- Por Norma L. Vázquez Alanís/ (Primera de dos partes)
RedFinancieraMX
La Academia Nacional de Historia y Geografía (ANHG) abordó nuevamente el controvertido tema de la Virgen de Guadalupe en un conversatorio donde participaron el arquitecto Manuel Gamio, la maestra en Humanidades, escritora e historiadora Alicia Albornoz, el contador público y maestro en Educación Eduardo Rabell y el abogado y poeta Sergio Morett.
Inició esta reunión Manuel Gamio, quien habló sobre los antecedentes del Tepeyac, sitio donde se venera a la Virgen de Guadalupe, que es uno de los elementos fundamentales de la identidad de los mexicanos y su importancia rebasa en mucho el ámbito de lo religioso, lo cultural y lo social.
El guadalupanismo no se circunscribe al culto a una imagen, apuntó, sino que incluye también la creencia en una leyenda que habla sobre las apariciones de la Virgen de Guadalupe entre el 9 y el 12 de diciembre de 1531.
Destacó la importancia de la Virgen de Guadalupe en la historia de la formación de México, al señalar que a partir de 1648 las apariciones de la misma se convirtieron “en el aglomerante, en el cemento -si me permiten decirlo así- de una sociedad cuyos habitantes eran racial y culturalmente diferentes, indígenas, mestizos, criollos y peninsulares de esa época, que iniciaron el difícil proceso de integrarse como una nueva nación en un primer periodo colonial que duró 300 años, y después como país independiente que está por cumplir 200 años en ese estatus en septiembre de 2021”.
Tras la conquista de Nueva España en 1521, durante el proceso evangelizador sólo existe constancia de sus apariciones a partir de 1648, cuando dicha visión la registró el bachiller y sacerdote criollo Miguel Sánchez en su obra Imagen de la Virgen María, que es la primera sobre el evento que fue publicada y ampliamente apoyada por el segundo arzobispo de Nueva España, el dominico Alfonso de Montúfar.
Gamio expuso que algunos antecedentes históricos revelan que en el Tepeyac incluso antes de la fecha de las apariciones marianas ya existía al menos una capilla dedicada a la Virgen de Guadalupe, pero a la que llegó de Extremadura con los conquistadores que, como el propio Hernán Cortés, venían de aquella parte del sur de España.
Históricamente, fue en 1528 cuando se hizo la primera mención conocida del Tepeyac o Tepeyacac, su nombre náhuatl original que se traduce como “en la nariz o en la prolongación del cerro”, mismo que en un principio fue llamado Tepeaquilla por los españoles para distinguirlo de Tepeaca, lugar ubicado en el valle de Puebla.
Las primeras menciones de Tepeaquilla provienen de fuentes virreinales que abordan temas como el aprovechamiento y concesión de recursos naturales o tierras por parte de las autoridades españolas, asignadas a particulares peninsulares y, en otros casos, fueron también reconocidos los antiguos derechos de señoríos indígenas de Tenochtitlan y Tlatelolco.
En las fuentes originales no se hace referencia a ningún asunto religioso sino hasta 1554 (seis años después del fallecimiento del obispo fray Juan de Zumárraga), cuando en su obra Diálogos Latinos Francisco Cervantes de Salazar mencionó por primera vez la existencia de una iglesia o ermita en Tepeaquilla (Tepeyac). Sin embargo el autor nada informó sobre datos o detalles de esa construcción, ni de su fecha de fundación o su devoción, y tampoco hace alusión alguna a la Virgen de Guadalupe.
Después de la conquista las Actas del Cabildo de la ciudad de México registran que el ayuntamiento hizo “merced al extremeño Antonio de Arriaga para que pudiera hacer un asiento (casa) para tener sus ovejas en un peñón que está junto a Tepeaquilla”. Aclaró el ponente que, recibir en merced era un préstamo, no una encomienda, y que Tepeaquilla era el pueblo en donde está el cerro del Tepeyac.
“Un querido amigo mío y de mi padre, don Agustín Arriaga Rivera, quien hace años fue gobernador de Michoacán (1962-1968), me comentó que en efecto su ancestro, de profesión panadero, había recibido en merced, que no encomienda o propiedad, el hoy cerro del Tepeyac y las fértiles tierras cercanas, que entonces estaban a la orilla del lago de agua dulce (donde hoy es la colonia Lindavista) y que fueron muy fértiles para el cultivo del trigo, materia prima del pan durante los primeros años de la conquista”, relató Gamio.
El nombre completo del señor era Antonio Juan Diego de Arriaga y, por ser extremeño como Cortés, era devoto de la Virgen de Guadalupe de Extremadura, por lo cual en 1530 edificó en sus terrenos la primera capilla dedicada a aquella virgen. Y según la historia que cuentan los Arriaga -abundó Gamio-, Juan Diego, el de la leyenda de la aparición, era un indígena que cuidaba esas tierras y la capilla, y recibió su nombre igual al de su patrón, como era costumbre al ser bautizado.
También habló de la existencia de documentos de fray Juan de Zumárraga en la biblioteca de la Universidad Autónoma de Guadalajara, en uno de los cuales el arzobispo solicita al virrey enviar soldados a Tepeaquilla con el fin de evitar que los indios hicieran procesiones hacia ese lugar, pues pisaban los cultivos y robaban el ganado en su camino para ir a adorar a su diosa Tonantzin en el peñón del Tepeyac; este documento se puede consultar por internet.
Precisó Gamio que sólo existen dos menciones de la existencia de una capilla o iglesia en el cerro del Tepeyac, la primera de ellas es una iglesia en Tepeaquilla, que aparece en el detalladísimo mapa de Upsala también conocido como “Plano de Alonso de Santa Cruz” o “Mapa de México-Tenochtitlan y sus contornos” que data de 1550, probablemente pintado en Tlatelolco antes de darse a conocer el milagro guadalupano. La segunda cita corresponde a 1554 en los Diálogos Latinos de Cervantes de Salazar, un toledano llegado a México en 1551 para dar clases en la recién fundada Universidad.
El mapa de Upsala evidencia incluso dos capillas: tanto la nueva iglesia construida por orden del obispo de Montúfar, como la primitiva ermita del Tepeyac, cuya edificación el cronista fray Juan de Torquemada atribuyó a los primeros franciscanos, pero con el paso de los años los frailes y el obispo Zumárraga se dieron cuenta de los peligros que había en los cultos de sustitución que ellos mismos habían fundado.
No era tanto que los indios veneraran en secreto a sus antiguas deidades, sino que adoraban a Cristo, a la Virgen y a los santos no propiamente de una manera cristiana, sino idólatra, con ceremonias organizadas por los propios indios en ermitas y que los frailes no podían supervisar. Así, adoraban a la Virgen María como una diosa de manera similar a como lo hacían con su antigua Diosa Madre (Tonantzin, Coatlicue, etcétera) y veneraban las imágenes cristianas por sí mismas y no por lo que representaban. Puede por ello suponerse que a partir de 1539 o 1540, los franciscanos cristocéntricos hayan desalentado el culto indio a la Virgen María en la ermita del Tepeyac.
Por último, Gamio precisó que en náhuatl no existe la palabra “virgen”, porque ese pueblo no tenía esa connotación sexual que el término tiene en español.
(Concluirá)