Juana de Asbaje, Ignacio Zaragoza y las epidemias

0
48
  • Textos en Libertad
  • José Antonio Aspiros Villagómez

Mi amigo y colega Octavio Raziel (1942-2019) hubiera cumplido 78 años el próximo 8 de abril
Recibirá un homenaje póstumo a través de un video

 RedFinancieraMX

Decenas de miles de personas han muerto a causa de las epidemias en territorio mexicano desde que esas calamidades llegaron aquí por primera vez hace 500 años, y sor Juana Inés de la Cruz es la más famosa de tales víctimas.

En efecto, Juana de Asbaje y Ramírez, la célebre poeta que fue llamada Décima Musa, murió el 17 de abril de 1695 por el contagio de la tifoidea cuando estaba cuidando a sus compañeras enfermas en el convento de San Jerónimo, y fue sepultada en la fosa común de las monjas.

Según el ‘blog de sor Juana Inés de la Cruz’, la excepcional mujer nativa de Nepantla cuando no existía el Estado de México, habría escrito dos meses antes de su muerte una carta relacionada con la epidemia, en la que expresó: “No sé si pronto llegará mi hora, espero que no”.

En ese texto, fechado el 13 de febrero de 1695, la célebre monja indicó que “todas estamos muy asustadas aquí”, y “lo más probable es que acabemos muriendo todas, no tenemos médicos, ni personal sanitario como para sobrevivir”.

En su novela El beso de la virreina (Planeta, 2008), José Luis Gómez recrea aquella epidemia de tifoidea y, según su relato, las enfermas “arden en fiebre, vomitan con insistencia y la defecación es negra”. En las páginas de esa obra, sor Juana llamó “vómito negro” que “mata en un momento”, a esa enfermedad provocada por “tercianas” (fiebres).

Sor Juana Inés de la Cruz pasó a las páginas de la historia de México por su obra poética y no por haber muerto a causa de una epidemia, ni por el hallazgo de sus presuntos restos durante la presidencia de José López Portillo.

Empero, la monja jerónima es la víctima de un contagio más famosa del país, no obstante que versiones sin confirmación atribuyeron en 2009 el deceso del director del Museo Nacional de Antropología, Felipe Solís Acero, posiblemente a la epidemia de influenza que había entonces.

Según la información oficial, el arqueólogo Solís fue víctima de un paro cardíaco en la mañana del 23 de abril de ese año, una semana después de que atendió al presidente de Estados Unidos Barack Obama en el Museo de Antropología, lo cual desató diversas especulaciones.

Varios sitios virtuales atribuyeron a un diario de la Ciudad de México haber publicado que Solís tuvo síntomas similares a los de la gripe, pero no hay informes médicos de que se hubiera tratado de la gripe porcina o influenza H1N1 que entonces tenía semiparalizada a la capital.

También Ignacio Zaragoza

El general mexicano Ignacio Zaragoza, cuya principal hazaña militar se conmemora cada 5 de mayo, murió cuatro meses después aquella victoria -pírrica, dicen muchos-, a los 33 años de edad, debido a que contrajo la fiebre tifoidea.

El 5 de mayo de 1862, Zaragoza estuvo al frente de las tropas mexicanas que defendieron exitosa pero momentáneamente la ciudad de Puebla frente a los invasores franceses, y murió el 8 de septiembre siguiente a causa de la que también fue llamada fiebre petequial, tifo o tabardillo.

Aquella enfermedad fue motivo de discusión entre los científicos para determinar si era o no semejante la que se había manifestado en México con la que existía en Francia, cuyos soldados habían invadido la República mexicana.

Así, dice un estudio, en 1864 médicos de ambas naciones debatieron sobre el tema en el seno de la Comisión Científica y Literaria de México, ante las inquietudes al respecto de los doctores Carlos Ehrmann, francés, y Luis Hidalgo y Carpio, mexicano.

Este científico había descubierto en su práctica diaria sobre síntomas y signos que ambas fiebres eran diferentes, y la Comisión concluyó, tras un debate, que por el momento era imposible llegar a una conclusión definitiva.

El doctor Ehrmann se refirió a la fiebre tifoidea “que reina en México”, es decir, a una epidemia que habría sido la que terminó dos años antes con la vida del general Zaragoza, quien por cierto nació en Texas cuando ese territorio era mexicano.

La discusión, en la que fueron introducidos elementos raciales, genéticos, éticos, geográficos y hasta morales, duró el resto del siglo XIX.

(La versión original de este texto fue difundida por el autor en 2009 a través de la agencia Amex)