- Torturar, descuartizar niños
- Por Gregorio Ortega Molina
RedFinancieraMX
*Debemos preguntarnos el porqué de tanta manga ancha con niños y adolescentes. Los maestros ya no pueden llamarles la atención, los padres tienen prohibidos los correctivos con contacto físico, las autoridades ya no contienen esas manifestaciones de anarcos y feministas, sin importar que vandalicen o tundan a las policías. Se ha perdido toda autoridad
Lo que los seres humanos hacen con los menores da asco -en los términos definidos por María Zambrano- y, además, define un perfil de ser humano que, por lo regular, está en posiciones de poder.
Recordemos a Suetonio y la reconstrucción que hace, en Los doce césares, de la vida de Tiberio en Capri. Se sirve de los infantes para su satisfacción sexual. O ese suceso histórico de los castrati, tan solo para endulzar los oídos de los prelados; la pederastia, que no es una debilidad particular de los clérigos y cardenales, porque lo mismo la practican en las altas que en las bajas esferas de la sociedad.
¿Cuántas veces se refiere en la historia del sacrificio de niños, para ablandar el duro corazón de los dioses? Matices más o menos, nada cambia, salvo que se decidió convertir a los niños en soldados, como lo mostraron las fotografías de la guerra de Uganda. Acá, en suelo mexicano, como en toda nación donde el narco llegó para quedarse, los menores son transformados en sicarios. Es inolvidable El Monchito, como tampoco podemos dejar de lado los personajes de La Virgen de los Sicarios, o de Gomorra y La banda de los niños, o los que nos atañen en las novelas de Don Winslow. Los niños y niñas matan porque los convertimos en asesinos y porque tienen hambre. Y de muchos años atrás los personajes de Charles Dickens.
A pesar de todo lo que damos por sabido, no dejó de conmoverme la narrativa de Héctor de Mauleón acerca de los casi niños asesinados y descuartizados en Cuba 86, en el corazón de la Ciudad de México. El suceso en sí se suma a otros muchos, como ese de la manera en que ejecutaron a Javier Valdez. Lo que trasciende en este caso, lo que llama nuestra atención, es la manera de contarlo, escrito para llamar nuestra atención, nos duela, nos haga preguntarnos acerca de nuestros límites en la tolerancia a la inseguridad pública en que vivimos, y cuándo nos decidiremos a poner un hasta aquí a las autoridades por las cuales votamos y cobran de nuestros impuestos.
También debemos preguntarnos el porqué de tanta manga ancha con niños y adolescentes. Los maestros ya no pueden llamarles la atención, los padres tienen prohibidos los correctivos con contacto físico, las autoridades ya no contienen esas manifestaciones de anarcos y feministas, sin importar que vandalicen o tundan a las policías. Se ha perdido toda autoridad ante el temor de ser mal vistos y vilipendiados por ejercer la fuerza legítima del Estado. Se ha perdido el respeto a todo y a todos.
De niño y adolescente fui latoso como la fregada. Maestras y maestros me dieron reglazos en las palmas de las manos; ya olvidé el número de páginas que llené con castigos tontos; mis padres me tundieron, y me dijeron que era como la piel de Judas, pero aquí estoy, entero y sin complejos, y pienso que nadie lesionó mis derechos humanos.
Así es el mundo que hemos construido.
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