- La crónica y “la academia”
- Por José Antonio Aspiros Villagómez
RedFinancieraMX
La entrega anterior de Textos en libertad fue una suerte de crónica retrospectiva acerca de Chapultepec y Los Pinos, con las experiencias del autor. Así fue pensada, porque la crónica es un género tanto literario como periodístico cuyo valor testimonial la convierte en fuente informativa de primera mano para los investigadores. Les guste o no a quienes cuestionaron por su trabajo a la doctora Sara Sefchovich, como veremos.
La crónica, escribió el periodista Vicente Leñero, “es género puntual del periodismo, del quehacer de la historia, de la literatura misma”. En todos los rincones de México existen cronistas locales. Trabajan puntillosamente en su misión de consignar cuanto ocurre en sus ámbitos para reunir así la información, los testimonios y las vicisitudes de un momento dado de la sociedad.
En nuestro lugar de residencia, San Juan del Río, el cronista es José G. Velázquez Quintanar, y han sido cronistas de la Ciudad de México de mucho renombre, Salvador Novo, Artemio de Valle Arizpe, Carlos Monsiváis, Guillermo Tovar y de Teresa y -sin nombramiento oficial, pero con pleno dominio del oficio- lo es aún Alberto Barranco Chavarría. El cronista de Taxco, Javier Ruiz Ocampo, fue una vez nuestro anfitrión en un recorrido por museos y otros lugares de esa bella ciudad y nos ofreció valiosas informaciones. Lo mismo la cronista del municipio Miguel Hidalgo, María Bustamante Harfush, quien nos llevó a un recorrido histórico por la colonia San Miguel Chapultepec.
En la actualidad hay un cronista para cada uno de los 16 municipios de la capital del país, porque la ciudad es inmensa y ya no se limita al Centro Histórico como en el pasado, sino que abarca todo lo que se llamó hasta 2017 Distrito Federal.
Dice un texto sin firma (https://algarabia.com/ideas/de-la-muy-noble-y-leal-ciudad-de-mexico-y-sus-cronistas/) que los cronistas “reinventan (la ciudad), la mantienen a base de contar su historia, de desentrañar los sucesos que la caracterizan desde su fundación, pasando por sus diversas transformaciones, hasta lo que es hoy y lo que se espera de ella en el futuro”.
En su Breve historia de la crónica (Ediciones Septién, 2008), el maestro y periodista Manuel Pérez Miranda -quien también escribió el libro La entrevista de prensa- sostiene que las primeras crónicas conocidas son las pinturas rupestres porque representan “testimonios vivos, únicos e irrepetibles, captados en esencia por testigos al momento de producirse”, y relata la evolución del género hasta nuestros días y más allá, porque -afirma- “la crónica continúa, no se interrumpe ni tiene fin, mientras exista el hombre”. Al prólogo de ese libro corresponden los conceptos de nuestro recordado maestro Leñero.
Y si el género es tan antiguo en el mundo como prueba la obra de Pérez Miranda, en México por consecuencia también. Además, a juicio de la doctora Sefchovich la crónica es “lo mejor de la literatura mexicana” y se le encuentra “de manera ininterrumpida” desde la época prehispánica con el Chilam Balam y el Popol Vuh, hasta el trabajo actual de Hermann Bellinghausen y otros contemporáneos.
Pero la escritora, socióloga, historiadora, investigadora y profesora de la Universidad Nacional Autónoma de México, al parecer recibió críticas en su medio intelectual, donde por una supuesta falta de rigor académico no habría sido bien recibido por la élite académica su estupendo libro Vida y milagros de la crónica en México (Océano, 2017), donde expone esos y otros conceptos, entre ellos que la crónica es democrática -horizontal y accesible-, al contrario del “autoritarismo” de la novela, la poesía o el ensayo, que “no dejan entrar al lector”.
Reitera en esas páginas que la crónica es “el gran género de la literatura mexicana” y a la vez el menos estudiado, lo cual se debe a que se le tomó como un “género menor” pues se publica también en diarios y revistas, como si muchos de éstos (no todos, claro) no tuvieran gran valor documental e informativo, o no fueran verosímiles y bien trabajados. De ahí tal vez que a “la academia” (a la cual la académica Sefchovich no identifica) no le guste.
En una entrevista que publicó el pasado 20 de noviembre el diario El Universal, del que es colaboradora habitual, ella habló de lo anterior y lo repitió esa misma noche cuando recibió el premio ‘Clementina Díaz y de Ovando’ del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM) por su labor en torno a la historia social, cultural y de género.
En sus palabras cuando aceptó el premio, comentó que a “la academia” no le había parecido su trabajo sobre la Vida y milagros de la crónica en México, obra que a nuestro juicio es un valioso libro en cuyas 270 páginas sostiene la tesis de que toda la literatura mexicana, incluida la poesía, funciona como crónica.
Entre paréntesis, un artículo de la antropóloga social Virginia García Acosta en la revista Relatos e historias en México de este mes, expone que Clementina Díaz y de Ovando fue una académica que “tuvo tres pasiones: la UNAM, el siglo XIX y la novela histórica” y escribió numerosos libros con temas que abarcan “desde aspectos de la vida cotidiana y la cultura, hasta instituciones virreinales y la educación” en la mencionada centuria. Buscaremos algunos, incluido Los cafés en México en el siglo XIX.
II
De regreso con la doctora Sefchovich, la periodista Yanet Aguilar Sosa (El Universal, 20-XI-18), escribió que, a lo largo de su trayectoria, su entrevistada había hecho tanto trabajos académicos como una variedad de géneros más, “que van de la novela al ensayo y al artículo periodístico y que, dice, es algo que la academia rechaza mucho”. En uno de sus artículos, por cierto, citó a este tecleador cuando ambos escribimos sobre el plagio de Guillermo Samperio a Josefina Moguel, de un texto sobre el general Juan Andreu Almazán (El Universal, 27-V-2012).
“Llevo -le dijo a Aguilar la académica de la UNAM- 40 años… peleando para que tenga reconocimiento un tipo de trabajo que no se va por una sola línea” ni “cabe en un solo agujerito (el académico)”, y en cambio “mezcla (géneros) y aprovecha lo que enseña la historia”.
En esa tesitura agradeció -y lo repitió al recibir su premio- que (en el INEHRM) sí “puedan reconocer que un artículo de periódico puede a veces requerir más investigación que un trabajo académico” y se refirió a la “mucha dificultad para expresarse (en los medios masivos) de una manera que te entienda la gente”.
Ella no lo dijo, pero es innegable la importancia de una labor así, para poner al alcance de todo tipo de lectores los trabajos serios en un lenguaje comprensible. Y nos parecería soberbio rechazar el valor de las fuentes hemerográficas para documentar investigaciones, aunque al parecer las descarta por definición la élite erudita.
Hay además una diferencia significativa: los trabajos meramente académicos no llegan más allá de su círculo aunque a veces los llevan a las ferias del libro; se les quedan en sus bodegas o en las librerías de las instituciones y, así, están fuera del alcance del lector común a quien se debería facilitar la adquisición de esos trabajos. Hay que poner esos libros al paso del público. Para comprar libros del INEHRM, por ejemplo, como los varios y valiosos que adquirió este tecleador y ya comentará en sus Lecturas con pátina, hay que trasladarse hasta su librería en el rumbo de San Ángel en la Ciudad de México. No están en librerías comerciales, o éstas no los exhiben. Y es lo mismo en todas las instituciones dedicadas a la investigación, aunque -hay que reconocerlo- la UNAM sí tiene varios puntos de venta.
En cambio los libros que sí llegan a las librerías que funcionan como negocio, no por su naturaleza comercial son todos malos y la prueba está en los que nos ha ofrecido la doctora Sefchovich, inclusive novelas, y entre los que está La suerte de la consorte (Editorial Océano), una obra sin precedentes acerca de las mujeres más próximas al poder -las primeras damas-, cuya edición actualizada abarca desde las virreinas hasta la esposa del ex presidente Enrique Peña Nieto, y no es un trabajo morboso, sino serio y a la vez ameno. Ah, que “la academia”.