La Costumbre del Poder

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  • Deontología de la prensa y las redes sociales (I/V)
  • Por Gregorio Ortega Molina

RedFinancieraMX

Imposible determinar o establecer qué motiva los impulsos de libertad de expresión en los grandes directores de los medios y los enormes investigadores, reporteros y editorialistas. Hoy los matan por desafiar a la autoridad o a los delincuentes

A Ignacio Morales Lechuga,
Priscilla Pacheco Romero y
José Manuel Cuéllar Moreno

Elaborar hipótesis o teorías sobre lo que no fue y posiblemente jamás será, es sujetarse al síndrome de Penélope para destejer durante la noche lo elaborado en el día, o soñar en convertirse en ese nombre que Odiseo dio a Polifemo. Dices que Nadie fue quien te dejó ciego.

Lo constatable es que los gobernantes tratan de hacer de las suyas sin que se note; quieren sacar las castañas con la mano del gato. Vivir sus obsesiones y nunca pagar el saldo de los estropicios dejados en el camino o, en su caso, tampoco recibir las muestras de agradecimiento.

Si los gobiernos tienen un mandato legal y constitucional, también ocurre con la prensa y con todo ciudadano que disfruta de esa libertad anónima o casi, garantizada por las redes sociales. Comunicar un suceso, transmitir una información, emitir una opinión, formular una denuncia “social”, esforzarse por aportar datos para llegar a lo más próximo a la verdad -nunca es absoluta, salvo el dogma- requiere asumir un compromiso múltiple por ser diversas sus vertientes: con uno mismo, con la sociedad y con el emisor de la información.

Si los que requerimos de comunicar -por ser una necesidad de alteridad- tergiversamos el mensaje, propiciamos que los análisis sobre el suceso, los comentarios, las respuestas, sean equívocas. La responsabilidad del difusor es tan grande o tan pequeña como su mentira.

Imposible eludir el señalamiento: los propietarios y periodistas de los medios de comunicación alemanes son corresponsables de lo ocurrido durante el totalitarismo nazi, por difundir el mensaje y, en muchos casos, festinarlo; además, es posible que contribuyeran al ocultamiento del horror del genocidio en evolución rápida y siniestra. Los judíos claman por seis millones de víctimas. ¿Y los que se quedaron sin voz?

George Orwell, que no fue ningún ingenuo, lo supo con mucha antelación. En su texto Por qué me uní al Partido Laborista Independiente, publicado en The New Leader el 24 de junio de 1938, afirmó: “Para empezar, la era de la libertad de expresión está en pleno ocaso. La libertad de prensa en Gran Bretaña tuvo siempre algo de impostura, ya que, en último término, el dinero controla las opiniones. Aun así, mientras exista el derecho legal a decir lo que uno quiere, siempre quedarán resquicios para un escritor poco ortodoxo”.

No hay certidumbre más lacerante que el aserto de Orwell sobre la libertad de prensa. Julio Scherer García elevó al Excélsior bajo su dirección porque era una cooperativa. Todos fueron dueños de la aventura y el éxito pasajero, pero nada más el director general fue el responsable del encontronazo con el poder.

Katherine Graham apostó a la sociedad y se confrontó abiertamente con Richard M. Nixon. Fueron sus reporteros los que exhibieron el caso Watergate. ¿Qué la impulsó? El recuerdo de su padre y su marido, o la necesidad de trascenderse ella misma.

Imposible determinar o establecer qué motiva los impulsos de libertad de expresión en los grandes directores de los medios y los enormes investigadores, reporteros y editorialistas. Hoy los matan por desafiar a la autoridad o a los delincuentes.

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Los mexicanos todos hemos de estar transidos de emoción y agradecimiento porque, de acuerdo a la promesa y palabra presidencial, este martes 1° de diciembre tendremos, ya, un sistema de salud de Primer Mundo, que ni Dinamarca, Canadá o Estados Unidos. Así nomás.

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