Singladura

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  • Un embustero político
  • Por Roberto Cienfuegos J.

RedFinancieraMX

La derrota electoral, no por un margen tan amplio como habría sido lo deseable, del inefable ex presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está lejos de sepultar el trumpismo en el norteño país vecino y quienes asuman que porque el magnate del ladrillo ya no habita la Casa Blanca, ya puede cerrarse ese capítulo nefando de la historia estadunidense, puede llevarse enormes sorpresas, nada halagüeñas por lo demás.

Ni hablar mucho de Trump, cuyas mentiras cotidianas, farsas, estridencias e incompetencia, y sobre todo su intento de sepultar la democracia estadunidense, son de sobra conocidos. Ahora resulta que los republicanos se han quitado la máscara y se les ve desnudos y dispuestos a revivir un trumpismo sui géneris sin Trump. Nada más preocupante en un país como Estados Unidos por su influencia mundial y quienes asumen, convencidos por supuesto, que se vale mentir para gobernar.

Un análisis de la prestigiada agencia noticiosa estadunidense Associated Press, revela que aferrarse a una mentira -aun y usted lo dude- se ha convertido hoy día en una prueba de lealtad a Trump y un medio de preservación para los republicanos. ¿Insólito? Ni tanto. Aun en un país con los contrapesos institucionales y constitucionales como Estados Unidos, la mentira como recurso extremo de los charlatanes de la política, puede abrir un enorme cráter y convertirse en un auténtico torpedo de cualquier sistema democrático o en camino de su construcción.

Dice AP que las desacreditadas acusaciones de Trump sobre unas elecciones robadas no hicieron nada para salvar su presidencia cuando cortes, gobiernos estatales y hasta el Congreso —que sufrió una insurrección avivada por las declaraciones del exmandatario— afirmaron la legitimidad de su derrota y la honestidad del proceso que condujo a la presidencia a Joe Biden.

Pero ahora esas denuncias de Trump, igual de falsas que antes, están teniendo un segundo aire. De ese tamaño es el peligro para la democracia estadunidense y quienes se aferran a ella como el peor de los sistemas políticos con excepción de todos los demás.

Según este análisis, los republicanos parecen ahora creer en las falsedades de Trump, un auténtico embustero de la política. Y si no lo creen, siguen la matriz trumpiana al fingir que creen sus mentiras o, al menos, al no negarlas.

Así, los republicanos que se atreven a rechazar las mentiras — desde Georgia hasta Arizona — enfrentan la furia de los leales al ex inquilino de la Casa Blanca.

Si acaso, un puñado de republicanos en Washington se atreve a retar a Trump. Esto porque saben que hacerlo, tendrá un costo en sus propias carreras y aspiraciones políticas.

Un caso emblemático de esto que hablo es la republicana Liz Cheney, hija nada menos del ex vicepresidente Dick Cheney y conservadora hasta las cachas como decimos en México.

Congresista por Wyoming, Liz dijo recién que “la historia está observando”. Esto cuando los republicanos, sus correligionarios, se preparan para despojarla de su jerarquía en la Cámara baja como consecuencia de su disenso con Trump y las mentiras de éste.

Añadió: “Los republicanos deben defender principios genuinamente conservadores y alejarse del peligroso y antidemocrático culto a la personalidad de Trump”.

Todas las víctimas de los ataques de Trump coinciden en que los republicanos están empeñados en propagar una “gran mentira”, la gran mentira de Trump.

Es público y conocido que Trump se esforzó por apropiarse de la frase volviéndola en contra de sus acusadores, tal y como hizo en los cuatro años de su presidencia contra las “noticias falsas”.

“No pueden cambiar las elecciones de 2020, pero pueden usarlas para justificar restricciones al derecho al voto”, dijo

AP citó al académico en derecho electoral Richard Hasen de la Universidad de California, Irvine, sobre los leales a Trump, al señalar que los republicanos no pueden ya cambiar las elecciones del 2020, pero sí pueden usarlas para justificar restricciones al derecho al voto.

Se trata de algo preocupante para la democracia de Estados Unidos porque socava la confianza de los votantes en el proceso electoral y su integridad. “Es muy peligroso”, considera.

Si usted duda de que esto tenga entidad suficiente y aún se finque en la realidad política del país vecino, vea esto más: el principal republicano de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, respaldó públicamente a su colega Elise Stefanik para ser la número 3 del partido en la cámara baja, consolidando el apoyo de un grupo de congresistas leales a Trump frente a la representante Cheney, una crítica del ex presidente en sus intentos por desacreditar las elecciones de 2020, entre ellos el asalto violento del Capitolio el seis de enero último.

Se espera que este miércoles, los republicanos de la Cámara de Representantes voten para destituir a Cheney, y la releven con Stefanik, firmemente respaldada por Trump.

McCarthy añadió que el liderazgo debe centrarse en un mensaje “día tras día” sobre lo que él considera problemas de la administración de Joe Biden.

Cheney se ha enfrentado a los republicanos, incluido McCarthy, republicano por California, por hacer caso de las falsas afirmaciones de Trump de que las elecciones de noviembre le fueron “robadas”.

Recién hace unos días, The Washington Post publicó una entrevista con la legisladora quien denunció el “peligroso y antidemocrático culto a la personalidad de Trump” y aconsejó a sus colegas republicanos no aceptar las declaraciones del ex mandatario ni aprovecharse de ellas “con fines políticos y de recaudación de fondos”.

Pero McCarthy dijo que la atención que Cheney puso en Trump la distrajo del objetivo de los republicanos de recuperar la cámara baja en 2022 y oponerse como debería a la agenda de Biden.

¿Así o más claro? Son los costos políticos de quienes discrepan de la obediencia ciega que demandó Trump a lo largo de su mediocre y peligrosa presidencia.

Efectivamente; los fanáticos del ocupante anterior de la Casa Blanca se han dejado llevar de las narices y ahora juran y perjuran que la “Gran Mentira” es, precisamente, el resultado de las elecciones presidenciales de noviembre del 2020.

No sé hasta qué punto es posible afirmar que quienes votaron por el sujeto ese lo hicieron por razones como el racismo claro y abierto, la xenofobia, el nacionalismo, el supremacismo blanco, cuestiones económicas o simple ignorancia, sin tomar en cuenta el simple contagio de la insania de Trump.

Después de todo, ya está comprobado y demostrado que quienes conviven con un familiar desquiciado tarde o temprano comienzan a acusar síntomas del mismo padecimiento, o adquieren otros derivados de ese contacto.

Entre la desesperación (causada por la inseguridad material y hasta penuria) de la masa trabajadora blanca, la complicidad de ciertas corrientes religiosas como los evangélicos y otras sectas “cristianas”, el oportunismo descarado de la cúpula del Partido Republicano y–no menos importante–todo lo que acarrea el solipsismo y narcisismo magnificados por las mal llamadas “redes sociales”, entre el 2022 y el 2024 va a haber una masa crítica de votantes lo suficientemente grande como para que los repugnicanos, disculpe, republicanos,  vuelvan al poder, y si lo hacen, puedes dar por descontado que va a ser con Trump.

El problema más grave es el rechazo absoluto a reconocer cosas tan palmariamente objetivas y claras como la realidad física. No exagero. Si Trump se asoma a mediodía de su letrina floridiana y declara que es medianoche, sus seguidores se ponen el pijama. Son ya varios los profesionales de la siquiatría que han advertido de que sus seguidores se están comportando como quienes han sido objeto de un lavado cerebral o las víctimas del maltrato doméstico o intrafamiliar.

¿Hasta cuándo vamos los humanos a seguir con la misma historia? No aprendemos ni escarmentamos, ni siquiera en cabeza propia.

Ro.cienfuegos@gmail.com

@RoCienfuegos1