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  • Cae el mito de los 30 tristes millones de votos. Hoy, la debacle
  • Por Francisco Rodríguez

RedFinancieraMX

Durante año y medio se ha manejado como artículo de fe que los mexicanos elegimos ‎en el 2018 al candidato más votado de la historia. Esa aldaba ha sido tragada sin masticar por los ciudadanos como si se tratara de una medicina curativa para todos los males, desde empoderar democráticamente a un sujeto, hasta perdonar todos sus pecados y desvaríos.

Nadie se ha puesto a pensar que los dichosos 30 millones de votos equivalen al 30% del padrón electoral federal, consistente en 90 millones de electores. O sea, fue elegido por uno de cada tres mexicanos en edad de votar. Un triste resultado. Hay sesenta millones sobrantes que están en juego. Es un dato duro que echa abajo el mito democrático de la Cuarta Transformación.

MMH, el hombre gris, obtuvo un mayor porcentaje de sufragios

Pero, mire usted, sólo para poner un ejemplo reciente, el padre putativo del neoliberalismo, ese individuo gris que se llamaba Miguel de la Madrid. Él solito sacó la votación equivalente al 71. 63% de la votación total, el 50% del padrón electoral federal de 1982.‎ El actual titular representa a una tercera parte de los ciudadanos mexicanos.

‎La elección del hombre gris se hizo con casillas rigurosamente vigiladas, no crea usted que se robó en despoblado. Siete de cada cien mexicanos que acudieron a votar en 1982 lo hicieron para llevar al poder a Miguel de la Madrid Hurtado, un abogado financiero, empleado de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público.

No era un gran líder. Pero tuvo que luchar contra el peor desastre económico que se recuerde con posterioridad a la Revolución mexicana. López Portillo había dejado un tiradero de aquéllos, con una moneda devaluada al 400%, con un sistema político hecho pedazos por los que llegaron a administrar la abundancia petrolera.

Con eso y todo, el triunfo fue irrebatible, reconocido en todos los rincones. El sistema de partidos continuó vigente y boyante. No hubo mayores estropicios subsecuentes. El funcionamiento de las Cámaras y de las instituciones fue de lo más tranquilo.

Nada de mártires democráticos, nada de hombres providenciales

Haciendo a un lado las épocas priístas del 90% de las votaciones, donde ejercían el derecho al sufragio hasta los muertos en los panteones, la democracia fue puesta a prueba y salvó el obstáculo. Nada de grandilocuencias ni mártires democráticos, nada de hombres providenciales y nada de la mayor votación de la historia.

El manejo de la administración del hombre gris fue un desastre, el desmantelamiento del Estado conocido, los recortes, la entrega incondicional a los Estados Unidos. El neoliberalismo en pleno. Pero nunca, jamás, hubo una crisis como la actual, jefaturada por gente sin idea de nada.

Eso sí, en el terreno político se observaron las reglas. Nada de fallas en la gobernabilidad, nada de estremecimientos económicos de falta de comida, nada de cuarenta mil ejecuciones de ciudadanos en los once primeros meses de gobierno. Nada de demolición de instituciones, nada de tiranías autoritarias.

¿Y para qué ha servido el mito de los treinta millones de votos?

Sé que es difícil asimilarlo, pero así fue. Del desastre económico y social del lopezportllismo se pasó a la ecuanimidad y a la vida democrática que hizo posible que este país no se deshiciera. Hoy no se puede garantizar eso, ni mínimamente. El país está en la boca del lobo, gracias a un voluntarismo mesiánico que no tiene parangón en la historia reciente.

¿Para qué ha servido el mito de los treinta millones de votos –remember: uno de cada tres electores?‎ ¡Para echar por la borda toda la experiencia institucional de este país! ¡Para hacer creer a los mexicanos que las decisiones que tomen los supuestos izquierdistas nos pondrán a la punta de la estampida del progreso y del bienestar!

Nada más falso y errático. ‎Aunque es cierto que en un sistema presidencialista como el mexicano, el que manda, manda, y si se equivoca, vuelve a mandar… hasta que le hagan caso. En muchos renglones ya se ve que se desplaza al Caudillo en casi todos los business de interés. Cada uno está cosechando en su parcela.

Al Caudillo le gusta jugar con las acciones y pasiones de sus amlovers

Porque, ¿para qué echar a pelear a la gente del Canciller, a las del líder senatorial, a las jefas formales de la nomenclatura morenista, si a final de cuentas los dados están cargados en favor de una señora de edad, fácilmente manipulable según cree el Caudillo?

Si la decisión estaba tomada en favor de doña Berta Luján de Alcalde, esposa del coyote laboral y padre de la secretaria formal del Trabajo, era mejor jugar a cuchillo limpio y explicar en corto que eso era lo más indicado. No meterse en un pleito de tugurio para salir con las mismas babas.‎ No era prudente ni engañar con la verdad.

Ya nos dimos cuenta de que lo único que cumple AMLO ¡son años!

¿Para qué mandar al reventador de Pemex, Octavio Romero Oropeza, a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes, si es un paisano que ha sido bolseado, corrompido y jaqueado en la paraestatal y, dicho sea de paso, ni pudo con un changarro personal de gaseositas en Villahermosa, Tabasco, y lo quebró?

‎¿Para qué enemistarse y cerrarle las puertas a la inversión privada y causar la crisis económica y de confianza más seria que ha asolado al país? Nadie se ha atrevido a tanto en tan poco tiempo. Nadie se ha reído así de sus colaboradores y de un pueblo. Definitivamente, lo único que cumple el Caudillo son años.

Hora de preguntarnos ¿para qué acumula tanto poder el Caudillo?

¿Para qué persigue tener tanto poder? Avasalla a las Cámaras legislativas y a las patronales, al Instituto Nacional Electoral, a la CNDH, a la Unidad de Inteligencia Financiera, a la podrida Corta ¿de Justicia? y a todo charal que se deje, sólo para que apriete más el hambre, el desempleo y la desesperanza.

Avasalla para seguir arrodillado ante Donald Trump, que lo desprecia. Para seguir recogiendo basura política que tiran del exterior, del que sea, como un nuevo Diógenes, con todo y síndrome. Para que sigan corriendo de su trabajo a los pilotos que le piden recapacite en eso de la Central camionera de Santa Lucía. Una vergüenza para Aeroméxico.

Para que sigan ejecutando cinco mexicanos por hora las bandas del narcotráfico a las que tiene miedo enfrentar después de los audios reveladores de Ovidio El Ratón de Culiacán. Para ser una especie de santo patrón de la delincuencia después del “¡fuchi guacala!” y de los abrazos en vez de balazos.

Malas nuevas: De los 30 millones de votos, ya no’más le quedan 13

¿Todo por haber sacado treinta tristes millones de votos? ¿Eso le hace capaz de empoderar en el Sillón Grande a Claudia Sheinbaum, a la que vino a destapar Morales? Quiere llegar al ridículo empedernido, antes o después de la catástrofe emocional que tiene en puerta. Hay una mala noticia, los 30 ya se convirtieron en 13.

Y ya hay pasajeros que le pensarían antes de subirse a un avión de redilas en el que vaya el Caudillo. Ya no existen aquellas multitudes engañadas que se sacaban selfies con él y que le aplaudían todos los chistoretes. La gente ya despertó. Desafortunadamente para la Cuarta Transformación, así es. En buena hora.

Hay 77 millones de votos en juego.

¿Quién da más?

Índice Flamígero: Costo del boleto que pagaron los asistentes al evento de Fórmula 1 CDMX –sin tomar en cuenta la reventa– en este 2019, 21 mil 750 pesos… Costo de una onza de oro (ayer), 28 mil 646 pesos 30 centavos… Que el Presidente de la República anuncie Visa, AmEx y MasterCard por el Buen Fin, ¡no tiene precio!… Y es que esta promoción comercial auspiciada por la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, lo mismo que por la de Economía, tiene con objetivo final el captar más contribuyentes al erario, lo mismo que “descubrir” si los datos que se proporcionan en las declaraciones anuales son falsas o verdaderas. Así que debe recordarse que los estados de cuenta de los plásticos deben corresponder a los ingresos que cada cual reporta al fisco, ya que en una de esas el Servicio de Administración Tributaria (SAT) podría hacer algún requerimiento. Y entonces…

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