Epistolario

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  • Los hijos tienen alas
  • Por Armando Rojas Arévalo

 

RedFinanciera

 

BRISA: Advertencia: Esta es una historia personal, así que los dejo en libertad de leerla o darle la vuelta a la hoja. Que conste.

Un día de diciembre de hace casi cuatro años, mi hija MARIANA me dijo como si nada, como si dijéramos cómo te va mi amor, cómo te va, o ¿ya viste qué hermoso día?: “Papá, nos vamos a vivir a otro país”.

Mi yerno, ella y mi nieta Arantza vivían en una linda casa en Avenida de las Fuentes de Jardines del Pedregal y tenían un alto nivel de vida. Por eso al principio no le creí, pero cuando vi que empezaban a empacar ropa, muebles y enseres y habían contratado una compañía internacional de  mudanza y fijaron fecha, me dije “¡ah, caray, es cierto!”

A través de los meses, los tres habían ido varias ocasiones a Montreal, otras a Toronto, otras a Québec. Es más, MARIANA ya había aprendido hablar en francés, y su esposo ya se había inscrito en la maestría. Yo creía que era un largo viaje de placer, pero a la chita callando era para acercarse al gobierno de Canadá y a sus instituciones para buscar la residencia.

Mariana es abogada por la Ibero, hoy especialista en Comercio Exterior, y LUIS es administrador de empresas y tenía un puesto gerencial en un corporativo de México. Aparentemente no había motivos para un cambio tan radical.

“¿Cuánto tiempo durará el experimento?”, les pregunté en broma.

-No. Va muy en serio. Nos vamos a vivir a Canadá. El gobierno ya nos fijó sus condiciones y hasta nos designó el lugar donde debemos ir a vivir.

-¿No es donde ustedes quieran?

-No. El gobierno es el que te asigna la ciudad, por su política económica, de impulsar el desarrollo de regiones.

En este caso, el gobierno les dijo: Manitoba.

-Uta –pensé- en el norte de Canadá, en la provincia de Manitoba, donde los osos se pasean por las calles como cualquier ciudadano y los lagos y ríos se congelan en invierno.

El día en que ellos tuvieron que abandonar la casa del Pedregal, lloré de tristeza. Más en el Aeropuerto, donde tomaron un vuelo que los llevaría hasta su nueva residencia. ¿Cómo era posible que mi hija y su esposo decidieran dejar la vida confortable que llevaban en la Ciudad de México, por una ciudad que no conocían bien a bien, en un clima de invierno tan cruel que ni los osos salen de sus madrigueras? 30 y 35 grados bajo cero.

Pues sí, allá les dijeron que se fueran…y se fueron. Antes, por ley, los obligaron a comprar casa y a vivir definitivamente en esas estepas donde yo no me atrevería a vivir ni en una noche de locura. Con decirte que solamente viven allá menos de 200 mexicanos.

En tres años ya se adaptaron. LUIS terminó su maestría y es entrenador de tenis, aparte tiene un trabajo donde pronto tendrá nivel gerencial. MARIANA se especializó en comercio exterior estudiando cursos y diplomados y trabaja en una empresa que se dedica a ello. ARANTZA ya está en la Universidad.

No ha sido nada fácil, empezando por el clima. Han tenido que luchar con afán y constancia, venciendo adversidades. Y están saliendo adelante. MARIANA se ha incorporado de manera asombrosa a la comunidad latina y, entre otras cosas de la convivencia social, ha integrado con colombianas y peruanas un ballet folklórico que interpreta bailes mexicanos y con frecuencia ofrecen festivales y conciertos en instituciones culturales y de beneficencia dando a conocer lo nuestro, de manera gratuita.

El ballet folklórico no ha contado con la ayuda de la embajada o el consulado (que no lo hay en esa ciudad, sino hasta Vancouver), y cada uno de los integrantes ha costeado el vestuario. Eso vale significa y vale mucho, porque es producto del esfuerzo y del gran amor por México.

Así como MARIANA mis otros hijos (que son algunos, jajajaja) también han logrado cobijo en el extranjero. Por Ejemplo, CITLALLI ya radicó en Milán, Italia, donde su esposo arquitecto estuvo trabajando una buena temporada; hoy arregla equipaje para irse a vivir a Australia (¡¡!!); AMANDA, casó y vive en San Diego, California, y CARLOS ALBERTO casó con una linda chica francesa con la que al principio vivió en Luanda, Angola, porque la compañía petrolera en la que trabaja la mandó a representar allá a la empresa, y ahora vive en Burdeos. Aquí solo quedaron mi primogénita CLAUDIA, quien vive en Chiapas, y ARMANDO, quien tiene negocios en Morelos.

Los hijos tienen alas, querida amiga, y a veces tienen que emprender un vuelo que nos deja contritos. En esta época ya no se puede tener a los hijos amarrados al hogar de los padres, porque tienen sus propias aspiraciones y están dispuestos a correr todos los riesgos.

Doy gracias a Dios que a todos les vaya bien. Que todos hayan nacido con el espíritu de lucha y la fuerza interna para vencer adversidades y salir airosos de las pruebas de la vida.

 

¿Qué más puedo pedir?

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