La costumbre del poder

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  • Navegar entre Conrad, Plotino y la novela de la Revolución
  • Por Gregorio Ortega Molina

RedFinancieraMX

*El miedo supera cualquier oportunidad, sea religiosa, filosófica o anímica. Quizá el pavor a morir de hambre y tirados como perros supere cualquier cosa. Evoquen la figura de Lázaro que busca las migajas de los banquetes de la mesa del rico

De alguna manera es necesario aprovechar el tiempo de enclaustramiento general. Si no con la oración, al menos con el divertimento, la lectura y el aprendizaje. ¿Agotar un autor? ¿Releer? ¿Alternar autores, épocas, países?

Releer es más que un aprendizaje; se transforma en un verdadero desafío si decides alternar autores entre capítulos o número de páginas leídas, sin esperar a concluir la obra. Entonces, como lector, descubres que los seres humanos -a pesar de razas, credos, debilidades, ideologías y clases sociales- somos más parecidos de lo que imaginamos.

El color y los cuerpos pueden diferenciarse, no ocurre lo mismo con las ideas y los estados de ánimo, con las filias y las fobias, los odios y las envidias, las debilidades similares que todos padecemos. Unos con tal de ver satisfechas sus codicias y ambiciones; otros, los más, tras el único deseo de satisfacer las necesidades elementales y pasar el día. Para más de los que imaginamos o creemos, ver el alba siguiente se convierte en un desafío, casi una maldición, más que en otra nueva oportunidad de vivir y hacer el bien, o el mal. Siempre hay una elección.

Las veleidades y las pasiones de los personajes de Joseph Conrad, Martín Luis Guzmán, Mariano Azuela y José Vasconcelos son casi idénticas, varían en cuanto a la intensidad y el contenido que dan a sus vocaciones espirituales o llamados a la fe. Es aquí donde Plotino entra en escena, porque en buena parte del comportamiento humano tiene mayor injerencia de la que consideramos, pues los credos o religiones se empeñan en imponer diferencias más allá de los ritos y las creencias, porque quieren hegemonía. Son incapaces de compartir el destino de los hombres, cuánto más el dominio de sus almas, su razón, su espíritu.

Con los dictadores o los buenos gobernantes ocurre lo mismo. Las diferencias en las pulsiones por matar y mandar varían en el número y los métodos, pero la fiesta de las balas de Rodolfo Fierro pudo haber ocurrido en la Siberia de José Stalin; las envidias y odios que retuercen a los personajes que rodearon la pasión de Antonieta Rivas Mercado y José Vasconcelos, es similar a las que obnubilan el cerebro de Schomberg, ese delirante personaje de Conrad en Victoria.

¿Por qué extrañarnos, entonces, que los gobiernos y sus proyectos de dictadores de las naciones de América sean tan similares en determinadas épocas? Los quiebres en la Historia se asemejan en forma, aunque sean distantes en tiempo y espacio. Los métodos para someter, a los pueblos o a las unidades familiares, nada más son distintos en el número de esclavizados, por voluntad propia o por temor.

Es lo que no comprendo: el miedo supera cualquier oportunidad, sea religiosa, filosófica o anímica. Quizá el pavor a morir de hambre y tirados como perros supere cualquier cosa. Evoquen la figura de Lázaro que busca las migajas de los banquetes de la mesa del rico.

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