendamente descritos y pocas veces se ha profundizado mejor en los secretos y en las contradicciones de los seres humanos como en esta novela, una de cuyas cualidades radica en la acertada entrega a la fantasía en el temperamento de un escritor tan refinadamente analítico y cerebral.

 

Aunque esta novela de 284 páginas está influida por el espíritu romántico de la época en que fue escrita (1838), destaca su sentido crítico expresado en la psicología de sus personajes, en particular de su protagonista masculino, Fabrizio del Dongo, quien recuerda al Julien Sörel de Rojo y negro, otra obra de Stendhal, por la vehemencia de sus aventuras.

 

Del Dongo vive inmerso en el mundo que lo rodea, pero al mismo tiempo aislado psicológicamente y enfrentado a las imposiciones de la sociedad, sin que por ello abandone su rebeldía ni su meta de alcanzar la felicidad a cualquier precio.

 

La cartuja de Parma (Editorial Porrúa, Colección Sepan Cuántos, México 2007, impresa a dos columnas, lo que hace menos fluida su lectura y con una edición poco cuidada) presenta un cuadro muy interesante de la Europa del primer tercio del siglo XIX, salpicada de aventuras, enamoramientos y enredos políticos, lo cual revela el profundo conocimiento que tenía Stendhal de la rica y compleja condición humana, de sus acciones más elevadas y de las más abyectas. Su elaborada escritura y su fina ironía dan como resultado un ejercicio que combina la precisión cirujana con la belleza poética.

 

Es una narración con una estructura casi lineal a pesar de que en ocasiones retroceda o avance en los acontecimientos; en la trama entran muchos personajes olvidados a lo largo del relato de forma deliberada y acertada, y el libro resulta exigente para el lector porque es largo, con muchas descripciones detalladas y un ritmo dispar.

 

Esto es, que si bien el argumento tiene momentos brillantes y entretenidos en los que el autor manifiesta su pasión por una Europa que quería sacarse el clericalismo de encima, por momentos la historia tiene altibajos y tanto se torna lenta y parece que nada sucediera, o bien avanza a una velocidad vertiginosa por página; esto último crea la sensación de que se trata de una obra inconclusa o mutilada. El final es previsible y con una solución demasiado fácil para el autor, quien parece haber querido cortar el relato de un plumazo.

 

Cabe decir que Stendhal, considerado el padre de la novela moderna por su estilo diferente y más avanzado que el de la mayoría de los autores de su época, escribió esta novela en siete semanas -del 4 de noviembre al 26 de diciembre de 1839-, según unas versiones durante una enfermedad y de acuerdo con otras en unas vacaciones, pero de cualquier manera no deja de ser sorprendente la rapidez con que redactó La cartuja de Parma después de nueve años de sequía productiva.

 

Esta fue su obra póstuma, el testamento literario en el que transmite al lector su pasión por Italia y su admiración por Napoleón, dos sentimientos presentes en toda la narración. Es también un libro fundamental para entender la situación política y social de la Europa de la restauración monárquica luego de la caída de Napoleón; en la trama se intuyen pistas de lo que sucedería más tarde: la unificación de Italia.

 

La cartuja de Parma

 

en la perspectiva de críticos y autores

 

Muchos autores la catalogan como una obra verdaderamente revolucionaria. Honorato de Balzac la consideró la novela más significativa de su tiempo y un libro en el cual, en cada capítulo, resplandece lo sublime; André Gide la describió como la mejor de todas las novelas francesas, y Henry James la clasificó entre la docena de mejores novelas del mundo, en tanto que León Tolstoi reconoció la fuerte influencia del tratamiento que dio Stendhal a la Batalla de Waterloo, en su descripción de la Batalla de Borodino que forma parte central de su novela Guerra y paz.

 

Por su parte, el escritor y biógrafo inglés Lytton Strachey dijo que en esta novela Stendhal pretendía representar la vida de una manera más apasionada e intelectual, y que si hubiera podido reducir sus relatos a una serie de símbolos matemáticos habría sido feliz, mientras que el escritor, poeta y filósofo francés Paul Valéry opinó que el autor de La cartuja de Parma era un maestro de esa literatura abstracta y ardiente, más seca y ligera que ninguna otra, que es característica de Francia.

 

“Stendhal me parece ser, como Rousseau, una víctima de las clasificaciones ya hechas. Es considerado un escritor seco, sólo quiere verse en él a un psicólogo especialista, pero no hay escritor más tierno; en La cartuja de Parma sorprende la verdadera ingenuidad del estilo, su espontaneidad, su frescura”, aseguró Charles-Ferdinand Ramuz, el más célebre escritor suizo en lengua francesa de su tiempo. Y a Italo Calvino le pareció que esa obra de Stendhal era el más hermoso canto dedicado a la evanescencia, a la melancolía en la cual se diluye el tiempo histórico dado.

 

En un prólogo para La cartuja de Parma, el poeta y narrador francés Paul Morand expresó la veneración que sintió por esa novela, una de las más representativas de toda la narrativa europea del siglo XIX, y advirtió que era toda la vida de Stendhal, sus recuerdos, sus alegrías, sus amores, un maravilloso pasado que había que pasar al olvido y que jamás volvería.

 

En efecto, el estudioso de Stendhal, Michael Wood, académico de la Universidad de Princeton, Estados Unidos, donde enseña Literatura Contemporánea e Historia de la Crítica, señala que La cartuja de Parma es “una obra recordada antes que imaginada, una obra personal, pero nunca privada, sino una confesión plenamente realizada en ficción”.

 

En el mismo sentido apunta el crítico literario Javier González-Cotta (licenciado en Periodismo por la Universidad de Navarra, España), al indicar que, en La cartuja de Parma, como en La vida de Henri Brulard y en Rojo y negro, se entrevera la ficción con las propias vivencias de Stendhal: viajes, salones, labores diplomáticas, aciertos y desatinos en el amor. Nadie hasta entonces se había expuesto tanto a través de la literatura.

 

A juicio del columnista del periódico español ABC Pedro García Cuartango, La cartuja de Parma es una declaración de amor a Italia (su patria adoptiva) y a la duquesa de Sanseverina, a la que el autor buscó sin éxito por las calles de Roma, Florencia y Nápoles a lo largo de su vida. Evidentemente se trata de una novela de folletín, pero la descripción de los tres personajes centrales, Fabrizio, su tía la duquesa de Sanseverina y el conde Mosca, es insuperable; pocas veces se ha profundizado mejor en los secretos y las contradicciones de los seres humanos.

 

Desde el punto de vista del escritor, filólogo e historiador español Marcelino Menéndez Pelayo, Stendhal “ganó todas sus batallas después de muerto”, con lo que concuerda la traductora de la obra completa del escritor francés al español, Consuelo Bargés, al señalar que “de entre los grandes fue el escritor del que menos se escribió en vida y del que más se ha escrito después de su muerte”.