Singladura

0
47
  • Imprevisiones trágicas
  • Por Roberto Cienfuegos J.

RedFinancieraMX

Las imprevisiones, ligadas al desprecio e ignorancia de riesgos, cuestan cada año en México -y también en el mundo, por supuesto- un enorme precio en pérdida de vidas, patrimonio e infraestructura. Tabasco describe hoy esta situación con la tragedia que vive mientras lee usted estas líneas. La circunstancia trágica tabasqueña se acentúa por una política de austeridad mal concebida y peor instrumentada, que podría resumirse en aquel antiguo dicho de que lo barato sale caro.

Pese a las tragedias naturales, tan comunes en una geografía tan vasta como la de México -unos dos millones de kilómetros cuadrados en números redondos- el país todavía carece de una cultura de la prevención. La extinción hace unos días del Fondo Nacional de Desastres Naturales (Fonden) es parte de esa incultura preventiva, que hoy pagan con creces los tabasqueños.

Aún no han entendido muchos mexicanos y en especial los gobiernos, incluido el actual, la denominada ley nacional de protección civil que mandata la obligación de que todos los municipios y estados del país cuenten con un atlas de riesgo, que no son otra cosa que instrumentos capaces de proporcionar a los tres niveles de gobierno toda la información de los peligros y riesgos a los que está expuesta la población y los mecanismos para prevenirlos, algo que no se hizo en el caso de Tabasco.

Esta incultura e indolencia salen mucho más caras que la atención de mitigación y restauración del riesgo del siniestro. ¿Cuánto costará ahora y en el futuro inmediato poner más o menos de pie a Tabasco? Esto, claro, sin incluir las pérdidas irreparables en vidas, sufrimientos y cancelación de futuro.

Es un hecho por ejemplo, conforme a información de expertos del Servicio Geológico Mexicano (SGM), que un programa de prevención cuesta menos del uno por ciento del costo de un siniestro. Y sin embargo, en países como México se opta por enfrentar la pérdida de vidas y atender los costos siempre elevados de un siniestro, antes que prevenirlo. Es paradójico, ininteligible.

México inició hacia el año 2000, hace ya dos décadas, la elaboración de los denominados atlas de riesgo. Esto luego del terremoto de septiembre de 1999 en Oaxaca.

En sus orígenes los atlas se dividieron en geológicos, ligados al movimiento de la tierra y que incluyen sismos, maremotos y erupciones volcánicas; los hidrometeorológicos, asociados a vientos y agua, como ciclones, tormentas tropicales, nevadas, granizadas, temperaturas extremas, y los de origen antropogénico, asociados a la actividad humana.

Pero no sólo. También hoy día existen los atlas quimicotecnológicos, asociados a derrames, explosiones, y todo lo relacionado con la industria química, explosiones de ductos o gasolineros, o los atlas sanitario ecológicos o relacionados con basureros, o depósitos de construcción final de residuos de hospitales, porque antes estaban sin control los confinamientos de residuos hospitalarios que se arrojaban en cualquier basurero municipal.

Los atlas de data más reciente aluden a los socio-organizativos, vinculados a sitios de concentración masiva de personas como escuelas, oficinas, estadios, hospitales, teatros.

La importancia de los atlas de riesgo deriva de su utilidad para preservar las vidas de las personas y sus bienes.

Un ejemplo concreto de la importancia de los atlas de riesgo fue el caso de Chiapas, donde el SGM entregó en 2005 el atlas de riesgo y el gobierno de Chiapas pudo evacuar a más de cien mil personas en zonas de peligro por el fenómeno Stan. Fue una diferencia entre la vida y la muerte. Algo que se desdeñó y pinta en forma contundente y dramática la experiencia estos días en Tabasco.

ro.cienfuegos@gmail.com

@RobertoCienfue1