Textos en libertad

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  • El periódico de Tacubaya
  • Por José Antonio Aspiros Villagómez

RedFinancieraMX

Hubo lectores de la anterior entrega de Textos en libertad, titulada ‘La calle como pretexto’, que pidieron ampliar aquella crónica con los recuerdos del tecleador acerca del barrio de Tacubaya, el cual en las primera décadas del siglo XX fue municipio de la Ciudad de México.

De paso, nuestro hermano Alejandro nos corrigió y es preciso ofrecer una disculpa a los lectores, porque el Museo del Papalote ciertamente no se encuentra -como habíamos consignado- donde aún existe (no sabemos si con el mismo nombre) el Centro Materno Infantil ‘Maximino Ávila Camacho’, sino donde estuvo la Fábrica Nacional de Vidrio (Fanal) sobre aquella avenida Madereros a la que en 1957 le cambiaron el nombre por de Constituyentes, en el centenario de la Constitución de 1857.

Ahora debemos recordar que, aunque de manera efímera, Tacubaya tuvo su periódico local. Y decir con modestia que fue a iniciativa nuestra y bajo nuestra entonces inmadura dirección.

Hace 60 años, cuando militábamos en el grupo de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM) en la parroquia de San Miguel, y con el candor e impulso juvenil de los casi 17 años de edad, presentamos la propuesta de hacer ese periódico y fue aceptada como parte de las actividades de un Comité Cívico Cultural creado también a sugerencia nuestra y del cual fuimos nombrados para ocupar la dirección general.

Lo primero que hicimos al frente de ese CCC, fue organizar en septiembre de 1960 un acto conmemorativo de la Consumación de la Independencia, al que invitamos a los vecinos de Tacubaya. Repartimos programas impresos, conseguimos un auditorio y tuvimos una asistencia aceptable. Hubo discursos, bailables, números musicales y declamaciones, enmarcadas por el homenaje a la Bandera y la entonación del Himno Nacional cuando aún lo conocíamos con todas sus estrofas, algunas de las cuales suprimió el gobierno porque mencionaban a Antonio López de Santa Anna y Agustín de Iturbide.

Luego vino el periódico. Se iba a llamar La Voz de la Parroquia pero nos pareció mejor el título de Mártires de Tacubaya, y como tantas aventuras editoriales antes, entonces y hasta la fecha, tuvo una vida muy breve: dos números mensuales. El primero se publicó el 5 de febrero de 1961 y el segundo en marzo siguiente, hace ahora seis décadas.

Constaba de cuatro páginas tamaño oficio, tenía un precio de 30 centavos el ejemplar y logramos el apoyo de algunos comercios y voceadores para su distribución. Su contenido consistía en noticias locales, deportivas, artículos culturales y algunos materiales doctrinarios. Una información sobre abusos en la lechería de la CEIMSA (después, CONASUPO), causó revuelo entre los vecinos.

La memoria falla, pero es casi seguro que Mártires de Tacubaya dejó de existir por falta de recursos. Si bien logramos colocar tres anuncios en esos dos números, los costos de producción eran mayores.

El proyecto que teníamos consideraba la publicación de episodios de la Historia de México -políticos, militares, sociales, culturales- que tuvieron como escenario a Tacubaya, pero ya no fue posible. Esas ideas, en cambio, pudimos llevarlas a la práctica a otra escala, cuando entre 1963 y 1967 nos designaron en la jefatura de redacción y luego en dirección general, de la revista nacional de la ACJM, Juventud Católica.

Pero como los aspectos dogmáticos no eran ni son nuestro fuerte, hicimos lo que ya sabíamos, así fuera de manera incipiente: periodismo.

Aun cuando los contenidos eran revisados y aprobados antes de su publicación, pudimos colocar materiales que considerábamos de interés para la juventud: las melenas, las minifaldas, los deportes, el cine, los intérpretes de ritmos musicales a partir del rocanrol, además de temas internacionales, científicos e históricos. Y, claro, también nuestras crónicas y fotografías de actos religiosos, como el homenaje ecuménico post mortem que hubo al papa Juan XXIII en el Auditorio Nacional.

Aquellos pinitos periodísticos dieron inicio precoz en 1960 con artículos de temas culturales en algunas publicaciones, pero contabilizamos nuestra antigüedad en la profesión desde 1964 cuando ya tuvimos un contrato y un salario de manera formal, como reportero y fotógrafo, y desde esa fecha llevamos el registro para efecto de los reconocimientos que otorga el Club Primera Plana por quinquenios cumplidos de trabajo continuo: en 2019 nos entregaron el correspondiente a 55 años, pero en realidad se cumplieron 60 en 2020.

Ah: en 1965 dejamos para siempre el barrio de Tacubaya, donde habíamos nacido 21 años antes.