- Un paseo por la Historia en la capital mexicana
- Por José Antonio Aspiros Villagómez
RedFinancieraMX
Con nuestro deseo muy intenso por la recuperación
del amigo y colega Salvador Estrada Castro, quien fue
secuestrado, golpeado y luego abandonado lejos.
El “pórtense bien” jamás funcionará con esa lacra.
El Centro Cultural de España en México se encuentra a espaldas de la Catedral Metropolitana y -por una ironía- a cien metros del Templo Mayor de los aztecas destruido por los conquistadores españoles. De hecho, el inmueble tiene dos entradas: una por Guatemala 18 y la otra por Donceles 97, en ese Centro Histórico que durante siglos fue ciudad, y hoy solamente forma parte de la alcaldía Cuauhtémoc de la capital del país.
Ese establecimiento presenta en México “lo mejor del arte, la cultura, las industrias creativas y la ciencia españolas” -dice su programa mensual de actividades-, y tanto en lo alto como en las profundidades del edificio están dos sitios que contrastan: arriba un restaurante bar con música de jazz en vivo, y en el sótano un museo de sitio con los vestigios del Calmecac, la elitista escuela para los hijos de nobles y sacerdotes de la sociedad tenochca.
Su hallazgo en un predio propiedad de españoles es otra ironía, o, como la definió en una charla (2016) el arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma, “la venganza de los mexicas”.
Resulta que los propietarios querían hacer un estacionamiento en el subsuelo de su Centro Cultural, y durante las excavaciones aparecieron en 2007 las ruinas del edificio indígena, por lo que intervino el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y desde 2012 el público puede conocer algo de lo que fue el centro ceremonial de los aztecas, aparte del Templo Mayor. De acuerdo con Matos, los gastos del rescate arqueológico fueron por cuenta de los dueños del inmueble.
Aquella charla de quien fue director del Proyecto Templo Mayor nos motivó, y en un viaje a la Ciudad de México para asistir a la toma de protesta del rector de la UNAM, Enrique Graue, como presidente honorario de la Academia Nacional de Historia y Geografía, aprovechamos para visitar el Calmecac, el Templo Mayor (que conocimos desde el hallazgo de Coyolxauhqui) y -previa escala en Los Azulejos- el muy interesante Museo del Bicentenario que se encuentra en las alturas de la Torre Latinoamericana. El cielo capitalino nos “saludó” esa la tarde con fuertes vientos y un aguacero que paralizó por horas la ciudad.
Los pasillos de acceso son luminosos pero, abajo, tanto la luz tenue como las estructuras pétreas refrescan el museo donde están numerosos restos del Calmecac (construido entre finales del siglo XV y principios del XVI), incluidas huellas de pies descalzos sobre el piso de una terraza. Subsisten algunas columnas, una escalinata, una banqueta, el desagüe y partes de una habitación, y el complemento de la muestra consiste en objetos prehispánicos y de los siglos XIX Y XX, tales como piezas de vidrio, una pistola, herraduras y una pilastra.
Hay también cerámica de los siglos XVI y XIX, mayólica azteca y texcocana, e imágenes religiosas, así como una gigantesca almena de las muchas que coronaban la barda perimetral de 500 metros por lado, del recinto del Templo Mayor. Según los datos del arqueólogo Ignacio Marquina (1888-1981), con sus nombres actuales los límites serían, al Norte, las calles Luis González Obregón y San Ildefonso; Al Sur, Moneda y Catedral; al Oeste, Correo Mayor y El Carmen y, al Poniente, las calles Monte de Piedad y Brasil. En total, siete manzanas bajo las cuales -incluida la Catedral- hay sepultados más templos aztecas y ruinas virreinales.
En el Templo Mayor, la novedad para nosotros fue conocer el busto del arqueólogo Manuel Gamio (1883-1960), quien hizo hace más de un siglo los primeros hallazgos de esa pirámide. Es obra del escultor Sergio Peraza Ávila y lo inauguró en 2014 -centenario del descubrimiento- la entonces directora del INAH, Teresa Franco. También la plaza del costado oriental de la Catedral se llama Manuel Gamio.
Como despedida, en la tienda del Museo del Templo Mayor adquirimos -entre otros recuerdos- un pequeño Tzompantli y la réplica en barro (ver foto) del valioso monito de obsidiana hecho por manos texcocanas y que fue la pieza más valiosa del robo al Museo Nacional de Antropología en 1985.
El banquete cultural terminó en el Museo del Bicentenario, tupido de objetos tales como mobiliario, utensilios, uniformes y armamento, así como fotografías, documentos y datos históricos, entre ellos el de que Miguel Hidalgo y Agustín de Iturbide tenían como antepasado común al conquistador de Michoacán Juan de Villaseñor y Orozco.
Está también el “manifiesto patriótico” de Vicente Guerrero, donde llama a Iturbide padre de la patria y libertador de México. Son cuatro hojas tamaño media carta, impresas en 1821 por “la oficina de Ontiveros”. Lo único que lamentamos, fue la inexistencia de algún libro o catálogo sobre esa muestra; sólo venden pequeñas réplicas de la propia Torre Latinoamericana.