- Entre los problemas mundanos y la vida extraterrestre
- Por José Antonio Aspiros Villagómez
RedFinancieraMX
Como seguimiento de nuestro artículo previo “Cuando se enfrentaron en Acapulco los investigadores de ovnis”, y ante la expectativa de lo que sobre el tema podrían informar al Pentágono varios organismos gubernamentales de Estados Unidos esta semana, rescatamos del olvido un artículo inédito que data de 2004 pero mantiene su frescura, si bien adecuamos lo relativo al observatorio de Arecibo (Puerto Rico), pues colapsó a finales de 2020 cuando la NASA tenía planeado desmantelarlo por razones de seguridad. He aquí aquel texto, ligeramente retocado:
Quizás desde que el ser humano “inventó” la filosofía, se ha preguntado si está solo en el Universo. Ya lo hacía el pensador latino Lucrecio un siglo antes de nuestra era, cuando hablaba de la posibilidad de “otras humanidades”. El tema, entonces, no es nuevo, pero desde la centuria pasada a muchos intelectuales y científicos les ha incomodado que se hable de él, se niegan a discutirlo -al menos en público- y generalmente descalifican o se burlan de quienes creen en la posibilidad de que haya otros seres inteligentes en el Cosmos.
Además, las preocupaciones mundanas de todos los días y de todos lados, no dejan tiempo a la mayoría de los mortales para pensar en posibles civilizaciones aparte de la nuestra. La cuestión es secundaria cuando los pendientes en la Tierra son tantos y tan difíciles: la inseguridad y el terrorismo, la injusta distribución de la riqueza, la salud, la destrucción del clima, la escasez del agua potable, los combustibles orgánicos, la decadencia moral, el narcotráfico, las mafias, y las crisis y abusos de los poderes político y económico.
Pero aun así, el de los demás mundos potencialmente habitados no es un asunto para pasar el rato. Aunque calladamente, se le estudia de manera formal desde hace décadas. Lo hacen, cuando menos, la Agencia Nacional de Astronáutica y del Espacio (NASA) de Estados Unidos y el Instituto para la Búsqueda de Inteligencias Extraterrestres (SETI).
Poco trascienden los resultados de esas investigaciones, y los mortales de a pie sólo nos enteramos de noticias sobre estos temas cuando la televisión difunde imágenes de un encuentro cercano realizado por pilotos militares mexicanos, que de inmediato desautorizan los escépticos científicos del sistema.
Suponemos que el primer hombre de ciencia que revele y pruebe que no estamos solos, lejos de ganar el Premio Nobel podría terminar en el psiquiátrico. Como un moderno Galileo. El astrónomo estadunidense Carl Sagan fue muy criticado cuando convenció a la NASA de buscar vida en las estrellas. Y para este articulista, abordar la cuestión también dará motivo para muchas sonrisas y comentarios ‘piadosos’ de los lectores que lo conocen.
Pero la lectura reciente del texto “Extraños mensajes espaciales”, de Juan José Olivares Villegas (Día Siete número 221) nos ha permitido evocar estudios realizados en el Conacyt y los años como periodista científico en la revista En Todamérica, y caer en la tentación de retomar estos temas.
La documentada información de Olivares dice, en síntesis, que una señal de radio procedente de nuestra galaxia -la Vía Láctea-, llamó destacadamente la atención de los científicos de entre las muchas que se recibieron en el radiotelescopio de Arecibo, Puerto Rico, y la revista británica New Scientist manipuló o interpretó mal los datos y deslizó en un artículo “la posibilidad de que se tratara de un mensaje” de otra civilización. Y la que se armó.
Buscar vida fuera de la Tierra tiene más que ver con la exobiología y con una rama de la astronomía llamada radioastronomía, que con la abundante literatura, filmaciones y testimonios sobre avistamientos de ovnis que, por culpa de los casos de charlatanería que se han descubierto, no tienen credibilidad. Ciertamente, esa rama científica constituye un método adecuado, económico, rápido y obvio para comunicarnos con otras civilizaciones, según dice Sagan en su estupendo libro Cosmos (Planeta, 1982).
El observatorio de Puerto Rico, que operaba la Universidad de Cornell, estaba centrado en la radioastronomía. Tenía una antena parabólica de 305 metros de diámetro con la cual -además de otras tareas científicas que dieron mejores resultados- buscaba señales inteligentes de radio del espacio exterior. Y una de ellas, de acuerdo con la información de Olivares, fue clasificada como “candidata”, como muchas otras “de entre los 15 millones de reportes diarios sobre señales detectadas en Arecibo”.
Nada, pues. El presunto error cometido por New Scientist y divulgado a tambor batiente por muchos medios de comunicación alrededor del planeta, volvió más difícil ante el sector duro de la comunidad científica la tarea de dar a conocer hallazgos de posibles emisiones de radio reconocibles como de origen alienígeno. Porque hay otras, las naturales, que provienen de los pulsares, los cuásares y las radiogalaxias.
La inquietud por saber si somos los únicos en el Universo, o cuando menos en la Vía Láctea, dejó de ser filosófica y se volvió materia de la tecnología. Mientras los extraterrestres al parecer nos rondan, según muchas evidencias (Rosswell y Tunguska entre ellas), la NASA optó por buscarlos lejos de aquí.
Prácticamente descartada la posibilidad de vida -al menos inteligente- en el Sistema Solar, en 1972 la NASA envió al espacio la nave Pionero 10 con una placa de oro en su exterior, que lleva inscrito un mensaje destinado a otras civilizaciones. Y en 1977, el entonces secretario general de la ONU, Kurt Waldheim, grabó un texto de paz y amistad dirigido a seres de mundos lejanos, que se envió en el vehículo sideral Voyager. Nadie ha contestado (¿ o sí?).
Pero la mayor esperanza está cifrada en la radioastronomía. Al observatorio de Arecibo se unió otro en Australia, y el SETI cuenta con muchos voluntarios que registran y reportan las señales de radio captadas por radiotelescopios. Tienen la esperanza de poder decirle al mundo escéptico, con pruebas científicas, que sí hay alguien allá.