- Yaz, hace cuatro años…
- Por Moisés Sánchez Limón
RedFinancieraMX
Cada 18 de diciembre, Yaz, tu risa que se me quedó anudada en el recuerdo, inunda los espacios ayunos de tu presencia.
Deja y explico, a quienes me honran con la lectura de entresemana, el porqué de este oasis de reflexión profunda que suele anegar los ojos y provocar temblor en los labios cuando se pronuncia tu nombre.
Y es que, Yaz, cada 18 de diciembre los recuerdos de aquel domingo de hace cuatro años, con letra porque el número es frío e insolente, cuando por la tarde me recordaste la cita que teníamos para celebrar la Navidad, especial Navidad, en tu casa.
Nunca imaginé que ese diálogo telefónico, de aquel decembrino domingo con brillante sol invernal, sería el nadir de nuestras pláticas salpicadas de personales cuitas periodísticas. “¡Aja!”, expresión muy tuya de suspicacia implícita que confirmabas con esa mirada interrogante. “China de los ojos negros, por qué me miras así…”, ¿recuerdas? Como aquel tango ajustado a tu nombre.
Pero, te platico Yaz.
En estos doce meses que mañana viernes cierran el periplo que he navegado en tu ausencia, ha ocurrido lo inédito como esta crisis sanitaria y la perversidad que se ensaña con Notimex que fue tu casa. Sí, sí, habrías reaccionado con algo más que enojo en defensa de tus compañeras y compañeros de trabajo. ¡Ah!, ese grupo que te extraña.
Qué le vamos a hacer, Yaz.
Por cierto, Daniel se tituló ayer como médico y te recuerda en su comentario respecto de esta etapa profesional que ha cumplido; él, como Carlitos que transita el último año de ingeniería te citaron ayer y no olvidan aquel domingo. Estoicos atendieron el llamado que advertía tu despedida y se apersonaron en aquel frío espacio que conoce de lamentos y es silente compañero en el dolor.
Daniel y Carlitos, tus hermanos a quienes amaste como si fueran tus hijos, son jóvenes que cada 18 de diciembre musitan tu nombre y les duele tu ausencia; te extrañan y creo adivinar su promesa de estudiar y ser mejores seres humanos, acordes con tus lecciones. ¡Chamacos!
¿Qué ha ocurrido en un año? ¡Híjole!
Por de pronto es uno más que acumulo y la vida sigue dándome lecciones y me recuerda que no hay límite de caídas y mucho menos para levantarse porque, ¿recuerdas aquella noche de Año Nuevo en Guayabitos? La promesa fue nunca permitir que nada ni nadie, nos derrotara.
“Vamos a romperle el espinazo a la adversidad”, dijimos y prometimos en la pista cuando bailábamos, no recuerdo qué pieza, que siempre andaríamos juntos y apenas cursabas la secundaria y Moy nos observaba y con la mirada convocaba a ir a dormir. Era un niño guapo que se resistía a bailar aunque luego se volvió un maestro en la pista. ¿Lo recuerdas?
Moy volvió al hospital este año y salió con renovados bríos; venció a la neumonía como lo hizo con aquella enfermedad de hace cinco años cuando ofreciste tu vida por la suya. Me duele el corazón por la premonición.
Porque, vaya, de pronto la vida se te disipó en un momento no esperado aunque sí imaginado; porque luchaste como una guerrera y tus médicos te admiraban, Yaz, te admiraban y tú, siempre humana y humilde con el prójimo, en estas fechas armabas los regalos para ellos. A Saldívar le llevabas el whisky de su gusto en una de esas canastas de mimbre o vara que me confiscabas; al ingeniero nunca supe qué obsequiabas.
Yaz, amigos y parientes –como mi tía Eva la semana pasada– han emprendido la ruta de ese camino al que te aventuraste hace cuatro años. Pero igual se han dado reencuentros e inusitados encuentros con colegas de aquellos días en los que tú, hermosa niña de disfraz de japonesa y cabello chino peinado en trenzas, pedías satisfacer el antojo que no era precisamente de alta cocina y apurabas los tacos al pastor cuando volvía del trabajo en El Universal.
Y, mira lo que es la vida, ese gusto fue siempre compartido por los dos y me invitabas, ya adulta y vecina de la Anzures a degustar los tacos del rumbo. Me divertía como eras reconocida por los gourmets del barrio. “Atiendan a mi papá”, les apurabas.
Cuatro años, Yaz. Cuando veo a Marco Antonio Reyes es como encontrarse con el lado humano de los humanos, esa praxis incondicional del bien común. Marco, ya debes estar enterada, me acompañó en ese periplo que concluyó cuando esa tramitología legal se cerró con firmas de no sé qué requisitos, respecto de tu viaje imprevisto hacia el espacio que tiene muchos nombres y no se sabe si es el fin o el inicio del camino. Vaya.
Te platico que el año próximo celebraremos, los cecehacheros y el de la voz, el medio siglo de haber ingresado al CCH. Y lo traigo al recuerdo porque te gustaba saber de esa pléyade de suyo plural, cada quien con sus aficiones. ¿Te acuerdas cuando íbamos a comer a la casa de Joaquín Ulloa? Sin duda no olvidas a María Eugenia Gómez Ríos ni a estos ex compañeros del CCH Naucalpan de quienes te platiqué tantas anécdotas.
Hace meses, Yaz, no veo a mis colegas de la fuente legislativa en Cámara de Diputados; mis amigas que aquella noche de duelo fueron a darme ánimo y obligarme a comer. Maxi Peláez, Yvonne Reyes Campos, Adriana Hernández… Y las palabras de aliento de Maru Rojas y la presencia de Adrián Ojeda que ya partió a la conferencia de prensa a la que iremos todos, como tú, los periodistas.
Ya no está Julio León Sardaneta y Chava Flores Llamas ni Daniel Benítez Gordillo y David Tarango Buchacras, que madrugó para llegar a ese salón de sobria imagen en el que fuiste visitada por infinidad de amigos, conocidos, familiares, colegas…
Estoy tranquilo, Yaz. A esta hora que tecleo este texto, única forma, muy mía de rendirte homenaje, amén de ser disciplinado con tus ejemplos de vida, estoy tranquilo. En serio. Ya sabrás, sin duda, la identidad de la autora de “espera, espera…”, Desde hace unos días, cuando le platicaba de ti, me daba pauta para rumiar ideas e imaginaba textos para recordarte que te recuerdo.
¿Y qué le digo?, me preguntaba. Y volví a citas de tiempos idos pero con los suspiros de otro momento, éste cuando la vida corre y la disfruto como fiel creyente de la máxima de doble A: Solo por hoy.
Yaz, en estos cuatro años de tu ausencia he transitado y hasta disfrutado soledades que no son nuevas pero sí acicateadas por el desdén y la soberbia, ésa de la que supiste en los días cuando la decisión se había tomado y obligó a hacer maletas de recuerdos para echarlas al sótano, donde duermen atadas para no hacer daño, las maledicencias.
Habrá quienes lean estas líneas y pregunten de qué se trata.
Ofrezco disculpas, pero no me puedo sustraer al recuerdo de mi amada Yaz, la niña del pelo chino y los ojos llenos de amor, que hace cuatro años, la tarde del domingo 18 de diciembre, me llamó para decirme que los preparativos de la Noche de Navidad iban sobre ruedas. Y luego no me volvió a llamar.
Espero, Yaz, que quienes leen este texto sean gentiles personas que disculpen comparta un tema personal; y que los críticos oficiosos de malsana yerba arríen bandera de insolencia y respeten un momento de reflexión humana y el llanto ajeno.
¡Ay!, Yaz, yo que soy propio y no suelo airear en público sentimientos, heme aquí en el recuento de éstos que se alimentan 364 días con tu recuerdo. Te recuerdo. Digo.
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