- Populismo de derecha al servicio de la ambición despótica
- Por Francisco Rodríguez
RedFinancieraMX
El populismo no es malo en sí. Es un atributo de los sistemas políticos de todo género. Sólo es malo cuando el apodo de populista se suma a una serie de incongruencias y desfachateces y a la distracción de las masas para lograr objetivos conservadores y retardatarios de todo tipo. Es muy sencillo de identificar.
El populismo para fines de la derecha ha sido un gran aliado para disfrazar los intentos de pretender engañar, bajo el cobijo del pueblo, el verdadero ADN de quienes lo aplican. Enardecer, exaltar a las masas, siempre es mejor que someterse a las pruebas de los programas, a la honestidad y a la transparencia exigibles en todo momento.
Espantar con el petate del muerto es un viejo truco. Vociferar que se lucha por reivindicaciones postergadas –más echarle la culpa al pasado de lo que falla en el presente– es mejor que afrontar la realidad. Proponer imposibles en su nombre es tan descabellado como abstenerse en aras de la cautela para no hacer nada.
Nos dejamos engañar por las apariencias
Flavio Josefo, el gran historiador de la antigüedad, mencionó en sus crónicas a Julio César, a Catilina y a Druso como los grandes propulsores del populismo en Roma. Lo hacía por la cercanía sentimental que tuvieron con la base popular, con la plebe del viejo Imperio. Dejarse engañar por las apariencias siempre fue el caldo de cultivo para pretender el progreso.
También, el término populista, de origen ruso, ha sido utilizado por autores de avanzada para caracterizar a gobiernos elegidos democráticamente o para adjetivar movimientos de tipo socialista con el fin de atribuirles todas las características negativas. Hasta ha llegado a decirse que es un modelo de Estado.
Populismo de derecha, siempre ajeno a lo indispensable
El populismo de derecha en Latinoamérica ha prometido todo a todos. Perón en Argentina, Getulio Vargas en Brasil, Carlos Andrés Pérez en Venezuela, Somoza y Ortega en Nicaragua, Pinochet, Frondizi y Piñera en Chile, Fujimori en Perú, forman una legión de impostores. Un tema demasiado extenso.
El populismo de derecha no tiene límites cuando de apelar a los sentimientos patrióticos se trata. Ha sido usado para un barrido y un trapeado. El populismo siempre ha sido la contracara del elitismo, aunque en el fondo se identifiquen como dos gotas de agua. No existe “el pueblo”, sino que existen múltiples pueblos en cada país. A alguno de ellos se tiene que servir.
El populismo de derecha siempre es ajeno a lo indispensable. No tiene una visión sobre el desarrollo regional equilibrado, ni sobre la distribución del ingreso, ni sobre el ejercicio republicano del poder, sobre los deberes esenciales del Estado o sobre la finalización de las dinastías, los cenáculos o la desaparición de pirrurirs ignorantes y bien servidos.
Evade pronunciarse sobre los derechos y libertades fundamentales, la lucha por el sindicalismo auténtico, los derechos reproductivos, la libre expresión, la manifestación de las ideas, el impulso a la comunidad científica o a las actividades que propugnan por definir con mayores atributos la lucha contra la miseria.
El poder presidencial omnímodo lo es todo
Todo eso es ajeno al populismo de derecha. A falta de una idea clara sobre el gobierno de una Nación, sobre el respeto a sus principios fundadores, el populismo tira hacia los montes de Úbeda, y siempre saca raja de lo baladí, de lo insustancial, de lo chistoso. Hace befa de todo aquello que en realidad envidia o desconoce.
Los presidentes de la República crean a placer a los populistas subalternos, proponen los poderes subsidiarios, los de los militares entorchados, los de los bufos representantes populares, los virreyes estatales, los lorocutores de moda, los líderes de organizaciones sociales, los partidos y los interlocutores funcionales del régimen, entre muchos otros especímenes de estas sectas.
El poder presidencial omnímodo lo es todo. El define los términos del populismo de derecha. En todo el mundo sólo queda cuando mucho una docena de países con esta característica disfuncional. Los demás se fueron para nunca volver. Han sido sustituidos por congresos y mecanismos horizontales de control y de opinión pública.
Nuestro presidencialismo, vulgar representación de feudalismo
La terca realidad del sistema político mexicano supera incluso muchas fantasías de la ciencia política. Los grupos de poder que existen fuera de nuestras fronteras son producto, entre otras cosas, de la competitividad histórica por el mercado, de las invenciones científicas, del éxito empresarial. Aquí no.
La única competencia real es por el favor del dedo presidencial. Poderosos y adinerados, surgidos de la miseria ancestral del campo y de las ciudades, compiten todos los días por el favor del dedo unipersonal que los protege. Mientras más cerca, mejor, y más fortuna. Pero no tan cerca, porque quema siempre.
La demasía de presidencialismo que nos caracteriza convierte en cacicazgos a todos los poderes subalternos. Es una vulgar representación de feudalismo que se resiste al progreso y a cualquier manifestación de modernidad. El que convierte los terrenos productivos en fosas comunes para depositar los cadáveres de los indefensos.
Todo vale y es bien visto en el circo de la distracción populista
El populismo de derecha es bastante atrevido. Lo mismo puede osar a presumir un sistema de salud novedoso que arroja que ocho de cada diez mujeres que padecen cáncer de mama ha visto interrumpido su tratamiento por la desaparición de los medicamentos o por causa de la recurrente pandemia que le vino “como anillo al dedo”.
Produce especímenes empoderados que relatan que Oscar Wilde nació en Estados Unidos, que Mamado Nervo fue uruguayo, que Pinochet fue un general que dio el golpe de Estado en Italia, o que usa el escudo nacional como el logotipo de un abarrote chocolatero. Todo eso, aplaudido por los fanáticos del chairopopulismo.
Todo vale y es bien visto en el circo de la distracción, en este chiquero de inmundicias. El presidente se queja en las “mañaneras” de que es muy difícil vender el avión. ¿Qué no lo había rifado? Sigue pensando que México se fundó hacer diez mil años… y no hay nadie entre sus colaboradores cercanos que le pare sus atrevimientos.
Y todo sirve para contribuir a la reelección anticipada
La parte noble de lo que queda, las redes digitales, por naturaleza independientes, caen sobre él como cataratas: ¿Para qué adelantamos el reloj una hora? Mejor vamos adelantándolo tres años más para que ya acabe el sexenio. Esto ya se ha vuelto insoportable.
El populismo de derecha siempre es ajeno a lo indispensable. Y se usa para un barrido o para un trapeado.
Todo sirve, piensan en Palacio Nacional para contribuir a la reelección anticipada, o para dejar en el poder a un vástago. La monarquía de huarache. Las dinastías del andurrial. El populismo de derecha al servicio de la ambición despótica.
¿No cree usted?
Índice Flamígero: El populismo en el poder envalentona a la antes diminuta extrema derecha marginal. Numerosos líderes de extrema derecha parecen asociarse con los extremistas: el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, elogia al gobierno militar; Trump retuitea contenido de los trolls de la derecha alternativa; y el Partido Popular Indio hindú-nativista que gobierna India tiene una buena relación con el violento grupo paramilitar RSS. Con el populismo, los periodistas le dan inusual publicidad a la extrema derecha. Eso ayuda a que las ideas de la ultraderecha sean más comúnmente aceptadas. Después de todo, “el pueblo” debe defenderse o desaparecer. Y la extrema derecha atemoriza a los liberales y a los inmigrantes con los mítines violentos, amenazas de muerte, tiroteos en Christchurch y en El Paso y asesinatos políticos (como el de Jo Cox, el británico anti Brexit y el de Walter Lübcke, el demócrata cristiano alemán). Los tabúes se desmoronan mientras el lenguaje populista se normaliza. Cuando Trump se refirió a los “violadores mexicanos” en 2015, fue impactante. Hoy la gente apenas prestaría atención. Los populistas tienen que seguir radicalizando su idioma para seguir recibiendo atención.