Centro Histórico

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  • Deuda real de Donald Trump supera 1 mmdd (pero eso no es lo peor)
  • MORENA tiene un líder carismático y es la principal fuerza política del país a pesar de todo
  • De qué vale recuperar el penacho de Moctezuma si amenazan la vida indígena con tren maya
  • Por Crescencio Cárdenas Ayllón

RedFinancieraMX

No Cabe duda de que todo en la vida es según del color con que se mira y es queda bien claro cuando se puede repetir aquello de que el “el sueño de unos es la pesadilla de otros” y así se pone en la mesa con escritos y comentarios de algunos que se sientes historiadores o cronistas de la época pero que se suman al listado de quienes lanzan de su ronco pecho lo que su mente o su corazón les dictan y de ahí suelen salir historias terroríficos o hasta milagrosos.

Mientras el presidente pide que en Europa se disculpen ante los pueblos originarios del país, las comunidades indígenas le piden a él que los respete. Es más fácil juzgar moralmente el pasado que enfrentar, con ética, el presente. La distancia histórica suele ofrecer grandes oportunidades para los discursos implacables y las sentencias pomposas. La actualidad es más compleja, más impura.

Mientras el presidente Andrés Manuel López Obrador pide que el Vaticano y la monarquía española se disculpen ante los pueblos originarios de México, los pueblos originarios de México piden al presidente mexicano que los escuche, que los respete, que no destruya su territorio.

En el centro de esta paradoja está uno de los proyectos que más tercamente defiende el presidente de México: el Tren Maya. Una obra controversial, con muchos cuestionamientos de expertos medioambientales, planificada y decidida sin una consulta bien organizada, sin la participación de las comunidades indígenas a quienes afecta especialmente su construcción. Pero es más sencillo, glamoroso y rentable a nivel publicitario, exigir al gobierno de Austria que regrese al país el penacho de Moctezuma, que sentarse en la reserva de Calakmul, en el estado mexicano de Campeche, a escuchar y a debatir con los hombres y mujeres mayas del colectivo Chuun T’aan, que han pedido detener las obras.

¿De qué vale recuperar el penacho de Moctezuma si, mientras tanto, se amenaza el territorio y la vida indígena en la península de Yucatán? Es más fácil juzgar moralmente el pasado que enfrentar, con ética, el presente. La distancia histórica suele ofrecer grandes oportunidades para los discursos implacables y las sentencias pomposas. La actualidad es más compleja, más impura.

Mientras el presidente Andrés Manuel López Obrador pide que el Vaticano y la monarquía española se disculpen ante los pueblos originarios de México, los pueblos originarios de México piden al presidente mexicano que los escuche, que los respete, que no destruya su territorio.

En el centro de esta paradoja está uno de los proyectos que más tercamente defiende el presidente de México: el Tren Maya. Una obra controversial, con muchos cuestionamientos de expertos medioambientales, planificada y decidida sin una consulta bien organizada, sin la participación de las comunidades indígenas a quienes afecta especialmente su construcción.

Pero es más sencillo, glamoroso y rentable a nivel publicitario, exigir al gobierno de Austria que regrese al país el penacho de Moctezuma, que sentarse en la reserva de Calakmul, en el estado mexicano de Campeche, a escuchar y a debatir con los hombres y mujeres mayas del colectivo Chuun T’aan, que han pedido detener las obras. ¿De qué vale recuperar el penacho de Moctezuma si, mientras tanto, se amenaza el territorio y la vida indígena en la península de Yucatán?

En un extraordinario reportaje, el periodista Jacobo García ofrece una visión muy completa del problema, contraponiendo las distintas versiones y los diferentes puntos de vista frente a este proyecto de ferrocarril, destinado a recorrer 1525 kilómetros, surcando toda la península de Yucatán, en el sureste de México. Pero más allá del debate, de la natural existencia de diversas posturas frente a un hecho, lo sorprendente es la manera en que se ha llevado adelante el proceso, con opacidad y de forma autoritaria. Es una imposición más parecida a la Conquista española del siglo XVI que a la dinámica democrática que debería mover al mundo en el siglo XXI.

El gobierno ha usado un procedimiento dudoso para legitimar el tren: una “consulta popular” en la que no llegaron a participar alrededor de 100.000 personas, cifra que solo representa el 2,8 por ciento del padrón electoral, obteniendo de esta manera el porcentaje mínimo que se requiere para validar este tipo de procesos. Sin embargo, los cuestionamientos fueron muchos, incluido un comunicado de las Naciones Unidas que señala que la consulta no cumplió con los estándares de antelación, libertad, información y adecuación cultural que deben tenerse. En ese sentido, se manejó la participación popular como si fuera un trámite burocrático del que había que salir rápidamente, sin dar demasiados detalles.

Otro elemento fundamental e insólito es que se haya tomado una decisión oficial de esta envergadura, con tantas consecuencias, sin que exista un estudio sobre el impacto ambiental que tendrá el tren en la región. Al menos, el gobierno todavía no ha presentado públicamente ningún análisis completo y concluyente sobre los grandes riesgos y amenazas que —según el Centro Mexicano de Derecho Ambiental— puede causar el tren maya, que “impactará los macizos de selva más grandes y en mejor estado de conservación de México”. No es poca cosa, el trazado de las vías incluye parques nacionales como el de Palenque, reservas como las de Kin, Balam Kú, Sian Ka’an, los Petenes y Calakmul, algunas de ellas áreas protegidas consideradas vitales para la biosfera y el último considerado patrimonio de la humanidad.

De cara a todo esto, resulta todavía más perverso el desconocimiento o la descalificación de las comunidades indígenas que han vivido desde siempre en este territorio. El 1 de junio de este año, la agrupación Chuun T’aan le envió una carta a López Obrador, denunciando que la decisión de poner a funcionar el tren se había tomado sin el consentimiento de la pobladores originarios y exigieron respeto y participación. Este mismo grupo promovió después amparos y demandas contra el proyecto. La respuesta de AMLO fue un comentario lateral en uno de sus programas: descalificó la acción diciendo que tenía “tintes políticos”. La organización le envió entonces una segunda misiva, llena de aguda ironía, donde justificaban así sus acciones legales: “Son las pocas rendijas que nos dejan para defender nuestro derecho a ser pueblo maya”.

Pero el presidente pretende que Beatriz Gutiérrez Müller, la primera dama, ejerza ese derecho por ellos en Roma, en Madrid o en París. Gutiérrez Müller lleva varios días recorriendo algunas ciudades de Europa con el encargo oficial de pedir prestados tesoros prehispánicos que se encuentran en museos de países europeos para poder exponerlos en México el año que viene, en la celebración de los 200 años de su independencia. Aunque la misión tiene un raro tono personal, que parece mezclar la diplomacia con la vida conyugal, su intención política es evidente. En la carta que le escribe al primer mandatario italiano, López Obrador asegura que el “enaltecimiento de la memoria histórica” es “algo fundamental para Cuarta Transformación”.

La memoria de México está en el penacho de Moctezuma pero también en los pájaros de Calakmul. Habita y se mueve en todos los espacios, en las relaciones, en la gente. La mejor manera de conmemorar la historia es dar a conocer lo que dicen y piensan las comunidades originarias, permitir que puedan participar de forma activa en las decisiones y en los procesos que los afectan, impedir que —de otras maneras— se repita lo peor del pasado.

Información de las declaraciones de impuestos de Donald Trump publicada por The New York Times afirma que el presidente tiene 421 millones de dólares en deudas, que él ha garantizado personalmente, y podría tener que pagar cientos de millones de dólares en los próximos años.

Se trata de una deuda de enorme magnitud tanto por su monto como porque no se sabe quiénes son todos sus acreedores ni qué clase de influencia podrían haber tenido o tener sobre su deudor e inquilino de la Casa Blanca. Trump no ha negado la información sobre esa deuda e, incluso, ha buscado restarle importancia. Por ejemplo, en el pasado foro con votantes realizado por la televisora NBC News, Trump dijo que lo que debe es “pequeño” en comparación con su riqueza. Y nuevamente se negó a decir a quién le debe esa supuesta pequeñez.

“Si miras a las vastas propiedades que yo tengo, que son grandes y hermosas y muy bien ubicadas…, cuando las miras esa cantidad de dinero, 400 millones, son cacahuates”, dijo Trump. Las investigaciones del Times sugieren, además, que esa enorme riqueza de Trump podría ser mucho menor de lo que él clama, pues ha sufrido enormes pérdidas a lo largo de los años, además de pagar prácticamente nada en impuestos sobre la renta por varios años, y solo 750 dólares en 2016 y 2017.

“Tengo un muy muy pequeño porcentaje de deuda” en comparación a su riqueza, dijo Trump en ese foro, y aunque no dijo a quién le debe sí reconoció tener “hipotecas” y añadió: “no le debo dinero a Rusia…, no le debo dinero a ninguna de esas siniestras personas”. No especificó a quiénes se refería con esas “siniestras personas” y luego reiteró que “no tiene conocimiento” de deberle dinero a entidades extranjeras.

Pero, como señala Salon, Trump sí le debe cerca de 340 millones de dólares al banco alemán Deutsche Bank y, según la agencia AP, su deuda total sería de cerca de mil millones de dólares. Forbes estima que la deuda de Trump podría ser incluso superior a los mil millones de dólares.

Eso no significa que Trump vaya pronto a quedar en bancarrota, pero tampoco que sus deudas sean una proporción pequeña de su patrimonio. Según Forbes, su portafolio de propiedades –hoteles, resorts, campos de golf– estaría valuado en unos 3,600 millones de dólares, suficiente para cubrir sus deudas en caso de necesidad.

“Él va a ser capaz de renovar esos préstamos”, dijo a AP el profesor de finanzas Phillip Braun, de la Universidad Northwestern, quien añadió que los bienes de Trump sustentan sus deudas y por ello no es muy riesgoso para sus acreedores. Con todo, la posibilidad de que existan conflictos de interés o presiones vinculadas a sus deudas existe, y el hecho de que no se sepa la identidad de todos sus acreedores genera suspicacias.

“Yo voy probablemente… Yo te dejaré saber a quién le debo cualquier pequeña cantidad de dinero”, le dijo Trump a la moderadora del foro Savannah Guthrie, en una construcción curiosa. ¿Y la identidad de a quiénes les debe esa gran cantidad de dinero?

El monto de sus deudas ha inquietado a expertos en inteligencia y otras figuras por la posibilidad de que eso pudiera implicar presiones sobre sus decisiones o incluso que él pudiera lacerar la seguridad nacional al lidiar con sus deudores. Por ello, el tema ha sido notorio de cara a su intento de reelección, pues es importante que los ciudadanos conozcan los riesgos potenciales inherentes a las peculiaridades de Trump. Es ciertamente inusual que un presidente o expresidente mantenga esa clase de obligaciones financieras.

De acuerdo a analistas de NBC, un presidente con un alto nivel de deudas es uno de los “presidentes más vulnerables” de la historia y podría estar expuesto a la acción de actores interesados en rescatarlo a cambio de concesiones o revelaciones ominosas.

Si pierde la elección de noviembre, ciertamente, el tema de su deuda y sus implicaciones para la institucionalidad del país será menor, aunque aun así pesa el hecho de que la presión de sus acreedores pudiese hacerle revelar información clasificada que ha conocido por su investidura presidencial. Las especulaciones son candentes al respecto, máxime cuando no hay transparencia sobre las finanzas del presidente. Los votantes, al decidir el próximo 3 de noviembre, serán claves en despejar las posibilidades.

El partido con el que Andrés Manuel López Obrador llegó a la presidencia de México en 2018 con abrumadora mayoría tiene un líder carismático y es la principal fuerza política del país, pero sus divisiones internas podrían poner en riesgo los cambios estructurales que el mandatario quiere dejar como legado.

El Movimiento de Regeneración Nacional, conocido como Morena, se encuentra dividido y ha sido incapaz de elegir a su nueva dirigencia con lo que ese proceso, lleno de acusaciones y golpes bajos, quedó en manos del Instituto Nacional Electoral (INE), que después de intentos infructuosos podría anunciar al nuevo presidente del partido a fines de esta semana.

Para Morena tener una dirigencia fuerte, algo por lo que luchan actualmente dos aspirantes, y un partido estructurado es básico de cara a las elecciones de medio mandato del año que viene en las que se renovará la Cámara de Diputados, 30 de los 32 congresos estatales y se elegirán 15 gobernadores.

Fortalecerse también será clave para el partido si quiere sobrevivir a su mentor, que por mandato constitucional tiene prohibida la reelección y dejará el cargo en 2024.

El presidente, en medio de una crisis económica, la pandemia del nuevo coronavirus y el escándalo por la detención en Estados Unidos por narcotráfico de un exsecretario de la Defensa, necesita que Morena aumente su poder si quiere culminar lo que llama la “Cuarta Transformación” de México, cambios estructurales y constitucionales que sólo podrá aplicar con mayorías legislativas cómodas, explicó el politólogo Hugo Concha, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

Las elecciones se ganan con dedicación y orden sobre todo porque López Obrador no estará en las boletas, coincidieron los analistas. Sin embargo, la desorganización interna de Morena es tal que ni siquiera ha podido actualizar su censo de militantes: dice tener más de tres millones, pero su registro oficial no llega a los 500.000.

“Tenemos que poner la casa en orden”, afirmó Aurora Pedroche, una militante de Ciudad de México que se ilusionó con la otra forma de hacer política que propugnaba el partido que ayudó a fundar. Morena existe porque López Obrador no pudo controlar por completo el partido de izquierda que patrocinó sus dos primeras e infructuosas candidaturas a la presidencia en 2006 y 2012, el Partido de la Revolución Democrática (PRD).

Cuando sus rivales quedaron a cargo de esa agrupación, López Obrador, su figura más popular lideró un gran éxodo y creó Morena en 2014, un movimiento con el que apelaba a romper con el pasado y hacer política de otra manera.

El partido se aglutinó en torno al carisma de un solo hombre en lugar de configurarse en torno a una ideología y eso hizo que Morena se convirtiera en una organización “atrapa todo”, explicó Flavia Freidenberg, miembro del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

El electorado, harto de un pasado marcado sobre todo por la corrupción, apoyó de forma abrumadora a López Obrador que ganó por más de 30 puntos en 2018. Su coalición, liderada por Morena, consiguió siete de las 9 gobernaciones en juego en aquel momento. Pero esa amalgama convirtió a Morena en un “partido de tribus”, según Freidenberg, que ahora actúa como brazo ejecutor de las políticas del presidente pero sin mensajes ni propuestas claras.

“Morena es todo y no es nada”, sintetizó Concha que, además de académico, fue secretario ejecutivo del organismo electoral federal. “Un día oyes propuestas de locos, otro día cambian de opinión… es muy difícil mandar una señal que le diga a la gente ’aquí hay ideas distintas’”. De cara a los comicios del año que viene, la buena noticia para Morena es que los dos principales partidos de la oposición, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el conservador Partido Acción Nacional (PAN) se encuentran en peor forma.

Además, el tribunal electoral federal avaló este mes el registro de tres agrupaciones nuevas que, aunque pequeñas, son aliadas de la “Cuarta Transformación”, pero rechazó el creado por el expresidente Felipe Calderón y su esposa Margarita Zavala, escindida del PAN.

El PRI gobernó México ininterrumpidamente desde 1928 hasta el año 2000 y conserva la mayor cantidad de gobernaciones, 12, pero su breve regreso a la presidencia entre 2012 y 2018 estuvo tan marcado por los escándalos de corrupción que quedó debilitado y sin timón. Aun así, las elecciones locales del domingo en dos estados demostraron que sigue con cierta fuerza en algunos de sus feudos tradicionales, ya que los resultados preliminares en al menos en una de esas entidades, el norteño estado de Coahuila, le dan la victoria.

El PAN, pese a carecer de un líder claro, es la única oposición formal al oficialismo gracias al poder que mantiene en los estados, aunque ciertos grupos de extrema derecha han intentado actuar por su cuenta, alimentando la polarización del país con protestas y un fuerte mensaje de odio al presidente.

Morena parece estancado en el pasado. Por un lado, López Obrador ha demostrado ser un maestro en técnicas en las que antaño se especializó el PRI -liderazgo carismático, nacionalismo y programas de subsidios-. Por otro, los aspirantes a dirigir Morena se han enfrascado en acusaciones mutuas ante la incapacidad del partido de realizar una elección interna democrática, algo que el propio López Obrador ha criticado.

Los dos candidatos al liderazgo de la agrupación son Porfirio Muñoz Ledo, un político experimentado de 87 años que ha trabajado para todos los grandes partidos (lideró el PRI, fundó el PRD, tuvo cargos en gobiernos del PAN y luego se integró a Morena) y es crítico de López Obrador; y el líder del grupo parlamentario Mario Delgado, un político de 48 años visto como más obediente al presidente.

Por lo demás, creo que todos estamos bien.