Lecturas con pátina

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  • Testimonios y denuncias del veterano periodista Elías Chávez
  • Por José Antonio Aspiros Villagómez

 RedFinancieraMX

         En su libro recién publicado, El Yo prohibido, el periodista Elías Chávez y García presenta un panorama de las relaciones en México entre los medios de información y el poder público -al que llama “el tiranosaurio”-, que abarcan desde las antiguas dádivas oficiales (el “chayote”) a reporteros y empresarios durante los gobiernos del PRI, hasta los ataques que reciben del presidente de la República en la actualidad.

         Así, aunque presentado como un trabajo sobre la rica experiencia reporteril del autor desde que terminó sus estudios profesionales en 1963, es también un libro de denuncia sobre el momento que vive ahora el periodismo en México, tanto por las fuertes y constantes -cuanto provocadoras- críticas presidenciales al gremio y sus medios, como por los incontenibles e impunes asesinatos de comunicadores y las casi cotidianas agresiones a otros.

         O, como establece el autor, en la obra reproduce textos suyos con los que “pretendes demostrar similitudes entre un autoritarismo que suponías extinto -o por lo menos decadente- y que ahora resurge en México” con un gobernante que “casi todas las mañanas… amenaza, insulta, difama a periodistas… (y así) envilece la investidura presidencial”.

         Ese estilo de referirse a sí mismo en estas páginas, tratándose con el pronombre “tú” (“pretendes, suponías” y más en toda la obra), fue la solución que eligió Chávez y García para, con permiso del maestro Vicente Leñero, ser “parte del relato” a pesar de que ese mentor le (nos) había enseñado que un reportero no debe ser protagónico ni escribir en primera persona, porque “el ‘yo’ está prohibido”. De ahí el título.

         El Yo prohibido (Ediciones Proceso, primera edición, 2021, 182 páginas) está prologado por el también conocido reportero José Reveles y estructurado en pequeños capítulos de entre dos y cinco páginas, a la manera de los libros de Julio Scherer, con quien Elías Chávez trabajó en la cooperativa Excélsior y la revista Proceso.

         También estuvo en la Agencia Mexicana de Servicios Informativos (AMSI), El Universal y el Diario de México, y para esos cinco medios hizo notas, crónicas, entrevistas exclusivas y reportajes, mereció muchas ocho columnas y hasta logró parar las rotativas que ya imprimían la edición, para incluir como primicia la “caída” en 1979 del político Carlos Sansores Pérez, quien como presidente del PRI había sido un personaje tanto o más importante que un secretario de Estado.

         Nos recuerda además la entrevista exclusiva que hizo en 1992 al ex presidente José López Portillo, quien le dijo que Miguel de la Madrid le había pedido no denunciar a los sacadólares, que él había sido “el último presidente de la Revolución”, y recibido “los ataques más fuertes que se le han hecho a un presidente de la República”; “se me atacaba y se me satanizaba”. Algo de lo que también se ha quejado cundo menos cuatro veces el presidente López Obrador: “Nunca… se había atacado tanto a un Presidente como ahora, desde Madero”.

         Elías Chávez entrevistó a algunos de los autócratas latinoamericanos de hace medio siglo, cuando 14 de las 20 repúblicas del subcontinente “padecían dictaduras surgidas en golpes de Estado  y/o de manera dinástica”, incluido México con su “dictadura perfecta”.

Al respecto, comenta que ahora en México no se necesita un golpe de Estado porque, “patrocinados por López Obrador, los militares asumen cada vez más labores que deberían desempeñar los civiles”. Y recuerda cuando, como presidente electo, AMLO había sido advertido por los mandos castrenses de que su discurso rijoso contra las instituciones armadas equivalía a “colocarse una pistola en la sien”.

Cuenta su experiencia de 1972 en Chile, cuando por un toque de queda pasó hambres pero logró que su información llegara puntual a México gracias a sus ruegos al teletipista, y otra cuando le pidieron llevar a la guerrilla de Guatemala una carta de Fidel Castro, pero su jefe Scherer le planteó la disyuntiva de hacer periodismo o hacer política.

Reproduce párrafos de una entrevista en Argentina a Jorge Luis Borges, quien le habló de por qué no esperaba el Nobel de Literatura y de su pesar porque tampoco se lo dieron a Alfonso Reyes.

Y se refiere a sus coberturas de la matanza de 1968 en Tlatelolco y del Jueves de Corpus de 1971 en San Cosme -el mayor susto de su vida, que su jefe Ealy Ortiz (El Universal) trató de quitarle con una copa de coñac- además de dar su testimonio de cómo vivió el golpe de 1976 contra Julio Scherer en Excélsior. Menciona las culpas que en todos esos casos tuvo Luis Echeverría.

Suerte de reportero, Elías Chávez fue testigo del inicio del conflicto estudiantil de 1968 luego de un enfrentamiento entre muchachos causado por “el piropo de un estudiante de la Vocacional 5 a la novia de un estudiante de la Preparatoria Isaac Ochoterena”, y también vio cuando cuatro granaderos golpearon con toletes a un joven que, según supo lustros después, era el que llegaría a ser presidente, Ernesto Zedillo.

En El Yo prohibido, el autor se refiere a su “amistad” con Luis Donaldo Colosio (“Un político te dirá “amigo” mientras píense que, como reportero, puedes serle útil”), cuya campaña cubrió para Proceso y supo y relata de la terquedad del candidato de preferir “los baños de pueblo”, que las precauciones sobre su seguridad.

         Elías Chávez fue presidente de la Unión de Periodistas Democráticos (UPD) entre 1984 y 1986 y en su libro recuerda cómo se logró la fijación de un salario mínimo para los periodistas -quienes sin embargo en la actualidad todavía “viven pobres y desamparados”- y cómo crearon los gobiernos priistas el “embute” o “chayote” que muchos reporteros aceptaron para completar sus ingresos.

         En el aspecto gremial, trata sobre la desunión de los periodistas a pesar de que proliferan las organizaciones donde militan, pero carecen de fuerza y de recursos hasta para pagar la renta de una oficina. “Algunas sobreviven gracias a subsidios gubernamentales que menguan su independencia”.

         También se refiere a quienes se sienten periodistas sin serlo, a las escuelas de periodismo donde se titulan cada año “miles de nuevos comunicadores para enrolarse en el ejército del desempleo”, y rinde un justo homenaje a los anónimos correctores de estilo, “cuyo gran mérito pocos aprecian: además de pulir y enriquecer tu texto, te salva de que por escrito dejes constancia de tu estupidez”.

         El libro está dedicado a su esposa María del Rosario Lara Aguirre, quien fue delegada de la Escuela de Periodismo ‘Carlos Septién García’ ante el Consejo Nacional de Huelga durante el movimiento estudiantil de 1968, y a quienes al parecer son sus hijas (no lo dice): María Emilia, Valentina y Mariana Aurora. Y aprovecha para mencionar el alto índice de divorcios entre los reporteros, a causa de su enajenación con la noticia y el consecuente abandono de la familia.

         Algo similar al caso de los políticos, que viven enajenados con el poder y “han manipulado la ley a su antojo, como (insiste Elías Chávez) lo hace ahora López Obrador”, quien “se asume como un ser mágico, exige obediencia ciega y sus aduladores doblan la rodilla”.

         Postdata.- El colega Elías Chávez tendrá un pastel con 80 velitas el próximo 25 de noviembre. El tecleador ha sido su compañero en la Escuela de Periodismo ‘Carlos Septién García’, en la misma generación de titulados como licenciados, en la Redacción de la Agencia Mexicana de Servicios Informativos y en las organizaciones gremiales Unión de Periodistas Democráticos y Club Primera Plana. Y se congratula de que, datos de sus textos reunidos con el nombre de Las batallas del periodismo (Ediciones digitales AVVA, 2020), hayan servido para uno de los capítulos de El Yo prohibido.