- Dr. Emiliano Carillo Carrasco.
- El medio 1 primer parte: josé antonio marina
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Los problemas no son eternos, siempre tienen solución, lo único que no se resuelve es la muerte. No permitas que nadie te insulte, te humille o te baje la autoestima. Los gritos son el arma de los cobardes, de los que no tienen la razón. Siempre encontraremos gente que te quiere culpar de sus fracasos, y cada quien tiene lo que se merece.” WILLIAM SHAKESPEARE
“EL DÍA QUE YO NACÍ, MI MADRE PARIÓ DOS GEMELOS: YO Y MI MIEDO”». El valor es el valor supremo. ¿Qué es ser bueno?, se preguntaba el conmovedor Nietzsche, tan frágil, tan acosado, y respondía: ser valiente es bueno. Aunque nacemos todos miedosos, las culturas han elogiado siempre el coraje, y esta insistencia me hace sospechar que estamos avizorando algún elemento esencial de la naturaleza humana. El miedo, que comienza en la neurología y termina en la ética, aparecen los miedos normales y los miedos patológicos; se investiga por qué unas personas son más miedosas que otras; se analizan los miedos domésticos, los políticos y los religiosos; y, por último, se revisan las terapias más eficaces para luchar contra el temor.
En este viaje al país del miedo, que comienza en la neurología y termina en la ética, aparecen los miedos normales y los miedos patológicos; se investiga por qué unas personas son más miedosas que otras; se analizan los miedos domésticos, los políticos y los religiosos; y, por último, se revisan las terapias más eficaces para luchar contra el temor. El lector irá acompañado en esta exploración no sólo por neurólogos y psicólogos, sino también por escritores que fueron expertos en miedos: Kafka, Rilke, Camus, Graham Greene, Georges Bernanos. Para el autor es el punto de despegue de la naturaleza humana en busca de su nueva definición. El valiente siente miedo, pero actúa como debe «a pesar de él.
Es lógico que todas las culturas, con una unanimidad sorprendente, hayan admirado el valor. « ¿Qué es bueno?», se preguntaba Nietzsche. Y respondía: « ¿Ser valiente es bueno?» Todos experimentamos la nostalgia de la intrepidez. ¡Nos sentiríamos tan libres si no estuviéramos tan asustados! Este libro que comienza siendo un estudio del miedo, se convierte en un tratado sobre la valentía, un modo de actuar que revela el gran enigma del ser humano. Otro experto en el análisis de sí mismo, Michel de Montaigne, dijo algo parecido: «La timidita a até le flui dama vie». Y para Kierkegaard se trataba de la «enfermedad mortal». Su poder no sólo afecta a los individuos, sino a las sociedades.
Uno de los hilos que trenzan la historia de la humanidad es el continuo afán por librarse del miedo, una permanente búsqueda de la seguridad y, recíprocamente, el impuro deseo de imponerse a los demás aterrorizándolos. Hobbes descubrió en el miedo el origen del Estado. Maquiavelo enseñó al príncipe que tenía que utilizar el temor para gobernar, le proporcionó un manual de instrucciones. La terribilidad como herramienta. Ambos coincidían en una cosa, a saber, que el miedo es la emoción política más potente y necesaria, la gran educadora de una humanidad indómita y poco de fiar.
Es terrible que el pueblo pierda el miedo», advertía Spinoza, un cauteloso. El miedo es también una emoción religiosa.
Está en el origen de las religiones, que protegen contra él, a la vez que lo utilizan sin tregua y sin decoro. Conscientes de su poder y para tener ocasión de aplacarlo, los griegos divinizaron al Miedo por duplicado: Debimos y Pobos. Y los romanos también: Palor y Pavor. Y en la Arcadia feliz, tal vez no tan feliz como dicen, habitaba el dios Pan, que dio origen a la palabra pánico, el terror provocado por la presencia de la divinidad. Las más poderosas emociones que guían el comportamiento humano y, por lo tanto, la historia. Vamos a emprender un viaje al subterráneo país del miedo para explorar su laberíntica geografía, para descubrir la oculta fábrica de los espantos, las oscuras minas donde labora ese incansable roedor, y también para buscar —como los antiguos viajeros buscaban Lafuente de la eterna juventud— una salida.
El esclavo de la caverna platónica se escapa para ver la luz, que es el sol del conocimiento. El esclavo de mi kafkiano infierno quiere escaparse para calentarse al sol del valor, es decir, de la libertad. Un sentimiento proliferante y contagioso No hay especie más miedosa que la humana. Es el tributo que hemos de pagar por
Nuestros privilegios. Como escribe Moer, «nuestra desarrollada propensión a ser previsores y a sentir ansiedad probablemente da origen a muchas de nuestras virtudes, pero también da razón de alguno de nuestros fallos más evidentes».
La inteligencia libera y a la vez entrampa. Nos permite anticipar lo que va a suceder —información útil para sobrevivir—, pero puede pasarse de rosca y provocar esas patologías de la anticipación que tan bien conocen los psiquiatras. Vivimos entre el recuerdo y la imaginación, entre fantasmas del pasado y fantasmas del futuro, reavivando peligros viejos e inventando amenazas nuevas, confundiendo realidad e irrealidad, es decir, hechos un lío. Para colmo de males, no nos basta con sentir temor, sino que reflexionamos sobre el temor sentido, con lo que acabamos teniendo miedo al miedo, un miedo insidioso, reduplicativo y sin fronteras.
El miedo es un sentimiento, y todos los sentimientos tienen unos rasgos comunes, que con cierto aire doctoral voy a recordarle. Son, en primer lugar, un balance consciente de nuestra situación. Nos dicen cómo nos están yendo las cosas. El modo como nuestros deseos o expectativas se comportan al chocar con la realidad. Siniestras esperanzas no se cumplen, nos sentimos frustrados o decepcionados. Si hemos perdido aquello en que poníamos nuestra dicha, nos sentimos tristes o, en casos extremos, desesperados. Si surge un obstáculo que nos impide la culminación de nuestro propósito, experimentamos un sentimiento de furia, que nos impulsa a ir contra el impedimento. Pues bien, si percibimos un peligro que amenaza nuestros deseos, lo vivimos como miedo. En segundo lugar, los sentimientos son experiencias cifradas. Ya sé que es difícil admitir que los sentimientos, una evidencia tan descarada, tan firme, tan impositiva, sean de naturaleza críptica. ¿Cómo no voy a saber lo que siento? ¿Cómo no voy a saber si estoy furioso, aterrado o melancólico? Pues porque una cosa es la claridad dela experiencia y otra muy distinta la claridad del significado de la experiencia.
A los anglosajones les resulta más fácil separar ambas cosas, ya que distinguen entremetían, un proceso íntimo no consciente, y peeling, que es el sentimiento consciente, producto o acompañante de la emoción. Marcel Proust, un gran analista de los infiernillos afectivos, nos proporciona un ejemplo luminoso.
Al comienzo de La fugitiva el protagonista recibe la noticia de que Albertina, su amante, se ha fugado. El nivel de miedo determina el nivel de peligro, y al revés. En esto, como en tantas otras cosas, somos seres incoherentes. Podemos ser objetivos al evaluar los peligros de la salud y absurdamente subjetivos al evaluar una mirada ajena. Para comprender esta amplia variedad de cócteles emocionales, tendremos que atender a los dos factores —objetivo y subjetivo—, y al intentar educarlos o controlarlos, lo mismo.
- La Expulsión de lo Distinto https://youtu.be/_S9nDHS9_GA vía @YouTube
- Entrevista con Noam Chomsky https://youtu.be/JxJdBdMHndY vía @YouTube
- Realismo Capitalista https://youtu.be/-W3YysKsEKc vía @YouTube