Conferencia de Guadalupe Lozada León (Segunda y última parte)

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  • Gobierno fuerte y derroche porfiriano en el Centenario
  • Por Norma L. Vázquez Alanís

RedFinancieraMX

 

En 1910, para conmemorar el centenario de la Independencia el presidente Porfirio Díaz decidió hacer un festejo que tuvo muchas variantes, pero que en esencia trató de ensalzar a México ante el mundo y para ello se invitó a todos los países americanos, a las naciones europeas, así como a China y Japón, a la celebración que tendría lugar desde finales de agosto hasta octubre de ese año.

Así lo expuso la historiadora y catedrática de la UNAM, Guadalupe Lozada León, quien ofreció la plática ‘Las fiestas del Centenario de 1910. Una visión desde el Estado’ en el Centro de Estudios de Historia de México (CEHM) de la Fundación Carlos Slim.

Indicó que esas ceremonias tuvieron la característica del derroche porfiriano e incluyeron la inauguración de la Columna de la Independencia, el Hemiciclo a Juárez, la Penitenciaria de Lecumberri y el Manicomio de La Castañeda, así como el alumbrado público y obras de agua potable y desagüe.

En esta conmemoración estuvo muy presente el diseño, porque hubo un gran despliegue de objetos, carteles, imágenes y logos creados especialmente, pero de igual manera la sociedad se preparó para adquirir la nueva forma que la urbe demandaba, al transformarse con construcciones diversas, calles con una nueva fisonomía, parques, plazas y jardines renovados, además de la introducción de servicios públicos como alumbrado, agua, limpia, pavimento y drenaje.

Se trató de un festejo colosal, había cuatro o cinco actos por día a la mayoría de los cuales asistió Porfirio Díaz, quien entonces tenía 80 años, lo que ponía de manifiesto su capacidad y su resistencia a toda prueba; leer el programa completo es darse cuenta de su magnitud y se puede consultar una edición facsimilar de la crónica oficial de las fiestas del centenario en el archivo del CEHM, dijo la maestra en Historia de México.

Comenzó con repique de campanas

Desde el primer minuto de 1910 hubo un repique general de campanas en todos los templos, que así anunciaban al mundo que había llegado la hora de conmemorar el Centenario de la Independencia; el patriotismo en aquellos días de tranquilidad se mostró en todas las calles cuando miles de ciudadanos disfrutaron al calor de la serenata ofrecida por el ayuntamiento y los fuegos artificiales que iluminaron el cielo, según la conferencista.

Fue un año de muchos sucesos, porque se iniciaba la fiesta por el Centenario, pasaba el cometa Halley y fue el inicio de la Revolución en noviembre; sin duda un periodo complicado para quienes lo vivieron, por sus muchísimos contrastes.

Antes de septiembre la comisión para las fiestas del centenario y el gobierno determinaron que, como no había suficientes hoteles, los invitados especiales de todo el mundo se alojarían en las casas de las familias pudientes. Así, los Landa y Escandón, los Escandón, los Braniff, los Mier y los Covián, entre otros, se dieron a la tarea de disponer sus palacetes para recibir a todos los huéspedes.

La casa de Covián -que ahora es la sede de la Secretaría de Gobernación- la ocuparon los estadounidenses; en la residencia de los De la Torre y Mier -el yerno de Díaz- estuvieron los italianos; en la de los Braniff se alojaron los japoneses, en la de los Landa y Escandón se instalaron los españoles, mientras que la de Tomás Braniff dio albergue a los franceses y así a todos los representantes de los países visitantes; es decir, que 31 mexicanos prestaron sus casas para recibir y atender a los embajadores especiales enviados para esa ceremonia por las naciones invitadas.

Apretada agenda con inauguraciones, bailes y desfiles

Aquel septiembre del centenario comenzó con la inauguración del Manicomio General de La Castañeda, ubicado en lo que había sido la hacienda del mismo nombre y que fue obra del hijo de Díaz quien era ingeniero; suplió al antiguo Hospital de Locos que estaba en el convento de San Hipólito. Ahora restaurado como recinto para eventos, junto con la penitenciaría de Lecumberri fueron instituciones consideradas en ese tiempo como las mejores del mundo. Otra de las grandes obras fue el Hospicio de niños expósitos que estaba situado en el cruce de lo que hoy es Tlalpan y Viaducto, el cual era para chicos de la calle.

En 1910 también se inauguró el tranvía, innovador medio de transporte que por el hecho de no requerir animales para jalarlo, fue algo inédito. El tranvía eléctrico llegó primero a Tacubaya, donde vivían los más ricos de México, luego a Tlalpan, Azcapotzalco y Coyoacán; este medio de transporte empezó a comunicar a la ciudad y se extendió hasta Xochimilco, que entonces estaba muy lejos.

Relató Lozada León que se erigieron nuevas estaciones para el ferrocarril, como la famosa de Buenavista que estaba donde ahora se encuentra la alcaldía Cuauhtémoc; la que estuvo en la glorieta de Peralvillo, una más en San Lázaro, cerca de la actual del Metro, y la de la Villa de Guadalupe, a un lado de la basílica y que ahora alberga al Museo de los Ferrocarriles, dependiente de la Secretaria de Cultura de la Ciudad de México.

De los fifís a los balazos

Aunado a lo anterior, surgieron también nuevos comercios gracias a las inversiones extranjeras que trajeron al país el concepto de los grandes almacenes tipo europeo; en este periodo el famoso Café Colón introdujo la moda de las terrazas, desde las cuales los fifís -así se les decía también entonces- observaban a los viandantes mientras tomaban café, helado y pasteles, muy al estilo francés.

En el plano cultural se montaron varias exposiciones, destacaron la japonesa en el Museo de Historia Natural -hoy Museo Universitario del Chopo-, la española en un edificio creado exprofeso a un costado de la Alameda y la mexicana en la casa de campo del Conde de Buenavista, ahora Museo Nacional de San Carlos.

Asimismo, tuvo lugar el Congreso de Americanistas que congregó a los arqueólogos dedicados al estudio de las culturas americanas; estos congresos continúan efectuándose cada cuatro años, explicó la conferenciante.

El 15 de septiembre hubo un desfile con carros alegóricos alusivos a la Independencia y a las diferentes etapas de la historia de México, por la noche la ceremonia del Grito con la iluminación en pleno de la catedral y el Palacio Nacional. La cumbre de las fiestas fue el 16 con la inauguración de la Columna de la Independencia y después un desfile militar en el que participaron cadetes de muchas partes del mundo.

Con un gran baile en Palacio Nacional, el presidente Porfirio Díaz agasajó a todos sus invitados internacionales y el último día de septiembre se llevó a cabo la apoteosis de los caudillos, es decir, el agradecimiento de la Patria a los héroes que dieron su vida por la Independencia de México y se colocó de manera temporal un gran túmulo, obra del arquitecto Ignacio Mariscal, para honrar la memoria de esos adalides.

Este acto marcó el fin de los festejos por el Centenario en los que todo marchó como reloj, ya que se habían previsto con mucha anticipación y porque era un gobierno fuerte capaz de organizar celebraciones de tal envergadura, según dijo la conferencista. Luego de este cierre comenzó una nueva etapa para el país, porque menos de dos meses después iba a estallar la Revolución.