Textos en libertad

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  • Mercer: el conflicto moral de un reportero de policía
  • Por José Antonio Aspiros Villagómez

RedFinancieraMX

Por un enredo al revisar nuestros muchos apuntes -garabatos manuscritos-, en días recientes escribimos erróneamente en la columna hermana Lecturas con pátina que el autor del libro La Librería más famosa del mundo, debió abandonar su natal Canadá “tras recibir amenazas por haber publicado una nota sensacionalista que acabó con el prestigio de un médico”. Y huyó a París, donde se desarrolla la trama de su relato literario.

Dicho autor, Jeremy Mercer, dedica un capítulo de su obra a recordar que era “redactor de sucesos” (en México, reportero de policía) “en el periódico de una ciudad mediana de Canadá”, y si bien reconoce su “vergonzosa participación en un escándalo relacionado con un cirujano cardiaco y una prostituta callejera”, su huida a otro continente fue, sí, por amenazas recibidas, pero a causa de haber revelado en un libro el nombre de un peligroso criminal que le platicaba para sus notas periodísticas los detalles de sus fechorías, por un acuerdo entre ambos que incluía no descubrirlo. La delación le impidió al delincuente dar “un golpe perfecto de ciento cincuenta mil dólares”.

El dato es secundario en el contexto de La Librería más famosa del mundo, pero no en lo personal para Mercer, quien por esa revelación debió cambiar su vida. Y sirve para recordar cómo trabajan muchos periodistas en el mundo, quienes con buenas o malas artes obtienen datos exclusivos a cambio de proteger a sus fuentes con el ocultamiento de su identidad.

En el mundo occidental, el anonimato de las fuentes en casos justificados es considerado como uno de los pilares de la libertad de expresión y cuenta con la protección de las leyes, pese a lo cual se han dado ocasiones distintas con argumentos como el de la seguridad nacional, como ocurrió con Julian Assange y su informante Bradley Edward Manning (actualmente Chelsea E. Manning) por el asunto Wikileaks, y el de Edward Snowden, un analista que filtró información sobre el programa de vigilancia secreta del gobierno estadounidense.

Cuando este tecleador cubrió como reportero el sector salud, aparte de la información oficial lograba discretamente noticias más atractivas en la sala de prensa de la Secretaría de Salubridad y Asistencia, a través de un informante conocido como Doctor Mangas.

Lo mismo cuando hubo un sonado conflicto con escuelas particulares que querían elevar sus cuotas y tenían reuniones sin acceso a la prensa con los funcionarios de la Secretaría de Industria y Comercio. Para saber qué decían unos y otros en privado, hubo que recurrir -sin citarlo como fuente informativa- a un antiguo profesor en la Escuela de Periodismo quien, oh coincidencia, descubrimos que era el abogado de los dueños de esos planteles.

Pero eso fue nada, comparado con la experiencia del columnista de Excélsior Manuel Buendía, quien -como Mercer- para obtener información privilegiada trabó amistad con un personaje peligroso, José Antonio Zorrilla Pérez, titular de la Dirección Federal de Seguridad y finalmente sentenciado como autor intelectual de su asesinato.

Recordarán los lectores a aquellos periodistas estadunidenses, Bob Woodward y Carl Bernstein, cuyos reportajes sobre el caso Watergate en The Washington Post costaron la Presidencia de Estados Unidos a Richard Nixon, y que tuvieron como fuente informativa, también protegida, a un funcionario de la Casa Blanca mencionado solamente como ‘Garganta profunda’ en el libro Todos los hombres del presidente que escribieron sobre el tema.

De hecho, hasta el bolero o la mesera pueden ser informantes de los reporteros, cuyo olfato los lleva a seguir pistas noticiosas recogidas con ellos.

Pero la experiencia de Mercer tuvo otras implicaciones humanas y morales que él mismo reconoce en La Librería más famosa del mundo y que, en buena medida, modificaron sus expectativas como periodista. No le fue fácil acomodarse al tipo de información sensacionalista que exigía su periódico para superar a la competencia pero, una vez encontrado el modo, perdió los prejuicios y se metió fuerte.

Así, en el relato que escribió sobre la librería parisina Shakespeare and Company, menciona que su profesión era “ingrata” pues consistía en “rapiñar todo lo ruin y enfermizo para exponerlo públicamente” y que esa rutina “embotó (su) capacidad de compasión”.

Su meta y la de sus colegas de la fuente “de sucesos” era ocupar las primeras planas, y soñaban con trabajar en una ciudad grande como Toronto, donde se cometía un asesinato cada semana. La adrenalina era también una de sus motivaciones y, otra, la de ganar mejores notas que las del tabloide competidor que -como acá “la segunda de Ovaciones” cuando existió- publicaba “fotos de mujeres casi desnudas en la página tres”.

Mercer narra con pormenores su primera cobertura de un crimen, con la cual logró demostrar “que tenía madera de periodista” y se obsesionó tanto con su trabajo, que con el tiempo se sintió “afectado”; reconoció que “había presenciado demasiados crímenes y cruzado demasiados límites morales” y cayó en el alcoholismo.

Todo terminó -como ya fue asentado- cuando el “ladrón a quien conocía” –“una amistad un tanto forzada”- lo amenazó por teléfono por la difusión de datos que tenía expresamente prohibido revelar. Y como Mercer había dado a conocer hasta su nombre, tras la llamada entró en pánico y tres días antes de comenzar el año 2000 huyó rumbo a París.

En México, numerosos reporteros -incluidos amigos del tecleador, algunos ya fallecidos- han iniciado su carrera en la fuente policiaca y tienen experiencias fuertes de su trabajo que fueron recogidas en libros, revistas, antologías y entrevistas. Según ellos, cubrir notas de policía es la mejor escuela para foguearse en el oficio. (Por nuestra parte, en las ambulancias de la Cruz Roja sólo anduvimos como voluntarios púberes, pero nunca como reporteros nocturnos tras la nota del atropellado de la esquina o de la fuga en el reclusorio).

Una de las más célebres coberturas fue la de Eduardo “El Güero” Téllez Vargas, quien escribió para el diario Novedades una crónica que es histórica sobre el asesinato de León Trotski, hecho del cual se cumplirán 80 años el próximo 20 de agosto. Desde luego, el periodista tenía en la Cruz Verde un informante apodado ‘El Monje’, quien le avisó de “una balacera” en la casa de Coyoacán donde vivía el ex dirigente comunista mandado asesinar por José Stalin. Pero también tenía el oficio y la maña suficientes para colarse hasta la comisaría que estaba convertida en una fortaleza, y a través de su reportaje se enteró el mundo de aquel esperado y temido crimen.

Y todo lo anterior, porque unos garabatos manuscritos nos llevaron a confundir la razón por la que Mercer se fue a vivir -lo decimos con cierta envidia- frente a la catedral de Notre Dame en París.