Nigromante

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  • Por José Vilchis Guerrero

RedFinancieraMX

Crimen de Estado, el 2 de octubre no se olvida
Mientras se izaba la Bandera a media asta en el Zócalo de la Ciudad de México a las 8 de la mañana; luego en la Cámara de Diputados y el muro de honor del Senado, donde ahora se lee: “Al Movimiento Estudiantil de 1968” con letras doradas, recordé aquel pánico que sentí a mis 20 años. Sin pensarlo, salí corriendo de la Plaza de las Tres Culturas, en Tlaltelolco, la tarde del 2 de octubre a los primeros balazos. De los tres que habíamos llegado, sólo yo estaba a bordo del autobús de regreso a Toluca. Nos dispersamos en la gritería. Excepto Excélsior, al día siguiente los periódicos difundieron la versión oficial, no la real.
Minutos después de que llegó el helicóptero que lanzó las luces verdes de bengala, empezó la balacera a las 5.45 de la tarde desde lo alto del edificio Chihuahua, cuando en el tercer piso estaban algunos muchachos del Consejo Nacional de Huelga, como Luis González de Alba. Pistolas automáticas y ametralladoras fueron accionadas por soldados del Batallón Olimpia al mando del general José Hernández Toledo, que abrieron fuego contra los estudiantes, según el testimonio de Margarita García Flores jefa de Prensa de la UNAM, en La Noche de Tlatelolco.
Entre los lesionados, la periodista italiana Oriana Fallaci, quien vino a cubrir la información de los Juegos Olímpicos, pero le dio cobertura a las manifestaciones estudiantiles previas a la masacre del 2 de octubre, desde la Marcha del silencio, del 13 de septiembre, en la que participé con algunos amigos de Toluca. En noviembre de ese año publicó una crónica que fue uno de los primeros testimonios que desmintió la versión oficial del gobierno federal.
Se dispararon por lo menos 15 mil balas para armas de uso exclusivo del Ejército, según el número de casquillos que se recogieron durante las labores de limpieza de la Plaza de las Tres Culturas y los edificios que la circundan.
En 1971 también me tocó vivir como reportero y estudiante de la escuela de periodismo Carlos Septién García la otra represión del Estado contra los estudiantes, conocida como el “halconazo”. Ese año se publicó La noche de Tlaltelolco, con los testimonios reunidos por Elena Poniatowska: una masacre en la que murieron cientos de estudiantes, obreros y amas de casa y en la que participaron diversas dependencias del gobierno, no sólo el Ejército.
Se comprobó que agentes de la Dirección Federal de Seguridad, que tomaron el video de la balacera contra los estudiantes se apostaron en el edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores y para ello fue contratado por la Secretaría de Gobernación el cineasta Servando González y éste a Alex Phillips con otros colegas que montaron cámaras y luces con anticipación, desde esa mañana. Todavía no se conoce lo que fue grabado en varias horas de filmación, pero el documental original fue llevado a Los Pinos para el visto bueno del presidente Díaz Ordaz, quien lo revisó puntualmente.
El periodista yucateco Mario Renato Meléndez, publicó un número especial de su revista Por qué? con fotos originales de reporteros gráficos que en sus medios no quisieron publicar y textos con testimonios de vecinos de Tlatelolco, otros que resultaron heridos y familiares que buscaron a sus hijos y se encontraron con cientos de cuerpos, a pesar de que en la versión oficial se mencionó que habían fallecido 28 o 30 personas incluidos soldados y vecinos de Tlatelolco.
La osadía de Menéndez le valió una temporada –tres años- en la cárcel de Lecumberrri por órdenes de Luis Echeverría, secretario de Gobernación. El caso del ingeniero Heberto Castillo fue otra historia: bajo tortura a varios de los cientos de detenidos y llevados a la cárcel del Campo Militar número uno, revelaron conocer a su maestro universitario, por lo cual estuvo preso varios años.
Citado por el periodista José Reveles, Raúl Álvarez Garín, uno de los líderes del movimiento, en su libro La estela de Tlatelolco hace referencia a este cerco tendido por el Ejército cuyos tanques fueron alineados para impedir el paso de los estudiantes luego de iniciada la balacera y decenas de ambulancias militares fueron estacionadas en las calles aledañas que luego sirvieron para el transporte de heridos y de algunos cuerpos sin vida.
A Raúl, Pablo Gómez, Heberto Castillo, Eduardo Valle “el Búho” y Marcelino Perelló los conocí entonces y luego los traté en su actividad política. Una de las reacciones más espectaculares fue la renuncia del poeta Octavio Paz a la embajada de México en India, para sorpresa del mundo diplomático, que no daba crédito. En cambio, la prensa y los políticos enmudecieron. Aceptaron.
Fueron fichados
De acuerdo con una serie de fichas que el proyecto Archivos del Autoritarismo Mexicano del Colegio de México, que los hizo públicos hace unos días como parte del acervo del Archivo General de la Nación, se aprecia cómo calificaban a los jóvenes que estaban dentro del Movimiento Estudiantil.
Una de las primeras fichas, la de Gilberto Guevara Niebla, revela que fue uno de los estudiantes más observados por la inteligencia gubernamental como consecuencia del Movimiento y se observa que estuvo en la cárcel junto con Pablo Gómez Álvarez, actualmente diputado del partido Morena, también fichado.
Según la ficha, Pablo Gómez era miembro de la Juventud Comunista de México y de la Central Nacional de Estudiantes Democráticos que había participado en diferentes actos de agitación “por indicaciones del Partido Comunista”. Desde 1967 fungía como presidente de la Sociedad de Alumnos de la Facultad de Economía. Ha hecho carrera política en el poder Legislativo desde su inclusión al sistema.