Lecturas con pátina

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  • Libro del Conaculta contiene los tres documentos de la Independencia
  • Por José Antonio Aspiros Villagómez

RedFinancieraMX

         La consumación de la independencia de México hace 200 años fue un hecho histórico que puede documentarse sin lugar a dudas en fuentes originales, aunque después su uso político e ideológico por parte de los gobernantes haya generado visiones particulares en torno a los protagonistas.

         Y no es necesario acudir a consultar esos documentos en los archivos donde se conservan, porque como no son de acceso directo al público en general, fueron publicados por el propio Gobierno de México a través del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta, hoy Secretaría de Cultura) en el libro Escritos diversos, dentro de la colección Cien de México (2014).

         En esa edición –donde la mayoría de los escritos son obra de Agustín de Iturbide y hay uno con su firma (una proclama dirigida a los españoles) pero del que se duda su autoría– se encuentran los tres instrumentos fundacionales del país independiente que hoy es México: el Plan de Iguala, los Tratados de Córdoba y el Acta de Independencia del Imperio Mexicano.

         En los Escritos diversos, con 219 páginas y reducido tiraje de sólo 1,500 ejemplares, están también cartas, proclamas, arengas, discursos, memorias, instrucciones y manifiestos de Iturbide, cuyos diversos destinatarios fueron desde los conciudadanos en general hasta el rey Fernando VII, pasando por su hijo mayor y su esposa, el Ejército, el Congreso, el virrey, el general insurgente Vicente Guerrero y las Cortes españolas, todos ellos materiales que se deben analizar detenidamente para enriquecer el conocimiento de lo sucedido realmente en ese episodio de la historia patria.

         En lo cronológico, la obra cubre desde que Iturbide escribió a Guerrero en 1821 para invitarlo a unir esfuerzos en favor de la independencia, hasta sus mensajes a su esposa y a los mexicanos en 1824 cuando supo que se cometería con él “el crimen más injustificado”: su sentencia de muerte, cuyo cumplimiento describe por su parte el general realista Felipe de la Garza con gran detalle, lo mismo que la captura del ex emperador a su regreso a México.

         El Plan, publicado en Iguala el 24 de febrero de 1821 con las propuestas del entonces coronel Iturbide “al Excelentísimo Señor Virrey de Nueva España, conde del Venadito”, es un listado de 24 puntos entre los cuales los más conocidos (religión, independencia y unión) dicen:

         “1.- La religión de la Nueva España es y será la católica, apostólica, romana, sin tolerancia de otra alguna… 2.- La Nueva España es independiente de la antigua y de toda otra potencia, aun de nuestro continente… 12.- Todos los habitantes de la Nueva España, sin distinción alguna de europeos, africanos, ni indios, son ciudadanos de esta monarquía con opción a todo empleo, según su mérito y virtudes”. El inciso 16 resume las tres garantías.

         En otro punto del Plan, el 4, se nombra emperador al entonces rey de España, el antiliberal Fernando VII, “u otro individuo de casa reinante que estime por conveniente el Congreso” si el borbón o los personajes que también se mencionan, declinaban la corona.

         Cita también la creación provisional de una Junta Gubernativa de la América Septentrional que gobernaría mientras tanto; que las Cortes deberían establecer la Constitución del Imperio Mexicano y entretanto “se procederá en los delitos con total arreglo a la

Constitución española”, pero habría pena de prisión para quien conspirara contra la independencia; que el nuevo gobierno sería “sostenido por el Ejército de las Tres Garantías”, y que el clero “será conservado en todos sus fueros y preeminencias”.

         Tal fue el proyecto que Iturbide propuso a Vicente Guerrero y éste estuvo de acuerdo, y que luego discutió con Juan O’Donojú quien llegaba enviado por Fernando VII como teniente general y jefe superior político (ya no había virrey), y de la reunión que sostuvieron el 24 de agosto de 1821 en la villa de Córdoba, surgieron los Tratados que son otro de los documentos fundacionales.

         El primero de los 17 puntos de los Tratados de Córdoba dice que “esta América se reconocerá por nación soberana e independiente y se llamará en lo sucesivo Imperio mexicano”, y el punto 2 indica que el gobierno será “monárquico constitucional moderado”. Se ratifican y detallan los demás contenidos del Plan de Iguala, y al final se advierte que, como para cumplir con el acuerdo es un obstáculo “la ocupación de la capital por las tropas de la Península (española)”, será necesario “vencerlas” pero no por la fuerza, sino por una “capitulación honrosa” para la cual O’Donojú “se ofrece a empelar su autoridad”. Y así lo hizo.

         Así pudo entrar a la Ciudad de México el Ejército Trigarante el 27 de septiembre de 1821, con el coronel Anastasio Bustamante al frente de la artillería de vanguardia, y el día 28, “primero de la Independencia mexicana”, fue firmada el Acta correspondiente por 35 personas que, según diversas observaciones, no representaban a todos los sectores.

Tres días antes, el 25, en una arenga al Ejército Imperial Iturbide había dicho a los mexicanos: “ya sabéis el modo de ser libres: a vosotros toca señalar el de ser felices”, y les había pedido que “si mis trabajos tan debidos a la Patria, los suponéis dignos de recompensa, concededme sólo vuestra sumisión a las leyes, dejad que vuelva al seno de mi tierra y amada familia, y de tiempo en tiempo haced una memoria de vuestro amigo”.

Pero ya sabemos que ni lo dejaron vivir en paz, sino que lo hicieron emperador cuando los borbones rechazaron la corona, ni hubo tal “memoria” desde que en el siglo XX la clase política lo defenestró (en el XIX no hubo tanto encono), aunque los historiadores se han encargado posteriormente de revisar y rescatar su figura.

El Acta de Independencia del Imperio, el otro documento fundacional, expresa que a partir de su firma la nación mexicana salía de la “opresión” en que había vivido durante 300 años sin “voluntad propia” ni “libre el uso de la voz”, pero ahora veía coronados “los heroicos esfuerzos de sus hijos” y estaba “consumada la empresa eternamente memorable que un genio superior a toda admiración y elogio, amor y gloria de su Patria principió en Iguala, prosiguió y llevó a cabo arrollando obstáculos casi insuperables”.

En lo sucesivo, en consecuencia, “esta parte del Septentrión (…) declara solemnemente por medio de la Junta Suprema del Imperio que es nación soberana e independiente de la antigua España (…) y va a constituirse con arreglo a las bases que en el Plan de Iguala y Tratados de Córdoba estableció sabiamente el primer jefe del Ejército Imperial de las Tres Garantías…”.

Es cierto que antes de ser promulgada esta Acta hubo otra, el Acta Solemne de Declaración de Independencia de la América Septentrional, firmada el 6 de noviembre de 1813 por asistentes al Congreso de Chilpancingo al que convocó el cura José María Morelos y Pavón, pero tan no tuvo efectos reales, que fue necesario seguir la lucha armada por otros siete años hasta que Guerrero la suspendió al aceptar el Plan de Iguala.

Se cumplen ahora 200 años de aquellos acuerdos, con pesar por la situación en Iguala -cuna del Plan trigarante- donde 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural ‘Isidro Burgos’ de Ayotzinapa desaparecieron en 2014 sin que hasta la fecha se haya cerrado la investigación, y porque en la actualidad los grupos criminales se disputan cruentamente el control de “la plaza”.