Textos en libertad

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  • Sabia virtud de corregir a tiempo
  • Por José Antonio Aspiros Villagómez

 

RedFinancieraMX

 

         Corregir errores tipográficos en los textos, es perder el tiempo. Este cuestionable veredicto fue el “resultado” de un “estudio riguroso” hecho entre cinco mil “oficinistas” de Estados Unidos y Gran Bretaña, por “investigadores” de algo llamado Instituto Nacional de Valoración del Empleo Normal del Tiempo en el Trabajo (Inventt).

 

         Así lo informó el semanario británico The Economist, luego lo comentó el sitio digital barcelonés lavanguardia.com el pasado 25 de junio y nos lo compartió el colega Teodoro Rentería Arróyave con un lacónico pero suficiente mensaje, sabedor de que nos iba a interesar: “Porque es de incumbencia el tema”.

 

         El informe del Inventt -organismo dependiente de una asociación estadunidense- dice que los empleados “pierden” 20 minutos al día en corregir errores tipográficos, lo cual equivale a desperdiciar seis meses de una vida laboral que alcance los 45 años (o 40, como dice en otro párrafo la misma fuente).

 

         La nota de Joaquín Luna titulada ‘Los años perdidos en el trabajo”, (https://www.lavanguardia.com/economia/20220622/8356763/anos-perdidos-trabajo.html), dice que, en el ámbito español, las palabras que con más frecuencia se corrigen son “hloa” (hola), “barazo” (abrazo) y “salido” (saludo). Este tecleador falla seguido con “empelados” (empleados), “especialdiad” (especialidad), “evz” (vez)  y otras.

 

         “Algunas palabras se escriben mal con tanta frecuencia, que ellas solas hacen perder días de existencia al empleado medio” cuando las corrige, menciona también la investigación aludida.

 

         Lo que no explica, es cómo evitar los errores mecanográficos, o si se deben dejar aunque con ello desmerezcan los documentos, para no perder tiempo en corregirlos.

 

         Una solución posible la expone quien firma como Alvy en microsiervos.com. Indica que metió las palabras que siempre teclea mal en su programa de macros (TextExpander), y este automáticamente las reempalza… perdón, reemplaza, por los términos correctos y -admite- “al menos así no pierdo tiempo luego con el corrector”.

 

Aun cuando el citado estudio está limitado al trabajo de la Galaxia Godínez (burócratas y oficinistas particulares), la totalidad de quienes tecleamos algo estamos expuestos a cometer errores “de dedo” (y de gramática en bastantes casos, incluidos muchos profesionistas) y con ello “perdemos minutos de vida” al detectarlos y corregirlos.

 

En su edición de agosto de 2022, la revista mensual Lee+, de Librerías Gandhi, tuvo como tema central los oficinistas y la literatura, pero ninguno de los artículos que publicó trata sobre la corrección de palabras mal escritas, sino acerca de la vida gris de aquellos trabajadores que pasan “las tardes anclados a un escritorio” y ven perder su vida “entre las celdas de Excel”.

 

         El estudio del Inventt va en la misma dirección de un pensamiento del novelista francés Víctor Hugo que reproduce la revista ADE, de la Asociación de Escritores Diplomáticos, en el sentido de que “tan corta como es la vida, (y) aún la acortamos más por el insensato desperdicio del tiempo”.

 

Y no, no nos hemos salido del tema: como “el tiempo perdido, los santos lo lloran” (un dicho de nuestros mayores), hay quienes dedican sustancialmente el suyo… a corregir textos, por cierto. Y cobran por hacerlo; de eso viven y van mucho más allá de buscar errores tipográficos.

 

         Su trabajo se llama corrección de estilo, y si bien todavía hay quienes lo ejercen de manera empírica, existen instituciones donde esa labor se aprende como una profesión y entre los requisitos de admisión está tener algún título académico o cuando menos ser pasantes, aunque su especialidad no esté relacionada con las letras.

 

         Trátese de oficios, cartas, informes, poemas, novelas, discursos, ensayos, tesis, artículos o notas periodísticas, guiones, anuncios, textos escolares, ponencias o cualquier otro escrito, los correctores de estilo tienen la preparación necesaria y cuentan con la sabia virtud de corregir a tiempo, si se nos permite parafrasear al maestro Renato Leduc.

 

Para no ir tan lejos, recordemos que cada año en las ventas del llamado ‘Buen fin’, hay tiendas que se equivocan al elaborar sus anuncios y muestran artículos con precios de cientos de pesos, cuando deben ser de miles.

 

Ese ejemplo es acerca de errores al escribir las cifras, pero también hay que cuidar en toda clase de textos, fallas muy frecuentes como el abuso de mayúsculas, vicios del lenguaje como anfibologías, barbarismos, cacofonías, monotonías, queísmo y dequeísmo, además de concordancias, preposiciones, gerundios, acentuación y, por supuesto, las erratas mecanográficas.

 

En el ámbito hispanohablante, los correctores de estilo están agrupados en organizaciones nacionales que forman la Red de Asociaciones de Correctores de Textos en Español (RedACTE), la cual tiene un convenio de colaboración con la Fundación del Español Urgente (Fundéu).

 

Por México participa la Asociación Mexicana de Profesionales de la Edición, AC (PEAC), fundada hace tres décadas y que a través de su Academia de las Artes de la Escritura imparte cursos diversos y el diplomado sobre corrección de estilo y consultoría editorial.

 

Además, desde hace tres lustros celebra el Día internacional de la corrección de estilo en el aniversario natal del patrono de los correctores, el humanista y fecundo escritor y corrector Erasmo de Róterdam, autor del conocido libro Elogio de la locura y huésped, en Venecia, de la Academia del más grande impresor de Italia y padre del libro moderno, Aldo Manuzio.

 

De paso hay que mencionar que la traducción del Nuevo Testamento al griego, hecha por Erasmo en 1516, “alimentó el conocimiento bíblico” del otrora monje agustino Martín Lutero, como lo evoca Carlos Martínez García en su ilustrativo artículo ‘Quinto centenario del Nuevo Testamento de Martín Lutero’ (La Jornada, 7-IX-2022), más enfocado a los aspectos cultural y editorial, que al teológico.

 

El fundador del protestantismo también fue un corrector de textos, en este caso los canónicos, hasta entonces intocables para el catolicismo, para poner en alemán los vocablos y la sintaxis de los griegos.

 

Luego de exponer sucintamente quiénes son y qué hacen los correctores de estilo, coincidirá el lector en que estos profesionales de tiempo completo no desperdician parte de su vida como los oficinistas del estudio del Inventt, que solamente corrigen los teclazos mal dados durante 20 minutos al día.

 

         Servido, don Teodoro Rentería: sí era “de incumbencia” el tema.