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  • No hay prescripciones que valgan para recuperar la memoria histórica
  • Por Francisco Rodríguez

RedFinancieraMX

La prescripción, esa figura jurídica que opera a través del transcurso del tiempo para borrar obligaciones y conductas delictivas –o adquirir derechos– se ha convertido en el sursum corda o en el Magníficat de la ultraderecha para consolidar ventajas, dado que las agresiones provienen de las clases en el poder.

La prescripción del derecho privado casi siempre favorece al que ejerce la agresión o a quien espera paciente el paso del tiempo para adquirir. Pero en derecho constitucional, en normativa pública, cuando se habla de delitos internacionales de lesa humanidad o cuando los delitos han sido cometidos contra el interés superior de la Nación, la prescripción deja de ser tan benevolente.

En estos casos, desde que Justiniano la recopiló en el Corpus Iuris Civilis de la antigüedad clásica, la famosa prescripción pasa por las horcas caudinas de la aplicación de la justicia.‎ El derecho romano, del que descendemos, jamás consideró que el paso del tiempo pudiera atentar contra los derechos colectivos, la paz pública o los fundamentos de la civilización.

Y entre nosotros, la prescripción siempre ha sido invocada en favor de la ventaja económica o social. Es una figura recurrente del huizache para borrar la memoria, para consolidar los atentados, para fijar como adquiridos las condiciones de la supremacía social. Ha entrado en el ADN de la desigualdad.

Vigente, la Convención sobre imprescriptibilidad de crímenes de guerra

La gente que puede, a través de sus poderdantes y paniaguados, casi siempre abusa del concepto, porque está tan arraigada en el fenómeno de la impunidad y de la inmunidad que casi se ha vuelto un concepto irrebatible, cuando las personas perjudicadas no tienen los elementos para impugnarla en aras del bien mayor.

Cuando se trata de proteger los derechos de los pueblos, la Convención Internacional sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de lesa humanidad, que está en vigor desde el 11 de noviembre de 1970, impide que el sólo paso del tiempo opere contra el objetivo superior del bien público, entre otras muchas consideraciones de doctrina jurídica que se han emitido a lo largo de la historia de la humanidad.

Y dentro de esta consideración entra el famoso Derecho de conquista. Ha llegado a ejemplificarse, por ejemplo, que los terrenos perdidos por México durante las invasiones norteamericanas, pueden recuperarse a través del derecho internacional, sin que nadie haya puesto objeción. Porque se trató de actos salvajes que jamás pueden encontrar cobijo en cualquier legislación.

Los asuntos de memoria histórica, aquéllos que agravian los derechos de franjas enteras de población, así como los derechos de los pueblos originarios al mínimo de civilización se encuentran cobijados por estas disposiciones que todavía no tienen la suficiente difusión para ser asumidos como tales.

En estos asuntos hay que hacer caso omiso de la prescripción del derecho privado

Pero para la ultraderecha esto sólo son sueños guajiros, porque –sabe usted– es más cómodo recurrir al olvido, a la amnesia ficticia cuando se trata de meter el seso, cuando se trata de ver peligrar comodidades internas o internacionales que sólo benefician al agresor. Es demasiado difícil enfrentarse a la ley desnuda.

Dura lex, sed lex, sí, así como suena. Y contra este principio no cabe el transcurso del tiempo, a menos que la inacción se haya debido a un deliberado propósito de renunciar al ejercicio del derecho para defenderlo. Pero para la ultraderecha, el paso del tiempo opera como un Magníficat de “cosa juzgada”.

Sí esto se aplicara así, sin las consideraciones históricas, sociológicas y sociales, sería una sinrazón. Sería tanto como considerar que en México jamás hubiera sido posible la expropiación petrolera, porque atentaba contra los derechos adquiridos de las compañías extranjeras el sólo hecho de pensar en recuperar los bienes del subsuelo que la Constitución…

… desde veinte años antes había consagrado como derechos esenciales de la Nación sobre los mismos. Hacer caso omiso de la prescripción del derecho privado y proteger los intereses superiores de la Nación, fue el argumento que sustentó ante todos los pueblos del mundo el ejercicio fundamental del gobierno mexicano en defensa del patrimonio colectivo.

Con la prescripción por delante, eso hubiera sido más que imposible.‎ Haciendo a un lado esas consideraciones del derecho privado, la expropiación fue una realidad, por el simple hecho de que los mexicanos jamás perdieron los derechos fundamentales sobre el subsuelo y los hidrocarburos subyacentes.

Y lo mismo hubiera impedido la legislación constitucional sobre los derechos humanos, sobre el rescate de las culturas indígenas ancestrales, sobre la condición igualitaria de la mujer y el reconocimiento de la diversidad sexual, entre otras cosas que hoy son del dominio público y forman parte de la agenda de libertades.

El tiempo es insignificante cuando se trata de recuperar la memoria histórica

Parece que el mundo quiere recuperar la memoria histórica. Su fundamento constitucional de vida. Coincidentemente, esto pasa hoy, cuando se da cuenta de que ya no depende de una sola voluntad, de un solo designio, como hasta hace algunas décadas que todos debían pedir permiso al Clan Rockefeller para intentar las reclamaciones y las demandas. Así como suena.

La voz de las mayorías es finalmente la que se encuentra detrás de las innovaciones. Siempre ha sucedido así, aunque jamás nos hayamos dado cuenta o no queramos hacerlo. Siempre hay un sustento de toda evolución, siempre hay un rumbo.

Aunque la ultraderecha pegue el grito en el cielo, jamás podrá acallar las reclamaciones que el gobierno conservador canadiense hace frente al Papa Francisco para que pida perdón por los agravios cometidos contra la población indígena de la ex colonia británica y francesa.

Ha pasado demasiado tiempo, pero para el derecho, el tiempo es insignificante cuando se trata de la memoria histórica, del bien público o del reclamo de derechos originarios, como el mexicano.

Memoria histórica, también, para recuperar los agravios del pasado reciente

Cuando se reclaman las disculpas, se está exagerando en los buenos modales para hacerlo. Las disculpas nunca resarcen una condición agraviada, un derecho perdido. Pero tal parece que el mundo ha tomado conciencia de su condición y hoy prefiere optar por defender a las mayorías, más que a sus clanes favorecidos de siempre.

La memoria histórica también tendrá que aplicarse para recuperar los agravios del pasado reciente. Es una simple cuestión de oportunidad. Pues el que puede lo más, puede lo menos. Ojalá podamos observar pronto lo que debe de venirse en términos del resarcimiento de todos los agravios que la corrupción ha causado a nuestro país.

La corrupción es el principal enemigo de la memoria histórica, porque ha fundamentado situaciones de hecho que en términos legislativos y constitucionales jamás han dejado de prescribir en favor de los indolentes. Debemos de acostumbrarnos al futuro.

Ya tocó nuestra puerta. Está entre nosotros la nueva argumentación, indispensable, sobre los derechos políticos. Hacia allá vamos. En buena hora.

¿No cree usted?

Índice Flamígero: Circula en redes sociales un fragmento del libro Brevísima relación de la destrucción de las indias del fraile sevillano Bartolomé de las Casas: “Entraban los españoles en los poblados y no dejaban niños ni viejos ni mujeres preñadas que no desbarrigaran e hicieran pedazos. Hacían apuestas sobre quién de una cuchillada abría un indio por medio o le cortaba la cabeza de un tajo. Arrancaban a las criaturitas del pecho de sus madres y las lanzaban contra las piedras. A los hombres les cortaban las manos. A otros los amarraban con paja seca y los quemaban vivos. Y les clavaban una estaca en la boca para que no se oyeran los gritos. Para mantener a los perros amaestrados en matar, traían muchos indios en cadenas y los mordían y los destrozaban y tenían carnicería pública de carne humana… Yo soy testigo de todo esto y de otras maneras de crueldad nunca vistas ni oídas” + + + Ahí mismo se hace un recuento de varios hechos que escapan a los críticos, españoles y mexicanos, de AMLO: Nadie dijo nada cuando José María Aznar López pidió una disculpa al estado islámico por haber ocupado a España por ocho siglos. Nadie comenta que: 1.- Alemania ya pidió disculpas a los judíos por el Holocausto. 2.- Holanda por la matanza de indonesios. 3.- Japón por las agresiones de su país en la 2GM y a  Corea del Sur por su ocupación colonial en 1910. 4.- En el 2015 España presentó disculpas a la comunidad Sefardí expulsada en 1492. 5.- En Septiembre pasado Emmanuel Macron disculpó a Francia por las atrocidades cometidas en Argelia. 6.- En el 2013 Reino Unido pidió perdón por lo que hizo en Kenia…”

 

Balconeando/ Claudia Ruiz Massieu, candidata… ¡a Oceánica!

La tarde del domingo 1 de septiembre, justo al momento en el que el Presidente López Obrador esté rindiendo su Primer Informe de Gobierno, Claudia Ruiz-Massieu Salinas-De Gortari quedará desempleada. Para esas horas se terminará su interinato al frente del CEN del PRI –ella sólo cubre parte del periodo para el que fue electo Manlio Fabio Beltrones– y un nuevo dirigente entrará en funciones. Por eso es que ya hay quienes aconsejan a la poseedora de los cuatro apellidos que vaya apartando su ingreso a una clínica de recuperación de adicciones.

Sucede que la señora padece una enfermedad que es progresiva, crónica y mortal producida por la ingesta repetida de una sustancia tóxica que se convierte en adictiva.

Lo peor es que, aún cuando no es formalmente hereditaria, una de sus hijas también la padece.

No ha mucho usted leyó en estos espacios que, en los últimos días de su breve estancia al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores –dónde se la acomodó el “tío incómodo” al maleable Enrique Peña Nieto– ella tuvo que viajar de urgencia a Suiza a atender un asunto familiar… y penoso.

Sucedió en la Lemania – Verbier International School, la prepa preferida para los hijos de los aristócratas mexicanos de huarache, donde también cursó estudios doña Claudia hace ya muchos ayeres. El lugar exacto, dicen ellos, donde se forman los futuros líderes trilingües, en una filosofía educativa de gran confort y colegiaturas reservadas a los ojos de cualquier transparencia, por encima de todos los niveles de asombro sobre el derroche y la rapiña. Nadie puede pagarlo.‎ Sólo los de doble apellido.

Por tradición, pues, ahí “estudiaba” –más bien, estaba inscrita– una de sus hijas hasta antes de que fuera expulsada. Cumplía la ilusión de mami: formarse entre los grandes, como lo hicieron con ella, en los rebumbios de los idiomas, con los modos y maneras de la alta aristocracia europea, por si las moscas, algún día fuera la lideresa del futuro mexicano.

A los pocos meses, la hija de la aún dirigente del PRI buscó desesperadamente la francachela con los hijos de jeques árabes y sucesores monárquicos compañeros de clases. El resultado fue una guarapeta mortal, de la que pudo zafarse gracias al auxilio de sus compañeros que la internaron en un hospital para que fuera atendida.

Lo peor es que estos jóvenes bien intencionados luego fueron víctimas de la mocosa quien se zafó de una primera expulsión, argumentando que ¡quienes la salvaron la querían ultrajar!, por lo que la entonces todavía cancillera Claudia movió cielo y tierra político y diplomático acreditado para que sostuvieran su dicho y salvarla de la expulsión escolar.

Borrachazo en Reforma… y un niño atropellado

Pasó. A poco tiempo, se repitió la maroma, pero esta vez, monsieur‎ Thibaut Descoeudres, el decano director, estaba tan amoscado que se resistió a ser nuevamente engañado y, haciendo caso omiso de todas las presiones, optó por cancelar definitivamente la carrera preparatoria de la joven hija de la poseedora de cuatro apellidos. Fue expulsada de inmediato, sin importar todo el dinero gastado. Sin importar las cenas con otros padres de mexicanos donde traía de chofer al embajador en Suiza y con las que obsequiaba la cancillera a su infanta, para mayor lucimiento de su heráldica e influencia.

Hija de tigresa, pintita. Lo único que hacía la hija era obedecer patrones genéticos, pudiera decir algún intelectual crítico. Pobre, heredó las mismas reacciones e impulsos etílicos de su mamá. La que, rumbo a un acto partidista, en su carácter de Secretaria General del PRI, iba a tal exceso de velocidad –seguramente ordenando a gritos a su chofer para que “le metiera la pata” al acelerador, luego de que ella saliera tarde de una comida muy prolongada—que no reparó en que, sobre el Paseo de la Reforma, había medio matado a un chiquitín solitario de cinco años, Augusto Atempa, perteneciente a la clase de “los otros”.

‎En la reacción con sello de la casa, Claudia puso pies en polvorosa, para que nadie notara que traía —as usual— “unas copitas de más”. A gritos, alterada, visiblemente jarrasubió al carro de guaruras que iba detrás de su vehículo y se alejó inmediatamente del lugar del desaguisado, abandonando al niño desastrado en situación de calle, el que acabó en un hospital de traumatología, atendido por las policías locales encargadas de los rescates y urgencias médicas.

‎Al darse cuenta de que las imágenes de ella, su auto, el chiquitín, el chofer y los sucesos de fuga aparecían en las redes sociales, el PRI se apresuró a emitir un boletín donde se sostenía que tanto el niño como Claudia fueron hospitalizados y atendidos debidamente con todos los gastos pagados, gracias a la intervención de la ex cancillera, que en fotos de aquellos tiempos lucía un collarín ortopédico, para validar la mentirosa versión priísta. ¡Lástima de ropita!

‎La verdad, como consta en las oportunas tomas de las redes sociales, es que Claudia no sufrió una sola molestia ni daño físico, sólo la vergüenza de huir tambaleante ante el bochorno, alejarse del contratiempo que podía dañar su “carrera política”, y dejar a salvo su cuadruple apellido. Del niño lastimado, ni hablar. Hasta la fecha no se sabe naaada, como gustaba decirClavillazo, el cómico teziutleco.

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