- Aunque en desuso, la letra cursiva manuscrita sigue siendo necesaria
- Norma L. Vázquez Alanís
RedFinanciera
Seguramente la generación silenciosa, la de los “baby boomers” y los primeros de la Z, recuerdan aquellas interminables planas del cuaderno que llenaban con las vocales cuando aprendían a escribir y luego con los ejercicios de caligrafía para lograr une letra manuscrita “entendible”, porque era mucho pedir que fuera también elegante y bien trazada como la Palmer que usaban sus abuelos.
En la anterior entrega de esta columna nos referimos al deterioro que sufre el cerebro por dejar de escribir a mano y ahora hablaremos un poco sobre la historia de la letra manuscrita, actualmente en desuso, y otros problemas que provoca su desconocimiento, en particular las repercusiones negativas en múltiples sectores, como en el campo de la Historia y la Medicina.
Y es que los egresados de la carrera de historiador se enfrentan al inconveniente de no saber leer los archivos de bibliotecas, museos y conservatorios; lo mismo sucede con quienes estudian para farmacéuticos y médicos, pues al desconocer la letra manuscrita son incapaces de acceder al conocimiento de múltiples archivos de la antigüedad, lo cual puede ocasionar una ruptura con el pasado y dificultades para surtir recetas médicas.
Por ello, expertos de múltiples campos de la ciencia destacan la importancia de fomentar la escritura a mano y enseñar la letra cursiva. La maestra en Ciencias de Museos por la Universidad Tecnológica de Texas y conservadora de las colecciones de historia de la educación del Museo Nacional de Historia Americana del Smithsonian, Debbie Schaefer-Jacobs, asegura que los profesionistas recién licenciados en Historia y Archivonomía no necesariamente leen o escriben en letra manuscrita cursiva y se sienten desconcertados ante documentos de archivo escritos a mano pues no pueden descifrarlos y los historiadores tienen que asistir a cursos especiales de Paleografía para familiarizarse con las antiguas formas de la cursiva.
Asimismo, los farmacéuticos y los médicos, quienes están entre los pocos trabajadores modernos de quienes se espera sepan leer y escribir en cursiva, están obligados a tomar cursos especializados para escribir bien a mano y poder descifrar los “garabatos” de sus colegas de generaciones anteriores a la era digital. De ahí la preocupación de numerosos investigadores respecto a que el pasado siga siendo inaccesible sin una enseñanza continua de la cursiva en las escuelas.
La escritura, un privilegio
En un artículo publicado en septiembre pasado en la revista National Geographic con el título ¿Por qué está desapareciendo la cursiva? Expertos piden que se vuelva a enseñar, la periodista y escritora estadounidense Erin Blakemore, hace un breve recorrido por la historia de la letra manuscrita conocida como cursiva.
Durante siglos, la escritura fue patrimonio de los más educados y privilegiados pues el papel era caro. A su vez, los escribas especiales impulsaron estilos ornamentados para dar lustre a los manuscritos iluminados y los documentos oficiales; ya en el siglo XVIII y principios del XIX la escritura se hizo más accesible y propició el florecimiento de la caligrafía y la invención de formas más rápidas de escribir; una de ellas consistía en juntar las letras de cada palabra y así surgió la cursiva (del verbo latino currere, “correr”) tal como la conocemos, indica Blakemore.
Sin embargo, la especialista en Ciencias y Técnicas Historiográficas por la Universidad Complutense de Madrid, Bárbara Santiago Medina, precisa que fue en Inglaterra durante el siglo XVI cuando surgió un estilo de escritura cursiva diseñado para escribirse con rapidez porque juntaba algunas letras y empleaba muchos bucles. Fue conocido como “Secretary Hand” y era un tipo específico de grafía gótica que alcanzó gran popularidad en la época isabelina y jacobea por lo que se empleaba tanto para la factura de códices como de documentos.
Si bien el estilo “Secretary” fue empleado por los escribanos británicos y se convirtió en la escritura usual más extendida en Inglaterra durante dos centurias, coexistió junto a otras escrituras como la “itálica”, concebida por los humanistas italianos, y las múltiples formas de “court hand”, una grafía gótica que se usó casi exclusivamente en textos legales.
Ya para el siglo XVIII, los inmigrantes británicos llevaron a Estados Unidos y otras colonias sus estilos cursivos, uno de ellos fue la Copperplate o caligrafía inglesa, surgida de la “mano redonda”, cuyos antecedentes caligráficos están en la aplicación tipográfica de Robert Granjon en 1557 y en la posterior escritura francesa “cancilleresca financiere”. Esta letra se convirtió en la favorita de los maestros privados que impartían clases a muchos estudiantes de élite.
El desarrollo del sistema educativo en Estados Unidos propició el surgimiento de nuevos tipos de letra manuscrita como la spenceriana concebida en 1840 por el maestro calígrafo Platt Rogers Spencer, quien ideó una forma fluida y orgánica de escritura cursiva, la cual representó un cambio significativo respecto a los estilos de la época, pues los modelos de grafía eran de Inglaterra y habían sido grabados en placas de cobre.
El sistema de Spencer alentó tendencias más naturales de los músculos de la mano y el brazo hacia formas elípticas con líneas rápidas y fluidas, con un resultado mucho más elegante. Entre 1850 y 1925 esta fue la escritura estándar para la correspondencia de negocios en Estados Unidos, antes de la propagación del uso de las máquinas de escribir.
Asegura Schaefer-Jacobs que el dominio de la escritura spenceriana significaba la capacidad de conseguir un trabajo fuera de una fábrica y se convirtió en un medio de movilidad social en Estados Unidos a medida que los inmigrantes recién llegados, los afroamericanos apenas emancipados y las mujeres, se incorporaban al mundo laboral.
La versátil cursiva
Cuando la estilográfica empezó a sustituir a las plumas a principios del siglo XIX, la cursiva Copperplate se hizo más fácil y accesible a las masas, explica la periodista Blakemore y agrega que fue Austin Norman Palmer el creador de esta letra mundialmente conocida, quien al observar el ritmo acelerado del trabajo de oficina en Estados Unidos, ideó una forma de escritura simplificada que permitiera seguir el ritmo a la nueva clase de oficinistas, secretarias y empleados administrativos; el llamado “Método Palmer”, inventado en la década de 1880, fue diseñado para automatizar la escritura manual humana y acogido con entusiasmo por los educadores.
Este sistema utilizaba posiciones de las manos y reflejos internos capaces de producir una escritura rápida de ejecutar, casi mecánicamente; “los alumnos que se apegan de manera correcta al procedimiento nunca dejan de convertirse en buenos calígrafos”, declaraba Palmer en un manual publicado en1901 y hacía hincapié en el “dominio mecánico absoluto”. Con la ayuda de ejercicios, exámenes e incluso concursos de caligrafía, la llamada letra Palmer se convirtió en la forma de escritura dominante hasta los años 30 del siglo XX.
A su vez, Lola Pons Rodríguez, doctora en Filología Hispánica e Historiadora de la Lengua por la Universidad de Sevilla, precisa que la cursiva surgió de la escritura manual y de la costumbre de algunos de escribir inclinando las letras hacia la derecha, algo natural porque la mayoría de las personas son diestras por lo cual en esa dirección es hacia donde tienden a ladear los trazos por un rasgo caligráfico nato.
Pons Rodríguez, autora del libro Una lengua muy, muy larga (editorial Arpa), que recoge más de un centenar de historias curiosas sobre el español, relata que cuando la cursiva comenzó a emplearse como letra de imprenta se rebautizó como “bastardilla” porque imitaba esa letra bastarda que era la cursiva, pero también se le conoce como “itálica”.
Este nombre debe su origen al humanista italiano Aldo Manucio, quien en 1494 fundó una imprenta en Venecia en la que editó libros clásicos de autores griegos y romanos; en ese taller nombrado Imprenta Aldina se emplearon por primera vez en 1501 los tipos de letra cursiva e iniciaron la impresión de libros en este tipo de caligrafía, que permitía aprovechar mejor el espacio y hacer ediciones en un formato más manejable porque se podían estrechar los rasgos de los caracteres e inclinarlos hacia la derecha. Asegura la Historiadora de la Lengua que algunos autores sostienen que en realidad fue Francesco Griffo, un colaborador del taller de Manucio, quien inicialmente empleó cursivas en una imprenta.
El impresor navarro Miguel de Eguía introdujo a España la tipografía itálica en 1528 en su imprenta de Alcalá de Henares, y ese fue el principio de la internacionalización de la cursiva, hoy a punto de extinción.
Ahora quedarán sólo en el recuerdo los cuadernos de caligrafía y las largas horas de practicar las curvas y las uniones para lograr una buena letra, porque a pesar de que muchos docentes de diversos países insistan en la importancia de la escritura a mano en papel, la realidad es que incluso gran parte de los adultos ya no usa la letra manuscrita y mucho menos la cursiva.